Argonautas y héroes de pies de barro
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En 1992 el norteamericano George Stocking, Jr. (1928-2013), uno de los más locuaces historiados de la antropología, publicó The Ethnographer’s Magic and Other Essays in the History of Anthropology (La Magia del Etnógrafo y otros ensayos en la Historia de la Antropología).
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Los 8 capítulos que componen esta obra indagaron profundamente sobre la historia y la conformación de lo que Stocking definió como la experiencia constitutiva de la práctica antropológica: el trabajo de campo.
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Reflexionando sobre sus propias experiencias de trabajo de archivo en Inglaterra, Stocking abordo dicha tarea a través de las obras del médico alemán Franz Boas (1858- 1942) y el filósofo y antropólogo polaco Bronisław Kasper Malinowski (1884-1942).
La bibliografía existente sobre la vida y obra de ambos les asigno la “paternidad” de la antropología norteamericana y británica respectivamente, los mitificó y los transformo en héroes del trabajo de campo, el cual fue material de elaboración mítica, llevándolo casi a un ritual iniciático por el cual cualquier joven aspirante a antropólogo debe atravesar para salir, purificado por los fuegos de la experiencia, en un investigador maduro y consumado.
En el particular caso de Malinowski su estatus de héroe mítico se vio seriamente comprometido en 1967 cuando su viuda, la pintora inglesa Valetta Swann (1904-1973), publicó los diarios de campo que Malinowski escribió durante sus tres estadías de investigación en Nueva Guinea (septiembre de 1914 a marzo de 1915, junio de 1915 a mayo de 1916 y octubre de 1917 a octubre de 1918), cuyos resultados fueron publicados en 1922 bajo el título Argonauts of the Western Pacific (Los Argonautas del Pacífico Occidental).
La publicación de Swann, bajo el título A Diary in the Strict Sense of the Term (Un Diario en el sentido estricto del término), contrasto profundamente con la obra de 1922. Mientras esta última había sido por largos años el ejemplo cabal del objetivismo científico y la exactitud metodológica, la publicación de Swann mostró el lado más humano y privado de Malinowski.
Muchos de los pasajes de estos diarios privados especialmente aquellos en los cuales este último expresa su cansancio, su hartazgo o sus libidos pensamientos fueron utilizados por diversos comentaristas de estos diarios para invalidar los trabajos previos de Malinowski y criticar su ética personal, convirtiendo al padre del Jasón papuano en un héroe con pies de barro (Geertz en Stanton, 1998; Hsu, 1979; Panoff, 1974).
Franz Boas circa 1915
No queriendo adentrarnos en esta serie de discusiones, queremos remarcar que el gran valor de los diarios privados de Malinowski es que muestran una de las facetas más primordiales, esenciales y poco discutidas del trabajo de campo: este no es ideal, se aleja de cualquier construcción idílica, y somete al antropólogo a un sin número de presiones externas e internas. En este sentido la publicación de Stocking desnuda el trabajo de campo del romanticismo y el idealismo, situando cada caso particular dentro de la tensa red de contradicciones sociopolíticas y económicas en las cuales se vieron inmersos.
Sobre el “campo” y los trabajos que en él se desarrollan
Entre 1870 y 1930 podemos señalar una especia de momento “fundacional” para las ciencias antropológicas. Durante esos primeros años el espacio del gabinete o laboratorio antropológico comenzó a plantearse en una relación de oposición/complemento con un nuevo espacio que fue llamado “campo” (“field” en la tradición inglesa, el “terrain” de la tradición francesa).
Bronisław Kasper Malinowski
A principios del siglo XX el “campo” fue definido como un espacio público, concreto y abstracto a la vez, el cual debía ser controlado por los mismos científicos a través de sus tecnologías materiales y literarias, determinando en parte la consolidación de ciencias como la antropología y la prehistoria (Blanckaert, 1996, 1999; Shapin y Schaffer 1985). De esta forma para entender el “trabajo de campo” debemos considerar el análisis de elementos como: las redes de comunicación y transporte utilizados por los antropólogos, los instrumentos empleados, el “lenguaje visual” de las publicaciones científicas, el rol de los colaboradores y las alianzas de colaboración para intercambiar objetos, imágenes e información.
Tal como nos muestran los diarios de Malinowski el trabajo en el campo implicó hacer frente a fenómenos multivariados, complejos e incontrolables que pusieron a prueba la paciencia, voluntad y, en algunos casos, la cordura de los antropólogos. Creemos que estos elementos de la ecuación personal, junto con los mencionados en anteriormente, deben ser considerados al momento de hacer una historia del trabajo de campo, ya que si no se corre el riesgo de obtener solo una efigie parcializada del mismo, rodeándolo de una misteriosa aura de romanticismo y transformando al antropólogo en un héroe abnegado que, como en los poemas épicos de la antigüedad, navega desde el sillón del gabinete hasta la Cólquide[1] en búsqueda de la maduración profesional, la gloria personal y el respeto de los pares. Tal vez una anécdota de la historia de la antropología argentina sirva para ilustrar un poco mejor los avatares del trabajo de campo antropológico de principios de siglo XX.
Un sainete interpretado por un antropólogo y tres antropopitecos[2]
A finales de junio de 1905 el poeta y autor teatral argentino José Enéas Riú (1883-1943) caminaba por las calles del bosque de la ciudad de La Plata (Buenos Aires, Argentina). Su destino final era el Museo de Ciencias Naturales que se emplazaba en el principal pulmón verde de la joven ciudad. La de Riú no era una visita meramente recreacional, sino que había sido encomendado por el diario local El Día para realizar una entrevista al médico y antropólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche (1872-1938), quien desde 1898 era el Jefe del Departamento de Antropología.
Riú confesaba compartir la curiosidad general de los habitantes de la ciudad sobre las actividades desarrolladas por Lehmann-Nitsche, pero lejos estaba de aquella imaginación pública que le atribuía “fantasmagóricas efectivitas y coloridas extravagancias” a sus actos ya que, precisaba el poeta, “esa excentricidad parece felizmente dimanar de la implacable liturgia que el culto de la diosa antropología exige de sus más eruditos hierofantes”.
Al llegar al museo un joven acompaña a Riú al despacho de Lehmann-Nitsche, al cual describe como una “bohardilla de estudiante de barrio latino” donde los escasos muebles se encuentran abarrotados de papeles, instrumentos antropométricos, piezas antropológicas y cajas apiladas. De repente un ruido de pasos anuncia la llegada de Lehmann-Nitsche, quien al entrar saluda y lo observa como si fuera uno de los “muchos individuos que diariamente acuden a su despacho con el mercantil objeto de proporcionarle sabroso material para sus amenas correspondencias a Alemania”.
Malinowski con nativos de las Islas Trobiand, 1918
Aclaradas las confusiones comienza la entrevista. Riú se percata que Lehmann-Nitsche hojea las desgarbadas hojas de un voluminoso cuaderno. Al preguntarle qué importancia tenía el mismo Lehmann-Nitsche aclara que el mismo contiene el cuerpo de datos de su futura obra antropológica, la cual tendrá por objetivo el “tipo auténtico” del gaucho argentino. La conversación se vio interrumpida cuando “dos soldados y un lunfardo”[3] ingresan al despacho. Riú se sorprende del trato informal y familiar con la cual estos tres individuos se dirigen a Lehmann-Nitsche, el cual abre una de las páginas de su cuaderno y le ordena al “lunfardo” que comience a dictar una serie de versos que serán transcriptos bajo el epígrafe “literatura obscena”.
Luego de corregir la ortografía y colocar notas explicativas al lado de cada vocablo desconocido, Lehmann-Nitsche le pago al “lunfardo” 20 centavos de peso moneda nacional por los “datos” suministrados. Lo que para Riú era un “pestilero bodrio de poética patria canallesca” para Lehmann-Nitsche era importantes datos que “condimentados con las galanuras de un estilo científico” se convertirían era un artículo listo para ser “saboreado con suprema delicia en la mesa anatómica del filólogo”. Finalmente Lehmann-Nitsche pedirá a uno de los soldados que tome la guitarra que se encontraba en el despacho a fin de poder grabar en una serie de tangos en el fonógrafo.
Esta anécdota relatada por Riú nos permite por un lado apreciar los elementos que cruzan el devenir del trabajo de campo antropológico de principios del siglo XX y que hemos señalado oportunamente, por otro lado nos consiente marcar una serie de reflexiones.
El trabajo de campo no implicó necesariamente un desplazamiento geográfico a parajes remotos donde el estudioso se embarca en la solitaria y prometeica tarea de develar el entramado de una cultura en particular. Aquellas personas que, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se abocaron al estudio del hombre formaron parte y establecieron redes de colaboración internacional en las cuales participaron diversos actores sociales que cumplían tareas específicas en la construcción colectiva del conocimiento antropológico.
Con respecto a este último punto es necesario contextualizar el trabajo de campo a partir de las particulares condiciones sociales, políticas y económicas que permitieron el desarrollo del mismo, analizando el mismo dentro de un marco temporal y espacial especifico. Por ejemplo, Primitive Culture (1871) del inglés Edward Burnett Tylor (1832-1917), no fue resultado del trabajo directo de este último en el terreno, sino de los datos recolectados por otros individuos. Para ese entonces Inglaterra (al igual que Alemania y Francia) se encontraba en un proceso de expansión y anexión territorial, lo cual dio lugar, entre otras cosas, al contacto con poblaciones culturalmente distintas, las cuales fueron observadas y descriptas, mayormente, por personas con escasa y/o nula formación académica (administradores coloniales, militares, misioneros, viajeros casuales, etc.).
Estas personas fueron los que llevaron adelante el trabajo práctico en el terreno, recolectando datos y objetos que fueron enviados a las principales metrópolis europeas a través de las diversas redes de comunicación y transporte que estas habían establecido con sus colonias. De esta forma los trabajos prácticos fueron realizados en espacios tan diversos como cárceles, oficinas de las administraciones coloniales, iglesias y diversas dependencias religiosas, cementerios, establecimientos comerciales y casas de particulares.
Tal vez dichos espacios no encierran el encanto de aquellas novelas del género de mundos perdidos y/o fantásticos de escritores como el médico escocés Arthur Ignatius Conan Doyle (1859-1930) o el escritor francés Jules Gabriel Verne (1828-1905), pero se contaron entre las elecciones principales de los antropólogos de principios del siglo XX. De esta forma estos últimos pudieron contar con datos de diversas partes del mundo con una mínima inversión de tiempo y dinero, dos de las principales variables que condicionaron la realización del trabajo de campo. Remitiendo nuevamente a nuestra anécdota, Lehmann-Nitsche desde la comodidad de su despacho en el Museo de Ciencias Naturales e invirtiendo solo 20 centavos de pesos moneda nacional pudo recolectar una gran cantidad de versos, poesía y música argentina, sin la necesidad de emprender un largo trabajo de campo alrededor del país que hubiera significado una considerable inversión monetaria y de su tiempo personal.
La antropóloga norteamericana Frances Theresa Densmore (1867-1957) grabando al jefe Mountain Chief en Bureau of American Ethnology, 1916.
Otro punto a considerar es el rol clave de los informantes y la consciencia que estos últimos tenían de dicho rol. En su entrevista Riú señalaba que diariamente acudían al despacho de Lehmann-Nitsche individuos con el “mercantil objeto” de proporcionar datos. Negociación, mediación, oferta y demanda fueron elementos habituales de la relación entre antropólogos e informantes, por lo cual no es raro pensar que estos últimos supieran obtener un redito económico de los elementos que eran de interés para los primeros, y que en algunos casos eran de difícil acceso. En nuestro caso particular es preciso mencionar que las poesías y los géneros musicales de interés para Lehmann-Nitsche circulaban en lugares tales como prostíbulos, burdeles y puertos mercantiles, espacios con sus propios códigos culturales de comportamiento que el antropólogo alemán (a pesar de haberlos frecuentados) no conocía en su totalidad.
Como podemos observar en esta anécdota el contexto de procedencia, hallazgo y recolección de datos tuvo una importancia secundaria, priorizando la presencia del objeto de estudio ante el antropólogo ya fuera físicamente o en forma medializada (por ejemplo fotografías). En consecuencia el “campo” no es un lugar físico concreto sino un espacio en el cual confluye el antropólogo, el objeto de estudio, y tecnologías materiales (instrumentos) y teóricas a utilizarse. En nuestro ejemplo la presencia de Lehmann-Nitsche, el “lunfardo”, el cuaderno de apuntes y el fonógrafo, y las aclaraciones realizadas por Lehmann-Nitsche al anotar la poesía dictada son los elementos primordiales que definen la situación presenciada por Riú como un “trabajo de campo”.
Al dar finalizada la entrevista Riú se encamino nuevamente por entre las calles del bosque de la ciudad de La Plata. Contento por los resultados de su reportaje confesaba que su mayor recompensa había sido poder presenciar “en los albores del siglo XX la estupenda representación de un original sainete, interpretado por un antropólogo y tres antropopitecos”. Un sainete que aleja al “trabajo de campo” de principios de siglo XX de aquella imagen romántica e idealizada en la cual el antropólogo se embarca solo a lejanas y desconocidas geografías, propio de novelas victorianas como Las Minas del Rey Salomón (1885) del escritor inglés Henry Rider Haggard (1856-1925), y lo acerca a una versión más real de sí mismo.
Portada: Indiana Jones al borde del desierto | Rob Young
Para saber más:
- Blanckaert, Claude (1996). Le Terrain des Sciences humaines. Instructions et Enquêtes (xviiie-xxe s.), L’Harmattan. Paris.
- VV.AA. (1999). L’histoire des sciences de l’homme. Trajectoire, enjeux et questions vives, L’Harmattan, Paris.
- Hsu, Francis L. K. (1979). “The Cultural Problem of the Cultural Anthropologist”. En: American Anthropologist, Volume 81, Issue 3, pp. 517–532.
- Panoff, Michel (1974). Malinowski y la antropología. Labor, Barcelona.
- Stanton, Gareth (1998). “Etnografía, antropología y estudios culturales: vínculos y conexiones”. En: Curran, James; Morley, David y Walkerdine, Valerie (comps.). Estudios culturales y comunicación. Análisis, producción y consumo cultural de las políticas de identidad y el posmodernismo. Paidós, Barcelona.
- Stocking, George (Editor) (1992). The Ethnographer’s Magic and Other Essays in the History of Anthropology. University of Wisconsin Press. Madison.
- Shapin, Steven y Schaffer, Simon (1985). Leviathan and the Air-Pump. Hobbes, Boyle, and the Experimental Life. Princeton University Press.
[1] Esta fue la región donde se encontraba el vellocino de oro buscado por los Argonautas de la mitología griega.
[2] Según el diccionario de la Real Academia Española un sainete es una obra teatral en la cual intervienen personajes populares, de ambiente caracterizada por el tono burlesco, tragicómico y ridículo.
[3] Para ese entonces eran denominados como “lunfardos” aquellas personas vinculadas al mundo delictivo.
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? http://revistamito.com/un-trabajo-de-campo-antropologico-a-comienzos-del-siglo-xx/?preview=true : «Un trabajo de campo antropológico a comienzos del siglo XX». Publicado el 18 de febrero de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.30 – URL: |
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