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Mito | Revista Cultural
Ensayo 0

Algunas variaciones reptilianas

Por José Noé Vázquez Maldonado el 16 mayo, 2016 @noemaldonado
  • El dinosaurio de Augusto Monterroso es uno de los relatos más breves escritos en lengua española. Consta sólo de  siete palabras y ha dado lugar a muchas interpretaciones y estudios. También ha tenido impacto en la cultura popular, dando lugar a muchas variaciones.

Uno de las microficciones más famosas de la lengua española es obra del escritor guatemalteco Augusto Monterroso. Se publicó en 1959 en al volumen Obras completas y otros cuentos.  Éste consta sólo de una pequeña frase. El cuento abunda en múltiples lecturas a pesar de su corta extensión, su estructura gramatical permite la focalización múltiple del sujeto y las intenciones de la frase. El breve texto, más que una sentencia cerrada sobre sí misma, es una propuesta, una invitación a la fabulación. Sus elementos son básicos: la idea del animal fabuloso y el acto de despertar.

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».

Son sólo siete palabras para acomodar la brevedad, el sustrato esencial decantado por variaciones alquímicas, como de piedra filosofal; punto mínimo que explota hacia las variaciones incesantes, inevitables. Se trata de podar la explicación a sólo lo necesario y dejar florecer la urdimbre. Nos asomamos a las ventanas para observar el tránsito de lo posible/imposible que hay en toda invención. Texto refiere tejido, trama, líneas que se entrecruzan para formar un lienzo. Y la ficción también se convertiría en objeto de arte, una suerte de vibrante caleidoscopio que invita al acercamiento y la interpretación. Puestas ahí como interrogante, las palabras requieren escrutinio, exploración vital. La brevedad invita a la repetición como un mantra distinto siempre cada vez que invocamos, se reproduce su polisemia, se escapa de los marcos de lo escrito. El lector toma el poder del relato para completarlo, se regodea en sus contornos, tiene la voz para continuar.

Y en la acción de esta fábula lo importante desperezarse de la inconsciencia, el acto en sí mismo tiene visos de terror, porque puede darse el caso de que no despertemos o de que al despertar nos encontremos con la presencia de alguien. Alguien, por ejemplo sentado en el borde de nuestra cama, que nos observa y nos dice:

«Le ruego me considere un fantasma».

La literatura de ficción tiene una obra fundacional en La metamorfosis de Kafka: Gregorio Samsa se despierta convertido en un insecto desmesurado, la idea en sí misma es aterradora. Despertar supone recuperarnos de alguna manera, volver a ser nosotros. En algunas poblaciones rurales de México, cuando un niño despierta se dice «ya recordó», como si quien duerme hubiera olvidado algo. Despertar es hacer acopio de memorias y no es extraño que al tomar conciencia de nosotros veamos todo con extrañeza. Nuestro sueño ha tomado senderos tan difusos que la realidad palpable por momentos parece insólita. Se refieren casos, muy raros por cierto, de personas que al despertar no recuerdan su propia identidad, o despiertan creyéndose otros. De ahí la naturaleza tan aterradora de enfrentarse de improviso a la vigilia. Lo fantástico de despertar también puede verse en esta nota de Coleridge tan socorrida como antecedente de la ficción que mencionamos:

«Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado ahí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano…¿entonces, qué?».

Conviene revisar el estudio que hace Lauro Zavala sobre este tema, en éste, de nombre El dinosaurio anotado se nos refieren las causas por las cuales este cuento «es uno de los textos más estudiados, citados, glosados y parodiados en la historia de la palabra escrita, a pesar de tener una extensión de exactamente siete palabras». Es obvio que en este caso la brevedad es inversamente proporcional a la necesidad de imaginación de parte del lector, y han sido éstos quienes han volcado y encauzado sus motivaciones en esta ficción: sus lecturas lo acercan desde luego al análisis literario, pero también a la interpretación política, no ha faltado el comunicador que aluda a él para abundar y enriquecer la percepción eventos como las  elecciones en un país; también es motivo de variaciones incesantes en donde abundan las grafías propias de la interacción en redes sociales, los enlaces imaginarios, los pictogramas. La interpretación no excluye lo visual: se han imaginado viñetas pensando en las variaciones de la historia, todo parece ser válido. Abundando en esto y entrecomillando para no parafrasearme hago la siguiente variación:

«Siempre que el lagarto terrible se despierta los filósofos enloquecen festivamente, se despereza el anciano maestro de literatura, relaja el lingüista su fruncido ceño, se suaviza el agrio semblante del filólogo, las viejas chismosas tienen tema de conversación y hasta los diletantes nos ponemos contentos. El dinosaurio nos despierta a todos».

La estructura de la frase, tan breve tan concisa, invita a la contemplación. Las referencias se cruzan con cada visión, leemos y comprendemos para entrar en pasajes de sueños siempre cambiantes adecuados a nuestra persona y a nuestro entorno. ¿Qué supone el “estar”? Nos preguntamos, entre otras muchas cosas si “estar ahí” también conlleva un desafío. La concisión gramatical y la brevedad se agudizan en un paisaje donde se reproducen como una plaga eventos  hipotéticos. Fuera del simple y llano texto, más allá de sus contornos, la terra ignota del imaginario múltiple, la tormenta secreta de lo posible que cada lector engendra en su fuero interno. El dinosaurio está y es como la realidad que nos rodea, a esta realidad no la difumina el sueño, ni las horas en que dormimos, persiste aún contra nuestra negativa y nuestro asombro, no tiene botón de apagado, lo cual es terrible. La realidad es indestructible y aparatosa, casi como la imagen del animal fabuloso. Cambiando la focalización del sujeto de la acción, el dinosaurio despierta en un mundo que ya no es suyo y sin embargo, sigue ahí, él en el mundo, el mundo en él, con todas sus consecuencias tragicómicas. El cuento no dice, sugiere; no conduce al lector, lo induce; no planta la cara en lo concreto, se va por caminos sesgados, indirectos. Para rematar la idea, espero me perdonen esta interpretación un tanto malintencionada:

«Siempre hay que desconfiar de las personas a quienes no les gusta el cuento El dinosaurio. Se trata de gente sin imaginación que cuando se despierta, desgraciadamente todavía sigue ahí».

De tanto podar la reflexión y la representación de lo real tuvimos que habernos quedado con lo elemental, las siete palabras del minitexto y éste es tan impreciso que su sola mención vuelve a engendrar, en el bosque del imaginario colectivo, la misma realidad que alguna vez quisimos acotar con la economía de nuestro lenguaje. Así sucede con la microficción, la recorremos al derecho y al revés para obtener lo sustancia (sub stare, lo que está debajo). Corre sobre las breves frases el viento de lo intuido, la fuerza de la mala interpretación (y decir que es mala o buena es una simple convención ya que el texto carece de interpretación correcta o definitiva), las tramas y subtramas alrededor de estos eventos simples que el lector imagina, las anécdotas y malos entendidos plantados tramposamente por el autor como cuando dice que lo suyo no era un cuento sino una novela o como cuando afirma que sólo trataba de escribir el título de un texto mucho más largo. El autor parece inventar maliciosamente ciertos contextos que solo contribuyen a engrosar las lecturas de su fábula, a engrandecer su importancia. A El dinosaurio lo recorren sus biografías transbordantes que pasan de un tren a otro en los esquemas de la acción: Sujeto que despierta, dinosaurio que interrumpe su sueño, eventos que siguen ahí. ¿Cómo asir el eje del sueño de un relato cuando es múltiple? ¿Cómo no perderse acribillado por hechos varios, ninguno más importante que el otro? ¿Y el vértigo del relato? ¿Quién detiene las fabulaciones alrededor de un hecho tan simple como despertarse? Tal vez la siguiente variación pueda resumir la importancia de este minitexto:

«Desde que en otros países se dieron cuenta de que a los mexicanos nos gusta mucho el cuento El dinosaurio, para amargarnos la vida y acabar con nuestra diversión se han dado a la tarea de inventar una ficción equivalente que anule el efecto de la anterior, pero con nulos resultados. De vez en cuando alguien sueña con algo que se le parece pero cuando se despierta se da cuenta de que el cuento ya no está ahí».

Y ni quien me rescate de mi exacerbado chauvinismo, yo que precisamente creía que todo esto venía del mexicanísimo e inamovible sistema político donde abundan los dinosaurios. Vivo en el error de creer que ciertas idiosincrasias son inherentes exclusivamente a nuestra nacionalidad, o que ciertas formas de gobierno son exclusivas de nosotros como aquella maquinaria dictatorial perfecta que ralentizaba ciertos cambios sociales, perpetuaba la corrupción, el tráfico de influencias y el nepotismo, y encima de esto se eternizaba en el poder, luego se irá por un tiempo para después volver a sus fueros. Ahora sigue ahí, pero  ya no son los gigantescos dinosaurios anquilosados, rutinarios, vetustos y aparatosos como diplodocus representados por la nomenklatura inamovible y autoritaria de los líderes sindicales y los oscuros funcionarios vestidos con cazadoras de piel, ahora vienen los más leves y raudos, los que son agiles como velociraptores que astutamente presentan una imagen jovial, moderna, carismática y de copete alto, muy ad hoc para los nuevos tiempos de movilidad y portabilidad tecnológica. El dibujante Eduardo del Río conocido como Rius hace esta variación:

«Cuando desperté, el PRInosaurio todavía estaba ahí».

Claro que en un sistema político que se deshace de sus agremiados que no le sirvan para sus fines para convertirlos en representantes del desgastado ancient régime que ya no es operante para los nuevos tiempos y que languidecen en el retiro viviendo de la pensión del Estado. Aquellos velociraptores de la juventud brillante (decimos con Salvador Novo) que se convertirá en la madurez negociada para pasar después a la vejez aborrecible que en este sistema político destruye a sus mejores hijos y los deja como caricaturas de sí mismos, como artríticos personajes de una pantomima. Me atreveré a abundar en esto:

«Y cuando me desperté, me di cuenta de que las cosas ya no eran como en mis épocas jurásicas. Pasaba mis días lentos como un animatronic en una feria, mal pagado y rodeado de insufribles y revoltosos infantes que corrían a todas partes y fingían asustarse. Qué cabrona es mi vejez dinosáurica».

El cuento es incesante, gira en círculos que se repiten como la aguja de un disco rayado una y otra vez sobre el mismo surco. Sabemos que es el mismo pero percibimos cambios en él al cambiar nuestros ánimos de interpretación. Tan cíclico esquema de repeticiones absurdas se parece a un trámite burocrático que se ralentiza hasta el cansancio, y luego vuelve a empezar con sus complicaciones bizantinas y su nivel de extrañeza kafkiana. El reptil entra y sale de su propio sueño que también es el nuestro, se confunde la identidad del soñante, se confunde la realidad como en un cuento chino. Puedo citar este:

«Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu».

Monterroso también reconoce su deuda con Kafka pero no olvida la influencia del cuento chino. En estos entrecruzamientos y correspondencias, nuevamente se fusionan ciertas mitologías. Ahora que ya no podemos parar el cuento, cito:

«Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha».

Y aprovechando esos círculos de tedio imagino esta variación:

«Y como el mal tiempo no amainaba y hacía mucho frío nos reuníamos todos a contar el cuento de El dinosaurio que empezaba según sé con esto de que se despertaba y a la mitad del cuento me interrumpían diciendo que mejor les contara la historia garciamarxiana del gallo capón porque para ser sinceros, con este temporal, despertar hubiera sido una irresponsabilidad digna de un reptiliano».

La brevedad se apoya en la inteligencia de quien lee. Hay que decir sólo lo necesario. Basta un guiño de ojo, la idea bastante sensata de que si hay que explicar algo demasiado es que nunca fue entendido en su cabalidad, ni lo será. Mejor será no explicar nada y llegar por vía directa al punto consumado donde todo se ha resuelto tan solo para enunciar de nuevo el misterio. Como microrrelato, el texto va a sugerir, lo hará hasta el cansancio; lo van a rodear las explicaciones queriendo engrosarlo, completarlo,  buscando su acomodo en algún espaciado entre palabra y palabra, el texto se va a seguir acortando, como este de Luis Felipe Lomelí titulado El emigrante:

«— ¿Olvida usted algo?

— ¡Ojalá!».

Basta la sugerencia. He imaginado ciudades abandonadas, amores que se quiebran en el tedio, apasionamientos que de súbito rompen en el desencanto, lentos olvidos que no quieren serlo, ardorosas memorias que forman un infierno en la conciencia de quien ama, paradas de autobús que nos ven descender tristes del transporte, viajeros de miradas tristes que se acomodan en el asiento para entablar conversación con el compañero de viaje, memorias que laceran con la idea de un paraíso añorado, funcionarios de aduana que tienen que escuchar una y otra vez la historia de nuestra visita a ese país, de aquella mujer que conocimos y que quisimos mucho, ojalá pudiéramos olvidarla. Sugiero yo también, sólo eso, la culpa no es mía sino de quien decide que usará las tijeras de la elipsis hasta quedarnos con esa frase. Volveré a leer en cuento en un momento posterior, seguramente pensaré en algo.

El escritor español Juan Pedro Aparicio lleva la microficción hasta sus últimas consecuencias con este relato que consta de una sola palabra:

Luis XIV. Yo.

Para evitar confusiones no incluyo el entrecomillado. El punto final también es parte del “relato”. Qué los especialistas se devanen los sesos. Podemos recortar más si queremos. Guillermo Samperio propone una hoja en blanco. Esto se llama El fantasma:

Es posible que si observamos con detenimiento podamos encontrarnos con algo. Desaparece el texto, es pura ausencia, la idea es que ese fantasma puede ser lo que nosotros queramos. Veo las esquinas, la pureza de las líneas rectas y ya pienso otra vez en un dinosaurio pero no aparece por ninguna parte. Una última variación:

«Cuando desperté, el dinosaurio ya no estaba, pero estoy seguro de que debe seguir por ahí, aunque no lo sé con certeza, todo es cuestión de buscarlo».

¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO?

VÁZQUEZ MALDONADO, JOSÉ NOÉ: «Algunas variaciones reptilianas». Publicado el 16 de mayo de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.33 – URL: https://revistamito.com/algunas-variaciones-reptilianas/

Augusto MonterrosoEl dinosaurioMicroficciónMicrorrelato
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José Noé Vázquez Maldonado

 

Estudió contaduría pública en Puebla, México, carrera que decidió no continuar. Tiene algunos diplomados en lenguas extranjeras. Es lector compulsivo y aficionado al cine, a la literatura y a la música. Estudia actualmente en los cursos de extensión universitaria de la BUAP en Puebla, México.

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