Vitalismo en un «Viaje a Pie»
-
Hacia finales de 1928, el escritor colombiano Fernando González partió de su natal Envigado, en un viaje que lo llevaría a recorrer gran parte del occidente colombiano, en compañía de su amigo el ex jesuita don Benjamín Correa.
-
Se trata de un paseo a pie a través de los campos colombianos que el pensador antioqueño narra en su libro “Viaje a Pie” ( Le Livre Libre, 1929), obra en que expone las reflexiones y conjeturas a que se entregaron los dos amigos durante su periplo por las zonas rurales colombianas.
Viaje a pie constituye un himno a la vitalidad que se centra en una fisiología resuelta enérgicamente; se trata de una vigorosa manifestación del vitalismo biológico, es decir, aquel que reivindica la vida como realidad singular en sí misma, imposible de entender en términos ajenos a la vida misma; “Somos muy felices fisiológicamente” (González F. 1929: 9) -dice González- y con ello centra lo corpóreo como primera realidad de la vida, se enfatiza la sobreabundancia de plenitud que proviene de la relación entre el cuerpo y su entorno natural, subrayando así el rol primordial del cuerpo, los instintos, lo irracional, la naturaleza, la fuerza y la lucha por la subsistencia.
Así pues, el origen de este viaje no obedece a un afán turístico, ni comercial, mucho menos a una peregrinación por motivos religiosos, se viajó simplemente para conservar esa flexibilidad del cuerpo joven, para respirar el aire de la mañana, para alejar la carga que impone el sedentarismo y al ritmo de la caminata mantener la lozanía y la energía: “La salud, la conservación de nuestra elasticidad juvenil, son finalidades del viaje.” (González F. 1929: 15). Obviamente un viaje con estos fines, es causa de asombro para la Colombia rural de finales de la década de 1920, el catolicismo y las continuas luchas entre gamonales liberales y conservadores, ocupaban todo el escenario de lo correctamente aceptado, así que es una completa extravagancia viajar sólo para fortalecer el cuerpo, olvidando negocios, alma y quehaceres políticos, que es lo propio de todo sensato ciudadano. Tenemos pues que Viaje a pie es un relato de una originalidad extrema, esta inusual narración no tiene su fuerza en la descripción de los lugares visitados por los dos viajeros, curiosamente este relato de viaje tiene muy pocas descripciones; este periplo desencadena primero que todo una serie de sensaciones y alegrías originadas en la corporeidad, y, a su vez, una serie de pensamientos y análisis referidos a la situación político-social-religiosa de la Colombia de la década de 1920, esta historia se mueve entre estos dos momentos que resultan inseparables, en otras palabras, la estructura del relato crea una interacción, una simbiosis, entre las reflexiones originadas en el contexto socio-político-religioso colombiano y la rotunda alegría fisiológica de ser simplemente una animal humano bajo el sol. Así, lo luminoso de este viaje reside en las originales y polémicas apreciaciones que el autor crea alrededor de sus sensaciones fisiológicas, aseveraciones que no sólo son contundentes en su afirmación de la realidad natural, biológica, sino que además resultan graciosas para el lector y polémicas para el clero católico Colombiano; cuando uno de los dos viajeros declara ser feliz fisiológicamente, está afirmando como primera realidad el cuerpo y su buen funcionamiento, un cuerpo felizmente adaptado a su entorno natural, estas declaraciones inmediatamente remiten a Darwin y su teoría de la evolución, y la molestia que siente la iglesia ante estos temas.
En este punto, cabe anotar una conexión directa entre el pensamiento de Fernando González y el pensamiento nietzscheano, pues la obra del pensador alemán puede entenderse como radical intento de hacer de la vida lo Absoluto. Si Nietzsche cree posible medir el valor de la metafísica, la teoría del conocimiento y la ética a partir de la propia oposición o afirmación de la vida, ello se debe a que entiende la vida, no sólo como creación y destrucción, sino como el ámbito propio de la alegría y el dolor; por ello, Nietzsche acusa al cristianismo de contradictor u opositor a los instintos de conservación y a lo que él considera la condición humana:
“El cristianismo ha tomado partido por todo lo que es débil, humilde, fracasado; ha hecho un ideal de la contradicción a los instintos de conservación de la vida fuerte; ha estropeado la razón incluso de los temperamentos espiritualmente más fuertes al enseñar a sentir como pecaminosos, como extraviados, como tentaciones, los supremos valores de la espiritualidad.” (Nietzsche, 2011: 26)
Los hijos de los González Ochoa: Alfonso, Daniel, Alberto, Graciela, Fernando y Sofía. De pie, adelante, Jorge. Una foto de 1907
En el mismo sentido, Fernando González considera que el catolicismo, al condenar el pecado e inspirar el miedo a caer en pecado, convierte al ser humano en alguien torturado por la culpa y saturado de remordimientos:
“El Catolicismo, al~establecer una contradicción invencible entre los sentidos y el espíritu, hizo imposible para el hombre el ambiente de la tierra y desde entonces es un ser atormentado, un judío errante.” (González F. 1929: 189)
Cabe recordar que no es casualidad que el pensador antioqueño se haga eco del pensamiento nietzscheano, pues el mismo González declara abiertamente su admiración por el pensador alemán, tal como se lee en Viaje a pie:
“Alemania… Ahí han aparecido los predicadores de la energía, de la guerra. Nietzsche –¡cómo se alegra el alma al recordarlo!– fue el goce dionisíaco” (González F. 1929: 34)
Como vemos, Fernando González llama a Nietzsche “predicador de la energía”, es decir, vitalista. En efecto, Nietzsche concibe al ser humano en términos predominantemente biológicos, el ser humano es uno más de los animales y todo su proceder no es más que la continuación de su animalidad; lo que diferencia al hombre de los demás animales es que, mientras estos últimos encuentran en el instinto el medio infalible para llegar a ser lo que son, al hombre sus instintos no le bastan, dado que esos mismos instintos piden ser engañados; de este modo, el hombre trata de alejarse de la bestia que reside en su interior mediante lo que Nietzsche llama la mentira de la moral:
“La bestia en nosotros quiere ser engañada; la moral es una mentira harto necesaria para que seamos arrancados de ella. Sin los errores que residen en los cálculos de la moral, el hombre habría permanecido animal. Por ese medio se ha tomado por algo superior y se ha impuesto leyes más severas. Tiene, por eso, odio contra los grados que han quedado más próximos a la animalidad […]” (Nietzsche, 1986: 25)
El hombre no sólo ha provocado su destino más que cualquier otro animal, sino que, además, ha sido el único que ha luchado contra el animal y se ha empeñado en una lucha contra la naturaleza a fin de dominar. En este sentido, González comparte la idea nietzscheana de concebir al hombre como un animal más, con el agravante de ser un animal triste que para colmo contagia su tristeza:
“Únicamente el hombre es animal pródigo, desordenado, saltarín y, al mismo tiempo, animal triste. Los animales domésticos han sido contagiados de tristeza y desorden por el hombre. La casa del hombre es el lugar del pecado. Toda la vida cósmica es ordenada, metódica y alegre. El mono, el perro, el caballo, han sido corrompidos en la casa del hombre.” (González F. 1929: 34)
Iglesia de Santa Gertrudis. Envigado, Colombia | Jenny Pee
Esta tristeza proviene, en su mayor parte, de la negación del cuerpo, de negarse al disfrute de los sentidos y olvidar la soberanía de la anatomía sobre la vida. Es evidente que para el pensador antioqueño el cuerpo no se presenta como dualidad de los sentidos y el alma, podría decirse que tal dicotomía cartesiana aparece en cierto modo superada, pues para Fernando González, el alma y los sentidos forman una unidad con el cuerpo: “El espíritu se ha unificado con el cuerpo y con la tierra: todo es una unidad; no hay contradicción en nosotros” (González F. 1929: 249); En este sentido, González se encuentra en la misma línea del pensamiento Nietzscheano, recuérdese el pasaje de Zaratustra titulado “De los despreciadores del cuerpo”; en dicho pasaje, la expresión “despreciadores del cuerpo” alude a una concepción antropológica dualista a la que Nietzsche opone una dimensión corpóreo-material, que, para Nietzsche, sería la única existente:
“A los despreciadores del cuerpo quiero decirles mi palabra. No deben aprender ni enseñar otras doctrinas, sino tan solo decir adiós a su propio cuerpo –y así enmudecer.
‘Cuerpo soy yo y alma’ –así habla el niño. ¿Y por qué no hablar como los niños?
Pero el despierto, el sapiente, dice: cuerpo soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa; y alma es solo una palabra para designar algo del cuerpo. El cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un único sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor. Instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón, hermano mío, a la que llamas ‘espíritu’, un pequeño instrumento y un pequeño juguete de tu gran razón. Dices ‘yo’ y estás orgulloso de esa palabra. Pero esa cosa más grande aún, en la que tú no quieres creer, tu cuerpo y su gran razón: esa no dice yo, pero hace yo.” (Nietzsche, 1981: 18)
Así pues, volviendo a González, la Colombia de la época olvidó la soberanía de la anatomía sobre la vida, ¿Quién ha ocasionado este olvido?, la Colombia clerical responde nuestro viajero, “¡Cuán desconocido y despreciado es el deporte por los colombianos clericales! Quieren mucho el cuerpo humano, pero en la oscuridad; es un amor de facto”. (González F. 1929: 15), así que para la Colombia de aquella época, el cuerpo emerge en una especie de asalto sin mediaciones amorosas, violación y dominación, y después constreñimiento religioso de la lasciva máquina. De este modo, la narración adopta una postura crítica frente al sedentarismo que olvida la constante dinámica del cuerpo y el constante fluir de la sangre, frente al hombre sedentario que olvida sus vitales funciones fisiológicas y espiritualiza su quietud: “gente sedentaria que al vernos de viajeros a pie, nos miraban tristemente como a vesánicos” (González F. 1929: 20), la memoria del milenario nomadismo está olvidada por estos hombres que odian el movimiento, pero aun este antiguo recuerdo corpóreo reposa en sus genes, en sus músculos que a veces quieren trepar, en sus pies que a veces quieren correr e iniciar caminatas más allá de la ciudad, son hijos del movimiento; el hombre pensó primero con las manos dice el famoso filósofo Anaxágoras; estos hombres han perdido el ritmo en el reposo, este hombre sedentario sufre de arritmia. Es lógico entonces que el ejercicio de caminar, conecte al caminante con sus más remotos antepasados, los nómadas; el que camina vuelve a viajar de la manera más simple, por extensión, el que camina observa, medita, es cuerpo y espíritu en perfecta sincronía. caminar es la posición más natural del cuerpo, la ligereza del caminante contrasta con la pesadez del viajero motorizado:
“Íbamos, pues, de cara al oriente, trepando a Las Palmas, por el camino bordeado de eucaliptos, entregados a nuestro amor a la juventud, al aire puro, a la respiración Profunda, a la elasticidad muscular y cerebral” (González F. 1929: 20)”.
Ello se traduce en un alegre hedonismo que nos conduce a los saludables y sencillos placeres que comentaba el filósofo Epicuro en su jardín, no son los placeres de la lujuria o la gula, es sólo el placer del cuerpo juvenil y saludable que sabe contener su energía; no es el placer corporal del disoluto, es el hombre que guarda su fuerza, que goza del movimiento muscular y que saber ser feliz desde allí; no es un yo el lugar de la felicidad, ¡es sólo un cuerpo saludable! , qué simple es esto, pero que fácil se olvida, priorizando realidades emanadas de un yo, una conciencia, o un espíritu.
Fotografía del Corregimiento de Pantanillo en Abejorral | Oscardon01
Así pues, nuestros dos caminantes se declaran ser sólo dos filósofos aficionados, no quieren practicar el estilo Alemán de hacer filosofía: rigurosidad, coherencia, sudor de escritorio; los dos viajeros quieren conservar el derecho a contradecirse, quieren mantener unida la palabra con el movimiento, con la vida, su filosofía es pragmática, ya que saben que sus ideas y todo lo demás que compone la vida, es provisional; así el hombre es un animal ubicado en un entorno, cuando este cambia, es diferente el hombre, olvidar esto para construir teorías es hacer filosofía profesional; los juicios obedecen a la experiencia, no son a priori, las famosas ideas generales que nuestros viajeros no logran encontrar, pertenecen a ese mundo previo a la experiencia, y por tanto, no hacen parte de la filosofía pragmática, ni de la filosofía de escritorio alemana. Como ya se mencionó, los dos viajeros, no viajan en la forma tradicional, no van en tren o automóvil, son extraños, viajan a pie, la Colombia clerical, conservadora o liberal, no comprende por qué es importante conservar la dinámica de la vida, el movimiento; estar desnudos bajo el sol, mientras se practica la gimnasia Sueca, es algo obsceno y desconcertante para el hombre de la Colombia rural; los curas y los caudillos han predicado, en el púlpito y en la plaza pública, que desobedecer lo establecido, lo tradicional, es pecado, y la pobre campesina que era Colombia en aquella época ha creído fanaticamente estas palabras. Sin embargo, nuestros viajeros también declaran con gran fuerza que caminar es la condición más natural del hombre, no se amilanan por ser vistos como dos orates, caminan enérgicamente mientras filosofan sobre los jesuitas, los hombres gordos de Medellín y las jóvenes vírgenes que encuentran en los caminos, como Julia. ¡Son dos filósofos peripatéticos!
Ahora, la ciudad resulta ser el lugar que niega la verdadera esencia del cuerpo: el movimiento. En la ciudad la vitalidad se ve asfixiada y debilitada por el reposo, y, además, la actitud clerical silencia la vida y las demandas del cuerpo. Es ese mismo sedentarismo el que hace que en la ciudad se sienta más pesadamente el ambiente social que dominaba en la época, ambiente que lleva a González a sostener que en Colombia no se tenía ninguna alegría fisiológica, en alusión directa a la constitución de 1886. Dicha constitución fue producto de la llamada “Regeneración” de Rafael Nuñez, programa político conservador por excelencia que no sólo le devolvió el poder a la iglesia católica sino que además le entregó el control de la educación en Colombia. de ahí resulta el hecho de que la polémica con el caudillismo colombiano sea constante en este viaje que, peses a todo, es más interior que exterior; a pesar de que se realiza un desplazamiento, las dos actividades marchan al unísono; así, irónicamente se iguala al partido conservador con el deseo que tenía don Benjamín de ser un conservador de la especie mediante acto sexual con una de esas vírgenes del camino; el partido conservador en matrimonio perfecto con la iglesia católica había retornado a los curas la excepción de impuestos y el poder de decidir qué enseñar en los colegios y escuelas de Colombia, y, a su vez, el poder de elegir y nombrar a los maestros con la constitución política de 1886; La iglesia delineaba el currículum académico y elegía el colegio de profesores, además prohibía el divorcio; este ambiente tenía como consecuencia la ignorancia de la euritmia, ya que emocionalmente el colombiano de aquel entonces no se movía en sincronía con su cuerpo, la idea de pecado lo paralizaba:
“En Colombia, desde 1886 no se sabe qué sea alegría fisiológica; se ignora qué es euritmia, qué es eigeia. (González F. 1929: 16)”.
Gonzalez veía esta educación como productora de esclavos y por ello afirmaba:
“Hasta hoy, en cuatrocientos años que lleva de vida pública este continente, las generaciones han sido hechas para el miedo, la vergüenza, la esclavitud y el pecado” (González, 1995b: 147).
Municipio el Retiro, Antioquia, Colombia | Andrés EM
Así pues, la llegada del catolicismo trae consigo la conciencia de pecado que en nosotros se traduce en complejo de inferioridad, pues tal conciencia de pecado resulta producida por nuestra condición de ser diferentes a los europeos quienes serían para nosotros los portadores del auténtico ser. Consecuencia de lo anterior es una crisis de identidad suscitada por un sentimiento de culpa que lleva a los miembros de nuestra cultura a la aspiración de ser algo que no se es, imitando aspectos propios de los europeos y negando así nuestra propia identidad, tal como advierte Luis Alexander Aponte:
“Elementos claves, propios de lo colombiano, resultan ser la vergüenza y la vanidad, el no reconocer lo que se es para aparentar lo que no se es, añadiéndose a esto que, como se ha venido insistiendo, se identifica a partir de un elemento que le es ajeno. De ahí su frustración, puesto que no ha encontrado un elemento endógeno para su identificación, quiere ser europeo sin serlo.” (Aponte, s/f: 16)
Por otra parte, el dominio eclesiastico-politico sobre el ambiente cultural de la época, que, como ya hemos comentado, se opone al vitalismo que canta y exige el pensador antioqueño, lleva al asombro de los campesinos que no logran entender el empeño de nuestros viajeros, no comprenden el porqué de un caminar sin propósito sacro, no entienden el para qué de un viaje a pie cuando se cuenta con trenes y automóviles. Para colmo, los dos caminantes son compatriotas, no se trata de dos excéntricos norteamericanos, ello sería normal; son dos compatriotas que se comportan de manera extraña; para esos campesinos el camino es tan sólo una línea recta carente de atractivo, “el ignorante se aburre en los caminos -Dice Gonzalez-; sólo percibe las sensaciones de cansancio y de distancia. ” (González F. 1929: 20). Esta ignorancia a que alude González se traduce en una ausencia de curiosidad que emana del hartazgo, el campesino y citadino de aquella época sólo entendía la oración y el azadón, y sí era un funcionario público sólo entendía de negocios. La fraseología eclesiástica y politiquera abrumaba sus fuerzas vitales, y los conminaba a proyectar la vida fuera del orden de la salud y la fuerza, a desnaturalizarse, a olvidar que “caminar es el gran placer para el cuerpo, pues todo está hecho para ello (González F. 1929: 38)”.
Por su parte, nuestros viajeros sueñan con otro tipo de hombre, un hombre que está por nacer, pues en estos parajes colombianos aún falta por crear al hombre. Del mismo Nietzsche considera que el hombre debe ser superado, González afirma que hasta ahora, nuestro país ha estado habitado por animales, apenas, parecidos al hombre (Cfr. Aponte Rojas, S/F:11); así pues, el hombre que sueñan estos caminantes es un hombre que no se pierde en teorías, que se aboca más a los actos que a la palabrería, un hombre que valora su vida instintiva, ¡honor al hombre de acción ¡ , este hombre se opone a todo lo que merme la vida, a todo aquello que oculta y disimula las fuerzas vitales; es importante señalar aquí que estas teorías sobre el fortalecimiento de la vida fueron características de la década de 1920-1930, aunque es evidente que estas ideas son más que palabras, ya que se refieren a la vida misma, a la condición biológica y psicológica del ser humano.
Amanecer La Ceja Antioquia | Mauricio Agudelo
Así pues, nuestros viajeros pretenden conservar toda la vitalidad propia de su juventud, su estrecha relación con la vida, y, de este modo, las mujeres que encuentran en su camino les recuerdan esta sobreabundancia del vivir; una vieja en el camino, les recuerda que todo depende del ánimo con que enfrenten los retos, “se reduce todo a la cantidad de ánimo” (González F. 1929: 35), la alegría de estas viajeras, su indiferencia ante la fatiga del camino, la belleza de las formas corporales y la fecundidad de las jóvenes, que conocen en su periplo, los llevan a identificar la vida con la mujer, ¿qué es el mundo sino la mujer? (González F. 1929: 113), se pregunta nuestro viajero, ella es la exuberancia de la salud, sólo por ella el hombre se conecta directamente con la tierra, en ella florece la vida, y por esa razón ella posee la máxima expresión de la sensualidad, “Para nuestras encantadoras lectoras sí queremos anticipar que nuestra metafísica es efímera, agradable y esferoide como los encantos de sus cuerpos”. (González F. 1929: 207)”, una sensualidad completa como una esfera, por esa razón la iglesia y los curas le temen, así nuestro viajero sentencia que: “Cuando no sudemos, cuando no deseemos la mujer ajena, ese colchón de tejido adiposo, tan tentador, ya no seremos” (González F. 1929: 248). En este punto, cabe resaltar la importancia de la destinataria: Julia, aquella joven dos años atrás robó el corazón de don Benjamín; esa joven a la que se canta todo el tiempo, pues el corazón del hombre no puede evitar el levantar un himno a la mujer amada:
“Al oír a la vieja, también te recordamos a ti, bendita Julia, y te compusimos este canto: ¡Oh, tú, amor, mujer y bestia! ¡Bestia divina en todo: en tu cuerpo prieto, en tu cabellera ferina, y en tus ojos … ! ¡Cuánta luz en tus ojos negros! ¡Era como luz en la noche! Allí, más que en parte alguna, estaba tu fuerza que se nos imponía, que nos hacía despreciar nuestro lote de vida, para admirarte. Era igual eI destello de tus ojos al destello de los ojos ferinos entre las oscuras cuevas ” (González F. 1929: 31)
Así pues, Viaje a Pie trata gran diversidad de temas tales como: la castidad, la belleza, la amistad, la muerte, la lógica, el sentido del tacto, el dinero, el crédito, el pensamiento, la filosofía alemana o la escritura, y, en esta diversidad de asuntos, palpita la influencia de Nietzsche, pero también de Schopenhauer y Stendhal, entre otros. A manera de conclusión, y, como corolario de toda la diatriba anterior, el libro termina con un agudo y jocoso reproche, en tono de sermón, por parte del mismo Dios Padre; sin embargo, aunque tal reprimenda no tiene un propósito de enmienda si contiene la modesta confesión de quien acepta su humilde destino: “Confesamos, SEÑOR, que somos el animal que suda y que se hunde en la tierra cuando tu voz le llega, así como la lombriz cuando se levanta el cespedón”(González F. 1929: 267) . No obstante, tal acto de contrición no resulta suficiente para una sociedad enferma de catolicismo como la colombiana; Viaje a pie fue condenado por el arzobispo de Medellín, en 1929, condena corroborada por el arzobispo de Manizales, quien en 1930 lo condenó como lectura prohibida bajo pena de pecado, como advierte J. S. de Montfort: “
Le reprobaban sus “sarcasmos volterianos”, los asuntos lascivos sobre los que trataba y el “sensualismo brutal” que respiran todas sus páginas.” (J.S. Montfort, 2014: 2)
Afortunadamente, el libro sobrevivió a tal condena y la fuerza vital de sus palabras pervive y ha acabado por imponerse, pues como el mismo Fernando González escribió: “los libros son depósitos de poder” (González F. 1929:177)
Portada: El filósofo colombiano Fernando González Ochoa en el Nevado del Ruiz en 1928. El recorrido que inspiró Viaje a pie, publicado en 1929.
Para saber más:
- Aponte Rojas Luis A.(S/F), Identidad colombiana en Fernando González Ochoa, disponible en linea.
- González, Fernando (1929), Viaje a Pie. EDITORIAL «LE LIVRE LIBRE» 141, Boulevard Péreire, 141 PARIS MCMXXIX .
- González, Fernando (1995b), Cartas a Estanislao, Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana.
- J.S Montfort (2014), El egoísta supremo. El viaje de Fernando González Ochoa. Disponible en linea.
- Nietzsche F. (2011), El Anticristo. Editorial los libros más pequeños del mundo. Lima, Perú.
- Nietzsche F. (1986), Humano, demasiado humano. Editores mexicanos unidos. México.
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? https://revistamito.com/a-proposito-de-fernando-gonzalez-ochoa/ : «A propósito de Fernando González Ochoa». Publicado el 28 de febrero de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.30 – URL: |
Sin comentarios