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Mito | Revista Cultural
Opinión

Tu vida, ¿una obra maestra libre de plagio?

Por Carmen Lominchar el 17 enero, 2014 @c_lominchar

Estamos acostumbrados a leer y escuchar noticias sobre autores o directores de obras literarias, musicales o cinematográficas que se sientan en los tribunales acusados de vulnerar la propiedad intelectual de terceros.

No somos conscientes de que cada uno de nosotros actuamos como idearios, como diseñadores de una, sin duda épica para muchos, obra maestra: nuestra vida.


El poeta y novelista alemán Johann Wolfgang von Goethe, considerado a lo largo de la historia como uno de los más grandes dentro del mundo de las letras, narró su vida en un libro autobiográfico al que tituló Poesía y Verdad, que vio la luz en mil ochocientos once.

Tal vez él conocía el secreto de elegir bien a los confidentes de uno mismo, pero sobre todo, de lograr que otros depositasen su confianza en él, y por ello escribió:

“¡Qué beneficioso sería para la vida que nos percatásemos y enterásemos a tiempo de que nunca estaremos en mejores términos con nuestra amada que si elogiamos a nuestro rival! Su corazón se llenará de gozo y cualquier temor a herirnos o perdernos se habrá desaparecido; nos hará confidentes suyos, y nosotros, muy contentos, nos convenceremos de que el fruto del árbol será nuestro si tenemos el suficiente buen humor para dejar a otros las hojas que vayan cayendo”.

En este actual mundo de la competencia encarnizada por hacerse un hueco entre los más “twitteados”, los más “me gusta”, los más “seguidos” y “visitados” en youtube, parece que hemos olvidado la esencia de las personas. Una actualidad en la que las relaciones interpersonales ya nacen, crecen y mueren a través de una pantalla, incluso en cuestión de días o pocas semanas; en la que las teclas de un teléfono móvil o un ordenador han usurpado el necesario lugar de los abrazos, los oídos que escuchan y no sólo oyen, y las miradas que nos hacen sentir y confiar.

Da la impresión de que las relaciones interpersonales han dejado de ser tales para convertirse en “relaciones unipersonales-dependientes de aprobación/devoción ajena”. Posiblemente seríamos muy aptos para los juegos olímpicos de la antigua Grecia, pues vivimos en una constante y superficial pugna por ver quién registra el mayor número de seguidores en su twitter o en su facebook, olvidando el gozo de compartir, de crear para el deleite propio y ajeno.

Por suerte, aún quedan “marcianos” que, a la mínima ocasión, olvidan que ese ruido absurdo que suena de fondo constantemente es un whatsapp para disfrutar de lo que algunos llaman “cubrir las necesidades básicas como animales que somos”, otros “la tranquilidad y la paz de mi hogar”, “del campo”, o, sencillamente, de lo que aquéllos más parcos en palabras denominan: vida.

Con el tiempo aprendí que ésta, la vida, es la sucesión de las consecuencias de nuestras propias decisiones, unas decisiones que han de adoptarse en un escenario desconocido y que conforman una obra maestra en la que, como nos recordaba un conocido anuncio televisivo, nosotros somos los únicos protagonistas. Visto así, cada uno de nosotros somos los guionistas, somos los idearios de una obra maestra verdaderamente original, y cuya propiedad intelectual se encuentra imbuida en una laguna legal.

Imaginemos que redactamos una autobiografía y la publicamos – porque, admitámoslo, la vida de muchos de nosotros es, con creces, más interesante y didáctica que la de la mayor parte de los “personajes populares” que llenan las páginas de revistas y libros en los escaparates de papelerías o kioscos – , surgiría entonces al mercado una obra literaria, una creación, y sería así aunque esa obra la adornásemos de innumerables retóricas, tal y como hizo el gran Federico García Lorca en su Romancero Gitano. Esta autobiografía estaría protegida legalmente por el Derecho de Propiedad Intelectual.

Ahora, imaginemos que en lugar de relatar nosotros mismos las alegrías o las desgracias vividas en las páginas de un libro, lo hiciéramos de forma oral a un amigo en un café, a una pareja en un paseo, o a un amante en la complicidad de una tenue luz. ¿Seguimos siendo, en este supuesto, los creadores de ese relato?, es más, ¿Seguimos siendo los creadores de ese relato si este amigo, esta pareja o este amante decidiesen publicar nuestras palabras?

Traición

Traición © Francisco Xavier López García

No resulta extraño, en esta sociedad audiovisual, musical y novelística que nos consume – y no que nosotros consumimos –, encontrar a más de uno que se hace llamar “creador” inmerso en una frustración, temporal o crónica, por no ser capaz de idear nada atrayente para el público.

Volvamos a imaginar por un momento que ese amigo, esa pareja o ese amante es uno de estos frustrados. En esta situación, con toda seguridad se nos abrirá la posibilidad de comenzar a vivir una nueva etapa que podremos añadir al relato de la presente obra maestra que es nuestra vida – si ello sucede, le pido por favor que se aleje, principalmente porque el pseudo-autor va a llenar sus bolsillos a su costa –, pero también se abre un planteamiento desde el punto de vista legal: ¿estamos ante un ilícito de plagio?

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define la acción de plagiar como aquella consistente en copiar, en lo sustancial, obras ajenas datándolas como propias.

Para referirse al régimen legal o normativo que regula los derechos y obligaciones presentes en el entorno de la creación literaria, artística o científica, la legislación vigente en España recurre al término Derecho de Propiedad Intelectual. No obstante, un sector de la doctrina prefiere utilizar la expresión Derecho de Autor para referirse a la misma problemática.

La Ley de Propiedad Intelectual nos indica que son susceptibles de generar derechos de autor tanto las obras originales propiamente dichas como las obras derivadas de otras preexistentes, procediendo a ilustrar, en su articulado, qué obras han de considerarse originales:

“Los libros, folletos, impresos, epistolarios, escritos, discursos alocuciones, conferencias, informes forenses, explicaciones de cátedra y cualesquiera otras obras de la misma naturaleza”, (artículo 10).

Por lo tanto, tal y como se deriva de la relación del precepto, no se trata de identificar únicamente como propiedad intelectual la producción escrita, sino que la misma se extiende también a aquellas manifestaciones de producción intelectual que sean objeto de meras exposiciones orales. A tal efecto, obsérvese que merecerán la condición de obras cualesquiera “creaciones originales (…) expresadas por cualquier medio”.

Llegados a este punto, podemos plantearnos la siguiente cuestión:

¿Esa persona amiga, pareja o amante, acaso no disfruta también de un derecho de autor por su forma de expresar en una narración, en una película o en una canción, un relato de vida ajeno? El precepto anterior protegía a las obras creadas ex novo. Sin embargo, la Ley protege también una serie de obras que constituyen simples adaptaciones o transformaciones de otras obras preexistentes en sus artículos 11 y 12.

Naturalmente, tales adaptaciones y transformaciones requieren, en todo caso, la autorización o consentimiento del autor o de sus herederos, pues en caso contrario, no verían reconocido su derecho a la integridad de la obra. Ambos derechos, el de obra original y el de adaptación o transformación, han de dar una apariencia justa, razonable y compatible.

Justicia ciega

Justicia ciega © Dany Viaud

¿Qué ocurre, entonces, si el adaptador-transformador, es decir, nuestro ya querido amigo, pareja o amante “crea”, no sólo sin nuestra autorización, sino además, sin que tengamos conocimiento de tales intenciones?

La Ley de Propiedad Intelectual prescribe que las obras serán susceptibles de protección, siempre y cuando, tuvieran “un mínimo de licitud”.  Razón ésta que lleva a desproteger aquellas creaciones contrarias a la ley, a la moral o al orden público.

En este contexto, la doctrina siempre se sitúa en la tesitura de determinar correctamente cuál es el bien jurídico protegido ¿la libertad de expresión, el derecho a la intimidad?

Algunos juristas, como el profesor Carlos Lasarte, consideran que la libertad de expresión es un Derecho Fundamental de contenido ideológico, es decir, una libertad ideológica, que sólo puede quedar limitado por otros derechos fundamentales cuando exista colisión entre ellos, pero no es apropiado limitarlo desde el principio por la moral, el orden público o las leyes ordinarias.

Por el contrario, la doctrina y la jurisprudencia son muy claras y cerradas de mente en los supuestos en los que alguien publica una obra basándose en la vida de otra persona sin contar con su autorización. Se entiende, ante esta problemática, que si el nombre del personaje que encarna al afectado no se corresponde con el propio en la realidad, no se vulnera el derecho a la intimidad.

Permítanme decir: ¡Qué semejante tontería! ¿Acaso cuando alguien utiliza nuestras alegrías y desgracias para lucrarse tiene la intención de mostrar nuestra intimidad?

¡Señores doctores, pongan sus pies en el mundo real!

Por triste que parezca, resulta incluso comprensible que la ley no haga referencia alguna a las ideas, pues ello sólo serviría para complicar innecesariamente la materia. De hecho, la regulación del derecho de autor no protege las ideas en sí, sólo la plasmación material de las mismas.
Claro está, si dichas ideas no se plasman, ya sea de forma oral o escrita, dudo bastante que un tercero las conozca, por lo que volveríamos a situarnos en el contexto del primer precepto mencionado que nos llevaría, de nuevo, ante una eximente de responsabilidad si el adaptador ha cambiado el nombre del personaje.

Ante esta impotencia, ¿Cómo podríamos identificar las ideas “plagiadas”? No hace falta ser un experto en la materia y el soporte que ha utilizado un tercero para vender nuestra vida como si fuera una idea ficticia que le ha surgido en una noche de verano. Por lo general son obras que no transmiten absolutamente nada, y en el más patético de los casos necesitan un prólogo introductorio que explique todo lo que a continuación se vaya a leer, escuchar o visionar.

Ya lo dijo Antonio Machín, para cantar un bolero es necesario haber sufrido por la persona amada, haber sentido el desgarro del desamor.

Con este tipo de pseudo-creaciones ocurre exactamente lo mismo. Es absolutamente imposible transmitir un dolor que no se ha sentido, como por ejemplo la muerte de un padre, la soledad, la desorientación propia de la infelicidad. Que no nos engañen, nadie puede comparar una mente perdida con una ciudad en ruinas si nunca lo ha vivido en carne propia.

En busca de su felicidad

En busca de su felicidad. Óleo sobre tela © Jorge Gómez Pérez

Me pregunto ¿Acaso es tan importante satisfacer, por unos minutos, el ego propio al ser seleccionado en un concurso provincial o autonómico; el ego al ser seguido durante unos meses por centenares de personas en las redes sociales; o satisfacer el ego de ganar dinero, como para sentir una frustración e incapacidad de crear tan profunda que lleve a algunos a olvidar la moral? ¿Es acaso más importante el reconocimiento social ajeno que el dolor que pueda causarse a quien un día confió en el frustrado hasta el punto de compartir con él sus lágrimas?

Constantemente leemos que estamos ya en la sociedad del futuro, de las máquinas inteligentes y los robots. Pues sinceramente, si en esta sociedad postmoderna ya todo está permitido, si esta sociedad capitalista exige vender y vender para ser considerado por el resto aunque se haya de actuar sin principios, puedo concluir exactamente lo mismo que concluyó Rhett Butler al final de su historia de amor conScarlett O’Hara : ¡francamente querida, eso no me importa!

Sin embargo, no todo son desventajas. La ley está repleta de incoherencias y lagunas, se acompaña en ocasiones de una jurisprudencia incomprensible ante determinas situaciones que demanda la sociedad, pero no olvidemos que la idea original seguirá siendo nuestra, que el ímpetu de adoptar decisiones que nos permitan vivir intensamente y superarnos sigue siendo nuestro, que alguien podrá una vez apropiarse indebidamente de nuestras ideas para lucrarse, pero siempre necesitará de otros para seguir fingiendo. Por el contrario, si es usted quien está decidido a seguir el consejo de Johann Wolfgang von Goethe, y logra que la persona amada le convierta en su confidente, guarde ese relato en su memoria como la sabiduría propia de la experiencia y no como algo de lo que poder obtener una rentabilidad. A fin de cuentas, usted también es autor de su propia vida.

Portada: Pillow (serie de desnudos). Óleo sobre pared. 2010 © Harry Holland

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Carmen Lominchar

Licenciatura en Derecho por la Universidad de Salamanca y Grado en Historia por la Universidad de Sevilla. Técnico Profesional en Fotografía (F.U.). Amante de la imagen, las letras y el jazz.

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© 2019 MITO | REVISTA CULTURAL. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido protegido por derechos de autor. ISSN 2340-7050. NOVIEMBRE 2019.

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