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Mito | Revista Cultural
Crítica 0

Alamut, el viento helado

Por Antonio Costa Gómez el 9 abril, 2015

La ferocidad de las doctrinas

Estoy en una habitación en Shiraz y me acuerdo de la novela “Samarcanda” de Amin Maalouf. Miro en el mapa y ubico la fortaleza de Alamut donde se escondía el Mago de la Montaña, al norte de Teherán, al pie de los Montes Elburz. Pienso en esa amistad absurda y casual entre Omar Jayam y Hashan Sabah, entre el poeta tolerante y el doctrinario rígido, entre el amante del vino y el que prohíbe todos los placeres. Y manda comandos por todo el mundo a asesinar a los que viven y se salen de las doctrinas. El cabronazo que prohíbe todo y rechaza todos los sentimientos. (Wladimir Bartol en “Alamut” lo plantea de otra forma, según él Hashan Sabah no cree en nada pero impone la rigidez a los demás a cambio del paraíso de las drogas).

Y también ahora alguien pretende que los integristas son la defensa de los pobres contra los ricos, que se oponen al capitalismo liberal y al sistema dominante, que son rebeldes. Pero la rebeldía, como señalaba Albert Camus, habla en nombre de la dignidad del ser humano y no contra ella, en nombre de la cultura y no contra ella, en nombre de la libertad y la vida y no contra ellas. El pragmatismo capitalista puede ser injusto y vicioso, puede traficar con las gentes y aplastar a millones de seres, pero la solución nunca estará en vientos helados de puritanismo y de doctrina cortante. La peor peste siempre son las doctrinas que aherrojan la vida y acaban con todo y no dejan crecer nada. Prefiero adorar a la Diosa Blanca del Delirio que justificar a Profetas Carniceros.

Castillo de Alamut en la provincia de Qazvin, Irán. Ninara

Les hacía a sus discípulos tomar hachís y ellos creían que habían estado en el cielo. Y como habían experimentado el cielo, obedecían ciegamente todas sus órdenes. El tipo se retiró del mundo y negó el mundo totalmente. Levantó una fortaleza inexpugnable donde todo era fuerza y austeridad. El reino del desprecio y el prohibir todas las experiencias. El puritanismo más asesino, en el sentido más literal de la palabra. Es como el “viento helado de Dios” que quiere segar a todas las brujas de la disidencia en “Las brujas de Salem” de Arthur Miller.

Henry Miller escribió “El tiempo de los asesinos” para hablar de la libertad y la ruptura de todos los prejuicios. El asesino, el tomador de hachís, le parecía el prototipo de todas las liberaciones. Se inspiró en Rimbaud que escribió un poema lleno de entusiasmo y sabiduría, “Mañana de embriaguez”, donde acaba con todas las tiranías y da la bienvenida al “tiempo de los Asesinos” (tomadores de hachís). Pero , demonios, Rimbaud te invita a vivir sin límites igual que Baudelaire en su poema “Embriagaos” o igual que Píndaro cuando dice “agota el campo de lo posible” o igual que Camus cuando cita a este último en “El mito de Sísifo”. Y el Viejo Doctrinario quiere acabar con la vida. Ahí está el enorme malentendido, cuando una cosa coge el nombre de su contraria.

No me explico como pudieron tomar a ese tipo como símbolo de libertades. Cuando es el prototipo de todas las intolerancias. El rabioso intolerante que persigue por todas partes a los que sueñan y viven. El prototipo del ojo vigilante que sabe lo que hacen todos en todas partes. El policía totalitario que desde su Montaña nos vigila a todos. El diosecillo reseco que no quiere vivir él mismo ni dejar vivir a nadie. El mayor amargado de todos los tiempos.

También William Burroughs, que tenía unas cuantas empanadas mentales, lo toma como símbolo de liberación en una de sus novelas, “Nova Express”. Hashan Sabahh es el disidente, el secreto, el subterráneo, el que se opone al sistema. Pero coño, William, no me hagas reír. Si ese tipo es el que pretendía meternos a todos en vereda. El que pretendía implantar el Sistema universal. Y no sabía de países y culturas y ejecutaba a cualquiera en cualquier parte. William, estabas un poco despistado. Igual que cuando mataste a tu mujer en México jugando de manera idiota a Guillermo Tell.

A veces he intentado yo tenerlo también por alguien sugerente. Me lo imagino en su soledad, libre de todo, sin que nadie lo controle, entregado a sus fantasías. Pero es que él no tenía fantasías. Ni tenía vida ni experimentaba nada. Era solo una máquina de cumplir doctrinas. Y él no es la noche ni lo secreto porque todo en él es mirada. Mirada que nos quiere aplastar. Y que en nombre de un paraíso asesino nos quiere matar a todos. Mal hayan los paraísos que han provocado tantas muertes y torturas.

Y enfrente de él está Omar Jayam, el poeta, el que le gusta el vino, el que duda a menudo, el que tiene experiencias intensas, el que vive a veces secretos inefables, el que ahonda en su vida por instantes. El que seguramente era sufí, el que duda de las doctrinas pero no de la vida. El que estuvo a punto de morir varias veces por sus afirmaciones. El que tuvo que escapar de tantos sitios. El que descubre cosas y no puede decir que las descubre. El tipo de la montaña no lo mata porque tuvieron una conversación casual una noche en una posada y los dos eran perseguidos.

De modo que la cosa está entre ese Omar Jayam que da vueltas, que vagabundea, que no puede dejar de sentir lo que siente, que ama y conoce la noche, que yerra por las ciudades y los desiertos, que llega a Samarcanda y deslumbra a los tiranos, y ese amargado que rechaza la vida, que todo lo reduce a un libro (leer muchos libros es maravilloso, pero leer uno solo es terrorífico), que cuadriculó el mundo en una noche infame, que se encierra en su fortaleza para que no lo toque la vida. El puritano de los puritanos.

Busto de Omar Khayyam en Nishapur. Muhammad Mahdi Karim

La fortaleza contra los vagabundos, el teólogo contra el viajero que ha visto tantas cosas y ha tenido que tolerar tantas cosas. Y el poeta que tiene que esquivar al doctrinario, y la gente que tiene que vivir secretamente con el poeta por debajo de las fórmulas resecas del doctrinario. El tipo que te ofrece vino y brinda contigo contra el que te corta la cabeza. Y tú que tal vez tienes que soportar al verdugo y recoger por debajo en la noche un poco del vino que te ofrecen.

No, a veces la gente no sabe muy bien dónde está. Desde luego Henry Miller estaría mucho mejor tomando vinos con Omar Jayam que con Hashan Sabah en medio de paredes desnudas. Me gustaría ver la cara que ponía Hassan Sabah el Estreñido al leer las primeras líneas de “Trópico de Cáncer” .


¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO?

COSTA GÓMEZ, ANTONIO: «Alamut, el viento helado». Mito | Revista Cultural, nº 20. 9 de abril de 2015. URL: https://revistamito.com/alamut-el-viento-helado/

AlamutAlbert CamusAmin MaaloufArthur MillerHashan SabahhHenry MillerOmar JayamTeheránWilliam BurroughsWladimir Bartol
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Antonio Costa Gómez

Antonio Costa Gómez

 

Nacido en Barcelona en 1956, se crió en Galicia desde muy pequeño. Estudió Filología Hispánica e Historia del Arte y hoy es profesor de Literatura en enseñanza media. Ha publicado libros en todos los géneros literarios: ‘Revelación’, ‘Delirio del fuego’, ‘El tamarindo’, ‘Las campanas’, ‘La reina secreta’, ‘La seda y la niebla’, etc. con los que ha sido galardonado con numerosos premios: la Estafeta Literaria en 1976, el del Ministerio de Cultura en 1981 o el de Amantes de Teruel en 1985. Con ‘Las campanas’ llegó a la última votación del Premio Nadal en 1994 y del Premio Planeta en 2001. Colaborador en más de una treintena de diarios y revistas, ha viajado por los cinco continentes.

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