Estados Unidos policromático. Más allá del verde de los dólares.
Integramos una sociedad donde cada vez hay más de todo y parece haberse vuelto imprescindible clasificar para mantener el orden y apreciar las cosas. Quizás esa es la mejor excusa de estos días para los estereotipos. En nuestra sociedad, las etiquetas están a la orden del día y a pesar de la creciente cantidad de corrientes en auge focalizadas en el desarrollo espiritual y la reforma del comportamiento que intentan combatir las mentes cerradas y las generalizaciones, por el momento la balanza no parece estar siquiera cerca de cambiar su inclinación.
Estados Unidos es, quizás, uno de los países más presentes en la conciencia mundial y es que por las razones más variadas, logra estar en boca de todos con bastante frecuencia y en casi todas las comparaciones. Claro que las razones que sustentan su fama son de lo más diversas y han generado una opinión consolidada en el imaginario de más de uno. ¿Acaso se trata, efectivamente, de un país entero consumista y sin cultura tal como se lo tiene a catalogar?
La fama no siempre es justa
Nadie ignora los asuntos poltícos, económicos y hasta algunos crímenes aparentemente inusuales que ocurren en los Estados Unidos pero no son pocos los que asumen como inexistente la tradición cultural, con sus nada subestimables logros, a la hora de referirse a ese país. ¿Es que realmente no hay nada para remarcar en esta área? ¿Resultan comparativamente tan innovadores o llamativos los sucesos en otros aspectos que el factor social queda relegado?
Lo cierto es que culquiera que haya dedicando su atención a lo que los programas de noticias más enfocan, no dejaria de sorprenderse al explorar la escena cultural norteamericana.
Por alguna razón uno olvida que Hollywood, además de ser una industria, da lugar al arte y que por creciente que sea el porcentaje de producciones con tramas poco profundas, este país no deja de ser la cuna de muchos de los grandes clásicos del cine y, más aún, de tantos actores y directores que nos han quitado el sueño con los frutos de su trabajo y lo siguen haciendo. Y todos relacionamos a Europa con el ballet, la ópera y los compositores más destacados de la música clásica pero por qué olvidar que la danza contemporánea, nacida de la mano de auténticos investigadores del movimiento y teniendo como principal epicento de su desarrollo, precisamente, a los Estados Unidos; mientras una gran parte de la música que veneramos desde principios del siglo XX, ha surgido ni mas ni menos que “del país mas materialista del planeta”.
Pues no caben dudas de que ritmos como el rock and roll y el jazz revolucionaron mucho más que los clubes nocturnos y los estadios usados para recitales y no hace falta más que aventurarse por sus tierras para caer en la cuenta de cuanto hemos dado por hecho y olvidado valorar como productos de ese suelo.
¿Entonces Disney no es todo?
Disney no es más que lo que todos serían capaces de describir hayan o no estado allí: recintos categorizados como parques de diversiones equipados con todo lo necesario para mantenernos ocupados suficiente tiempo como para vaciar algunos bolsillos y que aún así, todos se vayan contentos. Sin embargo, sólo consiguen esto por algunos días y nada más. Hasta aquí, la imagen mental diseminada por el mundo concuerda con que no habría en ese país suficiente contenido para mantenernos saciados a mediano o largo plazo. Mas aún, cuando consideramos públicos de edades mas diversas. ¿Es esto realmente así? Hemos llegado al punto en que se abren los ojos y se enciende la lamparita. ¿Dónde queda, entonces, New York, por ejemplo?
Cada aficionado al diseño y al arte en estos días sueña con ir a la que parece haberse ganado el privilegio de ser considerada una de las mecas en ciertas cuestiones culturales de la modernidad. Y no se parece en nada a los parques de diversiones ni lo necesita. Más bien, NYC parece ser la versión adulta de aquellos. Y parece funcionar mucho mejor. Uno de los pilares en que asienta el atractivo es, de hecho, la variedad. La Gran Manzana, nos deja siempre con la idea de que queda más por ver, de que hay que pasar allí más tiempo para terminar de descubrir, de que es preciso volver y hasta vivir en ella alguna vez para que no queden dudas de que uno ha logrado quedar satisfecho. Y no es ningún misterio la razón por la que tachar toda la lista (que no deja de crecer) es imposible: la inversión para el sustento de nuevos proyectos no se detiene. Los artistas saben que allí hay público para todos y los espectadores, sabemos que en esa ciudad hay con que calmar los apetitos culturales más variados. Ciertamente no es la cuna ni el albergue de grandes volúmenes de historia antigua como tantos otros rincones del mundo. Y quizá esto sea el fundamento tanto de que parezca inagotable como de que valga la pena volver. Se trata, pues, del polo magnético que atrae todo cuanto nace. Lo nuevo en diseño y en cada arte fluye inequívocamente en esa dirección y nadie se preocupa con la posibilidad de aburrirse al re-descubrirla ya que lo mas probable es que la ciudad que encuentre cuando lo haga sea ya otra, una nueva.
Desde los museos omnipresentes hasta los teatros de Broadway, la tierra prometida de todos los talentosos que los demás estamos dispuestos a pagar por ver sobre el escenario y tan cerca de nuestros ojos como sea posible, Nueva York garantiza dejarnos constantemente boquiabiertos.
Sin embrago, la cuestión culinaria de tanto en tanto vuelve a hacernos dudar. Una oferta tan variada nos hace pensar en cierta falta de identidad propia. Todos nos maravillamos de poder encontrarlo todo en un solo lugar pero no parece haber nada realmente característico en tal ensalada. Finalmente uno siente que no es más que un espacio vacío que ha subalquilado parcelas a cada comunidad que sí poseía un estilo singular.
Y cuando todo parece estar perdido nuevamente, uno vuelve a encontrarse en la posición del olvidadizo ignorante ya que… ¿cómo es que uno se ha permitido olvidar que Manhattan no es todo y que el Bronx tiene mucho mas que fama? El hip hop ha nacido ahí y merece algo de nuestro reconocimiento. Surgido bajo la opresión y la falta de instrumentos, como fruto, inicialmente, de la pura avidez de expresión y arte, no es otra cosa que genuina poesía.
Aunque hay que recordar un detalle: el hip hop no es sólo neoyorquino. En efecto, es muy común en la jerga popular la referencia a “las dos costas estadounidenses” hablando, claro, de la Costa Este y la Costa Oeste y lo cierto es que ambas forman parte en este caso. A pesar de los casi 5 mil Km que las separan y de las diferencias extremas en tantos aspectos que mencionar sólo los más obvios, como la geografía y el clima, implica hasta pecar por la simplificación. Esto no ha evitado que el ritmo de los ghettos conquistara suficientes amantes como para que cada extremo llegara a desarrollar incluso su estilo particular teniendo suficiente cuidado para no desapegarse de las reglas básicas que definen no sólo al genero, sino lo que es más importante aún, a la mentalidad y al sentimiento que ponen en juego un DJ y un MC a la hora de ofrecernos la magia del rap.
Pero claro que hay mucho más que dos costas en los 50 estados. Y más que un ritmo y algún museo se han sabido ganar respeto entre los más virtuosos. De hecho, se puede encontrar suficiente para todos los gustos. Y para demostrárnoslo a nosotros mismos, disponemos de un gran rango de justificaciones que abarca desde el rebelde y desenfrenado rock ‘n’ roll, hasta el refinado jazz, sin olvidar al autóctono, aquel con el más puro olor a las tierras coloridas del desierto o pantanosas del sur, el country.
Basta con caminar sin mapa y dejarse llevar por la tarde en las calles del French Quarter o por la noche en Frenchman Street para que New Orleans nos saque de nuestro eje, de nuestros preconceptos y todo lo que llevamos con nosotros en nuestra valija para entregarnos a la alarmante realidad: si alguna vez nos dijeron que USA no es un solo país, no exageraron. NOLA (tal como se la llama localmente como abreviatura de New Orleans, Louisiana) parece fuera de contexto y hasta nos confunde. ¿Cruzamos una frontera en algún momento y nadie nos ha avisado? ¿O es que hemos vivido engañados?
Allí no hay convertibles, ni palmeras, ni rascacielos singulares; hay alma y esta a la vista. El espíritu de los lugareños rompe con cualquier etiqueta, burbujea, hierve y se evapora inundando nuestros pulmones. De repente, nos encontramos respirando un inglés diferente (con un acento que nos hace preguntarnos si nos mintieron cuando en la escuela dijeron que lo que nos enseñaban era ese mismo idioma), una música apasionada, una alegría contagiosa y un emocionante sentimiento de orgullo plasmado en los adornos omnipresentes con los colores del evento anual que representa el orgullo de ciudad: Mardi Gras, el carnaval local. De hecho, este no es un detalle menor y puedo asegurar que no pasa desapercibido ya que estamos refiriendo a la vistosa combinación de violeta, amarillo y verde.
Pero aqui nos hemos ido por las ramas y el objeto es referirnos, justo ahora, a eso que escuchamos mientras damos vuelta a la esquina. “Eso” es jazz y no deberíamos sorprendernos. Porque estamos en las calles de la ciudad que lo vio nacer, rodeados del pueblo que lo ha sabido llevar en la piel y al mundo.
Por otra parte, si la gente es lo que come, no queda más remedio que hablar de la unicidad de los platillos de la zona o, cuando menos, de como le han quitado a NYC el peso de definir lo que parecía faltar en la comida estadounidense: identidad. Lo cierto es que se le conoce como creole, derivado de las huellas que dejaron las sucesivas ocupaciones de la región sureña. La mayor parte de la influencia es francesa (a la que se suman la afro-americana, la española y la caribeña entre otras tantas más) y destaca la presencia ubicua de mariscos, porotos, especias, arroz y pimientos.
Hasta aquí ya parece que el relativamente poco afamado interior del país tiene más de un punto fuerte, ¡y eso que no hemos referido más que a una ciudad! Lo cierto es que hay más y vale mucho.
Sin alejarse demasiado, por fuera de los la singular NOLA, esta El Sur donde florece la música country, que ha hecho más que conformar el trasfondo de alguna que otra escena en cada película western.
Además de su base indiscutible en el folklore estadounidense , la cual a partir de las primeras décadas del siglo XX ha dejado de ser una simple recopilación de música sin autor conocido para convertirse en el fruto de artistas que vieron en lo autóctono suficiente valor para no avergonzarse y, en cambio, profundizarlo y desarrollarlo. Podríamos remontarnos a los primeros exponentes de estos estilos aunque sin nececidad de alejarnos tanto tanto, nos topamos a uno de los representantes más respetados y extensivamente populares del género: Bob Dylan. Claro que los hay también anteriores y extremadamente talentosos, pero seria errado tildarlo de anticuado y pasado de moda simplemente por la época en que han tenido esplendor. El country, pues, ha conseguido perdurar. Hoy en día hay más de una banda cuyo nombre aparece con letras grandes en los line ups de varios de los más grandes y respetados festivales musicales. No sólo se trata de los dueños de ese folklore que es la base, sino que incluso se ha extendido el entusiasmo y ha recorrido el océano para conquistar a jóvenes como los integrantes de Mumford and Sons en Gran Bretaña.
Claro que en algunos casos, al extenderse perdió algo de esencial pero ganó mucho en masivo y por negativo que esto parezca, no puede negarse el valor de que un género musical con orígenes anteriores a 1900 haya logrado suficiente impacto como para salir del under y conquistar un lugar en la música popular en estos tiempos de globalización y desapego.
Big Easy Express, una reciente película independiente sin desperdicio, muestra una gira compartida por Mumford and Sons y otras dos bandas que sí son estadounidenses: Edward Sharpe and the Magnetic Zeros y Old Crow Medicine Show. La primera, apuesta por una combinación de las raíces folk con indie mientras la segunda viene jugándose con una mayor exposición de la tradición country. El largometraje musical es muy recomendable. No sólo para incursionar en el estilo y curiosear un poco si todavía no se lo conoce, sino mas aún, para dejarse impresionar por la pasion de que es testigo.
Desde ya estas bandas no son las únicas, otros tantos artistas sumamente virtuosos reservados por muchos años a la vista de los admiradores del género tienen mucho que ofrecer y, si el viento sopla a favor, es posible que el reciente aumento de difusión recaiga en ellos también, como consecuencia del creciente auge del género.