El “mal de amor” y la dicotomía del caballero
Pintol so el onbligo un pequeño cordero,
Fue se don Pitas Pajas a ser novo mercadero,
Tardó allá dos años, mucho fue tardinero;
Fazía se a la dona un mes año entero.
(Enxiemplo de los que conteció a don Pitas Payas pintor de Bretaña, El libro de Buen Amor)
¿Hay algunos rasgos y características que nos diferencian de los caballeros de la Edad Media? En principio, dentro del medioevo existieron dos tipos de caballeros: los épicos y los novelescos. La diferencia radicaba en que el caballero novelesco estaba enfermo de amor. A diferencia del buen amor, que buscaba el amor divino y la cercanía a dios, el mal de amor estaba ligado al amor carnal —el loco amor—.
La enfermedad del amor estaba sujeta a ciertos síntomas: obsesión, fantasía, insomnio (la vigilia amorosa), músculos debilitados, desahucia, ansiedad. Sí, parecido al amor del siglo XXI.
La enfermedad les daba un motivo para actuar. Y tal cual, como una enfermedad, había que encontrarle una cura. Los médicos Avicena y Galeno fueron los primeros en describirla. “Sexo en píldoras”, esa era la respuesta. El mal de amor se curaba cuando el amado se fija en el enfermo.
De ahí la literatura cortés: había que aprender a amar. ¿Inventamos el amor? o algo parecido. Tal parece que alrededor del siglo XII se “inventó” este sentimiento. Tuvimos que ponernos de acuerdo para definir el amor. Cambian las convenciones de amor, cambia la época.
Es gracioso que en la Edad Media no haya algún concepto de intimidad per se, pues todos vivían hacinados en un lugar (incluso el rey). Nadie tenía la costumbre de la soledad.
El amor cortés era eso, el amor a escondidas. Hay que entender este “tipo” de amor como las reglas para relacionarse —que curiosamente fueron reinventadas por los trovadores provenzales—. A falta de intimidad, los amantes tenían que buscar un lugar para ejercer su amor. El “lugar alegre”, el locus amoenus: conformado por un río, árboles, pájaros cantando, un edén. El lugar de encuentro de los enamorados sólo era visitado por las madrugadas.
Del feudalismo, donde la convención era ser “hombre de otro hombre”, reinventamos el amor hacia lo cortesano “hombre de una mujer”, en donde las mujeres dominan a su amante.
Los incitadores de este “nuevo” amor, como ya se ha mencionado, fueron los trovadores. Esto a casusa de los matrimonios por contratos civiles, inevitablemente, era a la par entre hombres y mujeres.
Como representante canónico de la literatura cortés está Lancelot ou le Chevalier de la charrette, de Chrétien de Troyes:
«Si quieres montar en la carreta que conduzco, mañana podrás saber lo que le ha pasado a la reina.»
Mientras aquél reanuda su camino, el caballero se ha detenido por momentos, sin montar. ¡Por su desdicha lo hizo y por su desdicha le retuvo la vergüenza de saltar al instante a bordo! ¡Luego lo sentirá!
Pero Razón, que de Amor disiente, le dice que se guarde de montar, le aconseja y advierte no hacer algo de lo que obtenga vergüenza o reproche. No habita el corazón, sino la boca, Razón, que tal decir arriesga. Pero Amor fija en su corazón y le amonesta y ordena subir en seguida a la carreta. Amor lo quiere, y él salta; sin cuidarse de la vergüenza, puesto que Amor lo manda y quiere.
Encontramos a un caballero Lancelot enamorado de la reina Ginebra, esposa del rey Arturo. El mal de amor lo lleva a subirse a una carreta (signo de deshonra y desprecio de la comunidad) en busca de su amada. Lancelot presenta una dicotomía, como todos los enamorados: por un lado es feroz, fuerte, bélico; pero frente al amor es el sujeto más débil del mundo.
Si el amor es una convención propia de lo cortesano, está de más tener que buscar una cura. Es la realidad de la situación lo que, ahora en el siglo XXI, nos hace enfermarnos. Tal dicotomía, donde nos partimos como caballeros medievales, está sustentada no bajo la influencia de los trovadores, ni la búsqueda finita del amado, más bien buscamos la enfermedad inconscientemente, ¿existe la cura a lo que sí deseamos?