Roles fijos asignados al nacer con base en la genitalidad, una mesa servida para el abuso y el maltrato
La violencia, en sus múltiples facetas, se muestra de una forma desigual a lo largo de la historia en sus relaciones con el poder y está presente en las bases mismas de nuestra cultura. Trataremos aquí de un tipo de violencia en particular, de su legitimación y de cómo estos comportamientos se naturalizan sin cuestionamientos claros o rechazos rotundos. El acto violento pasa entonces a ser absorbido por el conjunto social como algo dado de hecho e inalterable, o en el mejor de los casos, es posible que hasta se intente atacar las consecuencias, pero minimizando las cuestiones causales de fondo.
Ya desde las teorías organicistas se acepta la hipótesis de que la desigual distribución de bienes, recursos y poder, es necesaria. La base ideológica de este discurso es la supuesta división de tareas para el “buen” funcionamiento del conjunto social, donde unos tienen la misión de conducir -basado esto en sus supuestas aptitudes innatas-, y otros tienen como encargo obedecer y realizar los quehaceres menos nobles, los trabajos más duros y despreciados -también esto, por su supuesta condición innata-. De esta forma se cristalizan y se aceptan como válidas muchas de las formas sutiles de violencia, y otras que no son para nada sutiles.
Estas doctrinas filosóficas son las que han patrocinado la explotación en los diferentes ámbitos del quehacer humano, las que se perpetúan aun hoy en el interior de la mayoría de los hogares y en las relaciones entre hombres y mujeres.
Tomaremos la palabra violencia según la definición que nos proporciona el psiquiatra argentino Mordechai Benyakar [1] en la que no se trata de una agresión que se pueda identificar claramente, admitiendo por lo tanto una defensa, sino que actúa de una forma difusa, solapada y que convive de tal manera con quien la padece que anula su capacidad de reacción y de elaboración de estrategias de protección, dejándolos vulnerables. Entonces por violencia no sólo entendemos el golpe, el maltrato verbal, psicológico o sexual sino todo lo que haga que una persona se sienta indefensa y desvalida frente a otra que en determinado momento ostente herramientas, tanto físicas como simbólicas, para destruirla o desestabilizarla.

Violencia doméstica, Montecruz Foto
La legitimización asegura que quien se encuentra en una determinada situación de injusticia la acepte de forma natural y sin cuestionamientos; la realidad se construye de tal forma que la violencia pasa desapercibida. Es la legitimación de la desigual repartición de poder lo que ampara la violencia cotidiana que se ejerce contra las mujeres.
Existe una estructura socialmente aceptada que coloca a la mujer en determinado papel dentro de las relaciones, en la cual que haya o no maltrato, depende enteramente de la decisión del varón. Son las estructuras de desigualdad las que ponen a su disposición en primer lugar el poder, y a partir de allí, la violencia. Lo que permite el poder es que el uso de la violencia sea legítimo.
Las familias asentadas sobre bases patriarcales en las cuales se sobrentiende que la mujer es quien debe servir y atender a los miembros y el varón es el que debe proveer el sustento económico, son una mesa servida para los malos tratos. Los roles rígidos en general son fuente de violencia, de frustración y de culpa. Un hombre puede dar una golpiza a una mujer porque se le pegó el arroz ya que él compró el arroz y lo único que exige de ella es que cuando llega cansado del trabajo lo espere con la comida caliente y en condiciones; y ella puede, en su interior, aun odiando los golpes, sentir que los merece, porque de hecho, el arroz se le había pasado.
Estamos en un momento donde se condena la paliza pero no se cuestiona con suficiente fuerza el esqueleto social que sustenta estas prácticas aberrantes. No se le da una relevancia de hecho, ni en los medios de comunicación, ni en el discurso cotidiano en general, a que los varones deben ocuparse del hogar y del cuidado de los hijos de igual forma que las mujeres, así como la mujer debe ocuparse del sustento económico de igual forma que los varones; y que si por ventura uno de los dos no está en condiciones o deciden de común acuerdo no llevar a cabo alguna de las tareas, pudiendo ser una situación momentánea o no, ninguno debería sentir que su participación tiene mayor importancia que la del otro, ni que eso le atribuye algún tipo de superioridad.
Francisca Expósito[2], profesora de Psicología Social Aplicada de la Universidad de Granada lo explica así:
“La Cultura ha legitimado la creencia de la posición superior del varón, la cual ha facilitado que las mujeres se sientan inferiores. (…) Violencia y género se convierten en un binomio inseparable, ya que la primera se usa como mecanismo para conseguir un plus de presencia o influencia respecto a lo segundo. La violencia es un recurso que la sociedad pone a disposición de los hombres para su uso en ‘caso de necesidad”
Para la legitimación de los roles de género se cuenta con el apoyo de todo el edificio histórico patriarcal, el machismo intrínseco de hombres y mujeres que se perpetúa en la educación de los hijos, se afianza en la publicidad, se reproduce en los programas de TV e incluso adentro de las aulas de las escuelas.
Desde hace un tiempo, gracias a la labor de varios grupos feministas, de derechos humanos y demás activistas e intelectuales, se ha logrado sacar la violencia de género del ámbito privado y ponerla en la agenda del debate público, tanto de algunos gobiernos como en la palestra mediática y también en las charlas habituales de la gente. Sin embargo, todavía parece insuficiente el nivel por el que discurren la mayoría de los discursos porque es un fenómeno que continúa cobrándose vidas de forma cotidiana.
El énfasis muchas veces está puesto en la agresión en sí y el planteo habitual va desde cómo ayudar a las víctimas hasta qué hacer con el maltratador. Obviamente todo esto es necesario e importantísimo, pero no es suficiente. Es la estructura la que está podrida y es por eso que en algunos casos llega el derrumbe, lo cual se evidencia en los femicidios y en las víctimas que acuden a las diferentes instituciones que se han creado para su ayuda.
Está tan legitimado el rol de género que la mayoría de las personas terminan por creer que hay algún tipo de determinación biológica para ello y desconocen que son construcciones sociales. Es por eso que el cambio hacia una cultura diferente en las relaciones no es una tarea simple, sobre todo sin una conciencia seria y clara en cuanto a que la reproducción de este tipo de conductas es la que propicia la violencia contra la mujer (y las niñas), y que obviamente trasciende el hogar y se refleja en casi todos los ámbitos donde nos movemos día a día, desde el trabajo hasta el tránsito.
La explicación de Isabel Cuadrado Guiraldo [3] clarifica un poco más lo planteado:
“Esta estructura asimétrica de las relaciones de género, en la que los hombres ocupan una posición dominante y las mujeres una subordinada, condiciona numerosos aspectos de las relaciones entre hombres y mujeres. En otras palabras, la estructura social, con su claro dominio de lo masculino sobre lo femenino, determina en gran medida las relaciones entre sexos. Dos fenómenos bien diferenciados ilustran con claridad esta situación: el sexismo que se ejerce contra las mujeres y el “enmudecimiento” de éstas. (…) Es la creencia de que los hombres deben proteger y mantener a las mujeres que dependen de ellos. Se extiende a las relaciones de género: (…) el hombre de la casa es el principal sostén y protector de la familia”.

Mujer herida, SashaW
Es curioso como aun desde el lenguaje se percibe el reflejo de la sociedad patriarcal-capitalista en las relaciones familiares en sentido que quién provee de dinero es el que ostenta el poder y es llamado sostén de familia. Esta postura deja de lado todos los otros ingredientes necesarios para que un hogar se sustente -es decir, no se caiga-. Si bien el dinero es fundamental, ni es lo único ni lo más importante para la existencia de una familia. Quien sustenta el hogar de forma efectiva desde el punto de vista afectivo, del cuidado, el amor y la protección es tan fundamental como el que lo provee de bienes materiales. A su vez ninguna de las dos funciones tiene características intrínsecas de sexo o género, son intercambiables, complementarias, suplementarias y no rígidas. En los diferentes momentos de la vida cada miembro de una pareja puede ocuparse de una de las partes, en otro momento de otra, y en otra situación de las dos, sin que esto sea necesariamente motivo de conflicto. El real motivo de conflicto con relación a los roles nace del prejuicio ideológico en el que se da por sentado la superioridad de uno y la inferioridad del otro, eso es lo que abre las puertas a lo que conocemos por violencia de género, lo que la separa de otros tipos de violencia y donde debería centrarse el combate para que éste tenga resultados drásticos, reales y sustentables.
[1] Benyakar, Mordechai. Lo Disruptivo. Editorial Biblos. Bs. As.Argentina, 2003
[2] Francisca Expósito (Prof. De Psico. Social aplicada de la Univ. De Granada). Artículo: Violencia de Género (Revista Mente y Cerebro n° 48 páginas 20-25) http://www.uv.mx/cendhiu/educacion/documents/ArticuloViolenciadegenero.pdf
[3] Isabel Cuadrado Guirado, RECUADRO: La influencia de la estructura social: el caso de las relaciones de género. Incluido en el artículo: Psicología social, de J. Francisco Morales http://novella.mhhe.com_sites_dl_free_8448156080_516223_Cap_Muest_8448156080.pdf (Isabel Cuadrado Guirado: Profesora Titular de Universidad. Facultad de Psicología. Dpto. de Ciencias Humanas y Sociales. Área de Psicología Social. Universidad de Almería)