«¡Y sin embargo resistentes!»
El poder ha sido considerado como represivo, pero ante la represión surgen nuevos discursos: la sexualidad Occidental también ha respondido a las imposiciones de identidad.
En el anterior artículo, titulado Nosotros, todavía victorianos, sosteníamos que la construcción de la sexualidad en Occidente se ha basado -y sigue basándose- en el modelo de la confesión y la búsqueda de la verdad, de la identidad sexual. Ésta tiene su origen en el interés burgués por conservar y mantener a su casta en el poder, siendo la era victoriana el ejemplo por antonomasia, en la que el sexo se transformó en el centro de sus preocupaciones: la salud sexual se tornó el pilar central en la medida en que procuraba la herencia y descendencia. Así, fue necesario aplicar sistemas de control y disciplina para que un tipo determinado de sexualidad imperara dentro del orden e interés burgués, normalizando sus conductas y excluyendo toda alteridad sexual, hasta el punto de crear lo que hoy conocemos por género masculino y femenino.
Ambos géneros resultaban ser una construcción social debido a un modelo productivo al que le interesaba que el sexo fuera concebido única y exclusivamente como reproducción, capaz de mantener al poder económico en su estatus. Sin embargo, dichas prácticas fueron más allá del orden burgués para instalarse en todas las capas sociales. La represión a la que la burguesía se había auto-impuesto acabó por someter a toda la población de occidente, y siempre con el mismo motivo: asegurar una producción industrial capitalista más eficaz y eficiente. El sexo se tornó uno de los problemas fundamentales, hasta el punto que el controlarlo y saber de él fue una necesidad social, política y económica.
La creación de un sistema graduado y con intervalos medibles en los cuales los individuos pueden ser distribuidos alrededor de una norma desde la que se organiza y se controlada distribución es a lo que Foucault llama normalización. Todo lo que escape a dicha norma, ya sea porque se oponga, porque se resista o porque, sencillamente, sea diferente a ella, se tildó de anormal. De ahí el proceso de normalización: convertir a los anormales en normales, corregir sus faltas e imperfecciones, aderezar sus conductas para reinsertarlos en el orden social. En definitiva, y como señalaban las teorías marxistas, reprimir los cuerpos para obtener unos determinados rendimientos. Sin embargo, de la misma manera que el poder puede ser una guerra constante que reprime y prohíbe, también tiene la virtud de incitar y producir. El poder puede dominar, pero también puede ser un modo de resistencia: sólo necesita de un nuevo discurso sobre la verdad.
Gay y lesbianas protestan en Chile contra la discriminación en el Día de los Enamorados. MUMS
En nuestra cultura el sexo no es algo exclusivamente para hacer, sino sobre todo para decir. A la pregunta sobre éste, muchas sociedades han respondido haciéndolo un instrumento de placer, siendo éste el motivo del ars erotica. En cambio, lo que ha caracterizado sexualmente a Occidente ha sido que ha considerado la sexualidad como el lugar de despliegue de un deseo que actuaría como revelador de la verdad del sujeto deseante. En otras palabras, el sexo ha sido el creador de identidades. Así, para nosotros, el sexo no sólo pone en juego un cuerpo y la identidad de sus placeres, sino un sujeto y la verdad de su deseo. De ahí que digamos que el poder, aunque actúa represivamente, más que callar, lo que hace es generar o dar posibilidad de generar otros discursos, otras verdades, desde la resistencia a la represión y la imposición.
El siglo XIX catalogó de viciadas y anormales aquellas conductas sexuales que transgredían los códigos establecidos, actuándose con la Ley contra dichas manifestaciones. Esta represión se extiendo hasta nuestros días manteniendo sus formas: la confesión o la búsqueda de la verdad siguen siendo los motivos. Sostenemos que seguimos siendo victorianos, no sólo porque nuestras identidades sean herederas del modelo productivo y correctivo de esa época, sino porque sus prácticas represivas han sido la condición de posibilidad de otros discursos de verdad que han combatido contra la represión, como núcleos de resistencia dotadores de espacios de libertad para aquellos excluidos e infamados, pero también para aquellos que, sin saberlo, estaban presos de la ideología.
Muchos dirán que las categorizaciones de identidad sexual han existido siempre, y no les quitaremos la razón. Sin embargo, lo importante no reside en ver de qué manera actúan o actuaban sexualmente, los deseos y apetencias personales de los que participan en las relaciones sexuales en otras épocas y culturas, sino ver cómo en ellas las mismas categorizaciones de identidad sexual responden a otros significados e intereses. Pongamos como ejemplo la homosexualidad griega.
Ars erotica en la antigua Grecia
Como todos sabemos, la homosexualidad estaba no sólo permitida en muchas polis sino que además era bien vista, aunque siempre que se actuara dentro de los parámetros sociales establecidos. Pues bien, las relaciones sexuales respondían al respeto de las jerarquías sociales. Así, un hombre griego libre podía penetrar a un esclavo y a su mujer, ya que con ello haría un justo uso de su superioridad activa. En cambio, sería deshonroso que el mismo hombre libre fuera penetrado por su esclavo, no porque la homosexualidad fuera reprensible, sino porque no se estarían respetando las jerarquías sociales. No obstante, sería completamente distinto con un joven que no es ni esclavo ni mujer, ya que el joven estaba llamado a volverse un hombre activo en un futuro no muy lejano.
Queda evidenciada la diferencia entre la homosexualidad griega y la moderna occidental: mientras que el problema griego posaba su inquietud en el estatus del objeto del placer (quien domina/enseña y quien es dominado/aprendiz), nosotros giramos en torno a la cuestión del deseo y de la identidad (¿Quién soy? ¿Soy normal?). La intención normalizadora que la burguesía del siglo XIX emprendió tuvo un poder represivo y manipulador de las apetencias muy resistente, pero ha sido esta misma represión ante las conductas sexuales la que en Occidente ha hecho estallar sus ansias y necesidades de reconocimiento, rompiendo con la pretensión homogeneizadora de la sexualidad.
Imágen de la exposición de publicidad de Rachel Frances Sharpe. The Arches
Uno de los paradigmas más ejemplificadores es la teoría queer, según la cual, y como señalan Judith Butler [i] y otros autores, los géneros y las identidades sexuales son el resultado de una construcción social y que no están esencialmente inscritos en la naturaleza humana, sino en formas socialmente variables. Así, el rechazo a la clasificación de los individuos en categorías universales como hombre, mujer, heterosexual, homosexual, transexual, etc., se debe a la pretensión de dejar de considerar como categorías sujetas a la lógica de la normatividad heterosexual victoriana para dar paso a que los individuos sean los autores de su autoasignación sexual.
Las categorizaciones autoasignadas actúan como resistencia a los discursos normalizadores, creando otras verdades colectivas que buscan reconocimiento y tolerancia. Como sostenía Foucault, «no me pregunten quién soy, ni me pidan que siga siendo el mismo» [ii], ya que mi confesión será una oportunidad para abrir el espacio clausurado por la represión. Nosotros todavía victorianos y sin embargo resistentes.
Portada: Manifestation pour le mariage pour tous. Vincent Jarousseau
[i] BUTLER, Judith: El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona, 2007.
[ii] FOUCAULT, Michel: Arqueología del saber. Siglo veintiuno editores. México, 1979.