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Mito | Revista Cultural
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Reflexiones ciudadanas en torno al concepto de ciudadanía en el Chile Contemporáneo

Por Joaquín Pérez Arancibia el 28 febrero, 2015 @joacobino
Este ensayo pretende desempolvar una vieja acepción de ciudadanía, en donde al parecer todo cabría allí, para señalar que principalmente el contexto otorga las posibilidades de acción de un ciudadano

[1]

Hace no muchos días en un festival de verano transmitido por la televisión (¿pública?), un humorista chileno –que no calificaremos como el mejor pero sí al menos como uno de reconocida trayectoria- realizó una actuación que fue calificada como un éxito de rating por algunos medios pero de “repetida” rutina por personas comunes en redes sociales. [1] El humorista en cuestión reconoció que había obviado realizar actuaciones en festivales u instancias similares que fueran televisadas porque, conociendo a lo mejor su patetismo, no pretendía agotar ni repetir sus rutinas. Y si bien a este humorista hace ya mucho tiempo que no se lo veía en la pantalla chica, quienes tuvieron su arma ya cargada –entiéndase por ello su aparato móvil- no olvidaron que gran parte de sus chistes ya habían sido reproducidos en instancias similares en la década del noventa. Como decíamos, la dilatada trayectoria de este humorista había convertido sus chistes en clásicos, y su repertorio para este verano del 2015 sin ninguna vergüenza apeló a estos recursos de ya probado efecto en las personas.

Bajo tal manera de ver, esta impugnación a un reconocido artista de la corte neoliberal no es tan solo el llamado de atención a una figura que no parece haber aterrizado aún de su viaje de gloria pretérita, sino que es, además de eso, el síntoma claro de un recorrido vertiginoso por la estructura social del país en los últimos años. Se pretende decir con esto lo siguiente: el Chile postdictadura, ese país que dejó en ridículo la gama de posibilidades de los teóricos neoliberales –que no por nada consideraron el caso chileno como “un milagro”-, que creó ídolos mediáticos importantes para la vida social como ciertos humoristas de la televisión; e ídolos culturales arraigados en la mentalidad del chileno/a, como el consumo en todos los sectores de la población, impugna, hoy por hoy, a aquellos dioses que movilizaron los sentimientos, los gustos y las sensaciones del país en eterna transición a la democracia.

De similar modo a una reconocida tragedia griega, la pulsión edípica de matar al padre por parte de una mayoría ciudadana representa un acto de sacralidad cívica que no se conocía durante los últimos cuarenta años en Chile; el país ejemplo mundial de neoliberalismo en el planeta se convirtió, durante gran parte del año 2011 en adelante, en una nueva zona de conflictos en donde personas habituadas a un modelo de sociedad de libre mercado reconocían en él todos los orígenes a los principales abusos perpetrado en contra de ellos mismos, y como si fuera poco, todas las principales instituciones que sustentaron esta (anti)sociedad de mercado decayeron en sustentabilidad y legitimidad.

Disputa en las calles entre la ciudadanía (violenta) y la fuerzas especiales de carabineros. Mario TéllezDisputa en las calles entre la ciudadanía (violenta) y la fuerzas especiales de carabineros. Mario Téllez

Tomando en consideración la experiencia del año 2011 en Chile, principalmente las reclamaciones por un mundo menos desigual y ante todo menos abusivo, pretendo desentrañar algunos elementos constitutivos de aquella noción clásica de ciudadanía que tanto se dogmatiza en las salas de clases –cuna de la formación del ciudadano al menos en la tradición occidental clásica-. Si bien la teoría ha avanzado mucho en torno a este concepto, no podemos dejar de notar la voluntad catequista de nuestros profesores de Historia ante el concepto de ciudadanía en las aulas, declarando sin empacho ni conflicto, que “todos somos seres políticos”. Por ende, todos tenemos derechos y deberes políticos ante nuestra nación. Nuestra pregunta es: ¿será tan simple y tan rápidamente clasificable nuestra naturaleza humana, o nuestra condición humana, como política? Chile, que en el año 2011 dio cuenta de una fuerte reclamación frente a sus gobernantes por las gestiones que venían haciendo hace veinte años –desde el retorno a la (seudo) democracia-, puede darnos algunas luces clarificadoras al respecto, mirando desde Latinoamérica, con nuestros errores y nuestros defectos, ese ajeno concepto instalado en nuestro pensamiento.

[2]

El año 2006 el país tuvo un primer estandarte de orgullo: por vez primera en todo este continente, democráticamente una mujer salía electa como presidenta de la república. Michelle Bachelet, quien ya algunos años antes impactaba a la opinión nacional por la simbólica imagen de una mujer -detenida y torturada en dictadura- arriba de un tanque en un desfile militar, se arrimaba en esta ocasión hacia la primera magistratura republicana de este país. Y si bien su aprobación siempre se mantuvo en alta –signo irrestricto, digámoslo, por una inentendible capacidad aplacadora de calamidades-, ello no pudo detener una amplia movilización secundaria durante su mandato. Aparejado con la entonces llamada “revolución pinguina”, existió una serie de encuestas que reflejaron una inexistente legitimidad de parte de la ciudadanía con gran parte de las instituciones del país. Por entonces se opinaba que:

“Si la aplastante mayoría de los chilenos califica a las instituciones del poder (Gobierno, Tribunales de Justicia, Congreso y Partidos Políticos) como ‘malas’, reprobándolas al grado de hacerlas acreedoras a la ‘expulsión’, entonces la única interpretación posible es que en Chile estamos viviendo una grave crisis de representatividad de las instituciones del Estado, que incluye a las “grandes empresas”. [2]

Esto, crisis de representatividad, puede resultar perenne si se mira por sí solo, cosa que por respeto no podemos hacer; pero si a esto le sumamos el hecho de existir un modelo económico y un Estado que fueron germinados en plena dictadura militar, lo que obtenemos casi por razones obvias es el emplazamiento de un estado de cosas forjados en una ausencia de legitimidad de nuestro modelo de sociedad. De tal manera, toda las formas de vida que se había construido en el país, con los avatares, sus polos y sus puntos medios, habían caído en la más patética razón de existir de este país que mirado desde fuera era alabado por las mismas razones. Inserto en un continente en donde la economía ha sido prácticamente siempre de subsistencia, el libre mercado sin ninguna barrera estatal intermediando generó, sin lugar a dudas en un despegue de los niveles macroeconómicos de este país. Fue precisamente ese país, el Chile de los años noventa, el que prosperó como avalancha a pique en una cordillera. Y es precisamente ese mismo Chile, el Chile de los mall’s y de los retails del que se ríe, con amplio apoyo, nuestro humorista hoy decadente. [3]

Llegado el 2006, y habiendo sendas crisis políticas en el país, quien fuera premio nacional de historia ese mismo año se preguntaba:

“Y –lo que es más grave- ¿cómo es posible que la masa ciudadana despliegue su vida cotidiana llevando por todas partes el explosivo “malestar subjetivo” de su falta de confianza en las instituciones del Estado y del Mercado? (…) ¿Por qué los chilenos de hoy, para superar la grave crisis en que vivimos, no reaccionamos echando mano a la legítima “desobediencia civil”?. [4]

¿Cómo era posible –se preguntaba nuestro historiador- que la conciencia humana que vive esta realidad no sea capaz de desobedecer al status quo de parsimonia que ofrece la realidad del nuevo siglo? ¿Dónde estaba –me preguntaba por aquel entonces- la ciudadanía que hace efectivo su disgusto ante este estado de cosas? ¿Cómo si rechaza sus instituciones, no propone y no se rebela ante algo nuevo y/o mejor?

Las preguntas anteriores responden, a mi entender, a un juicio noble y sano a la condición ciudadana de las personas, quienes por una parte rechazan pero por otra parte se mantienen estáticas ante los hechos. ¿Podrá ser entonces que la ciudadanía responde a un orden cíclico de acontecimientos políticos, en donde la rebelión estalla ante un estado catastrófico de crisis de instituciones las cuales no son capaces de manejar y maniobrar el malestar ciudadano hacia ciertas proposiciones? Probablemente. Más allá de toda especulación, no podemos negar que la habilidad de la política está precisamente en saber canalizar el malestar ciudadano en ciertos y bien consensuados intereses.

“Marcha de los paraguas”, una de las más multitudinarias del año 2011Marcha de los paraguas, una de las más multitudinarias del año 2011

Ante esto, la ciudadanía muy bien estaba disfrutando del libre y particular acceso a un amplio espacio de consumo que cada vez, y casi sin ninguna traba por delante, ampliaba sus márgenes sin dar cuenta de la imposibilidad de crear sociedad en el amplio sentido de la palabra. Todo se volvió en un objeto transable, digno de un precio dentro del mercado, y, sin ningún remedio por delante, el país vivió largos años de letargo de su condición de ciudadano dejando de lado su acción política y tomando las tarjetas de crédito frente al retail. De allí que se necesitara tanta transición para llegar a una democracia.

¿Sucedió algo distinto el año 2011? ¿Qué hizo cambiar todo esto? ¿Cuándo aparece la verdadera ciudadanía?

[3]

Tan extrema fue la situación antes descrita durante los años noventa –época fructífera para el neoliberalismo- que un analista político, haciendo un resumen sobre este mismo tema finalizando esta década, afirma:

“Salvo las movilizaciones y reivindicaciones de los empleados públicos, los trabajadores del carbón enfrentados al cierre de minas y grupos localizados de indígenas del sur de Chile, no se advierten actores sociales convocantes, no se realizan manifestaciones masivas y predomina la imagen de estabilidad social”. [5]

La llamada transición política tuvo como prerrequisito –según este autor- desactivar toda reivindicación social de corte ciudadano. Como se podrá advertir en la cita anterior, fueron los grupos gremiales y étnicos quienes definiéndose en tanto tal lucharon fragmentadamente en tal época. No resulta raro, por lo mismo, que una frase clise del ambiente juvenil de estos años fuera el “no estoy ni ahí” del jugador de tenis Marcelo Ríos, haciendo con ello una clara referencia a la despreocupación total por los temas de relevancia política.

Sin embargo, la situación tendió a cambiar con la incipiente movilización del año 2006, que logró centralizar gran parte de las demandas gremiales de todo el país en torno a un mismo propósito en común: la defensa de una educación de calidad en el país. Luego de ello, serían las masivas movilizaciones ciudadanas del año 2011 que destronarían un parte importante del imaginario sociocultural del Chile contemporáneo. La pregunta era simple, ¿por qué debía pagarse por algo que es un derecho? La retórica estaba, en este caso, del lado de los estudiantes, que por el potencial de sus demandas no tardaron mucho tiempo en movilizar las sensibilidades de gran parte de las personas del país.

La explosión del malestar ciudadano, o la desobediencia civil ante el estado actual de las cosas, cambió los puntos de vistas de las personas en Chile. La búsqueda por la impugnación ante el abuso, la desigualdad y la injusticia dieron un giro radical en el comportamiento de las personas, no por el hecho de que, por ejemplo, criticar o dar cuenta de los errores fuera más fácil por la mayor cantidad de problemas que existiesen. Antes bien

“aumentan los reclamos cuando aumenta la esperanza y la integración social, cuando se asume que vale la pena gastar el tiempo en hacer el reclamo, cuando se asume que hay efectos de expresar el malestar. Aumentan los reclamos en 2011 porque en la calle había jóvenes criticando un modelo educacional y porque se asumió que ello tenía sentido, que si esos jóvenes eran capaces de cambiar el clima social del país, entonces cada uno de los ciudadanos podría (en la escala que le corresponde) cambiar las condiciones a las que ha sido sometido”.[6]

Ante lo expresado, entonces, ¿podemos decir que la ciudadanía es universal? Cuando estábamos sentados en el colegio, se nos decía que actualmente en el país regía la ciudadanía universal porque la inclusión de las mujeres al voto y la eliminación del voto censitario le otorgaron a gran parte de la sociedad un derecho civil muy importante. Pero, por ejemplo, ¿qué sucede hoy con los niños?

Represión y resistencia. Alejandro BonillaRepresión y resistencia. Alejandro Bonilla

Hace ya un tiempo en este país los niños han comenzado a tener una importancia relevante al menos en lo que resulta ser la investigación en ciencias sociales. Se le entrega voz y voto a una figura poco considerada en las decisiones del mundo adulto, como si a estos no percibieran y no participaran del mundo que habitan tan a la par con los adultos. Su presencia en las concentraciones ciudadanas, por ejemplo, les entrega a ellos la misma condición ciudadana que los adultos, ya que ellos como futuros adultos y herederos del mundo en construcción, deben, casi por obligación, responder a estos mismos intereses.

La cosmovisión mapuche en este punto ha resultado ser más sabia que la tradición occidental del pensamiento. En esta etnia originaria, la figura del niño es un actor más dentro de la organización social de la comunidad mapuche, y como tal, participa y delibera ante los consejos de iguales.

Por esta y otras razones, valido es pensar que tan histórica es la realidad de la idea de ciudadanía que su refuerzo, su práctica y su implementación en el mundo dependen, precisamente, del tiempo que se está viviendo. Para el caso chileno como hemos estado viendo, la ciudadanía pasó se estar completamente dormida –que es igual a inexistente- disfrutando de la dimensión económica del país, a enfrentar las verdaderas impresiones de un país que se desgastaba cada vez más en un espectro social cada día más desigual. Llegará, por todo lo antes dicho, el momento en que lo entendido actualmente por ciudadanía expanda sus límites y albergue nuevos actores que hoy se ven marginados por este mismo concepto esperanzador para muchos.


[1] Véase este ejemplo.

[2] Gabriel Salazar. Del poder constituyente de asalariados e intelectuales. Chile, siglos XX y XXI. Pág. 274

[3] En Chile se le ha dado el nombre de Mall a un espacio amplio en donde se habituan los principales centros comerciales del país. A tal punto ha sido su masificación y su impacto en la sociedad chilena que uno de dueños de Cencosud, uno de los conglomerados más grandes de Chile, dijo en algún momento que el nuevo espacio público de Santiago eran los mall’s.

[4] Ibídem

[5] Paul Drake; Iván Jaksic (Comp). El modelo chileno. Democracia y desarrollo en los noventa. Pág. 377

[6] Alberto Mayol. El derrumbe del modelo. Pág. 24

Para saber más…

  • Paul Drake; Iván Jaksic (Comp). El modelo chileno. Democracia y desarrollo en los noventa. LOM Ediciones, Santiago de Chile, 1999.
  • Alberto Mayol. El derrumbe del modelo. LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2012.
  • Alberto Mayol. No al lucro. Editorial Debate. Santiago de Chile. 2012.
  • Gabriel Salazar. Del poder constituyente de asalariados e intelectuales. Chile, siglos XX y XXI. LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2006.
  • Gabriel Salazar. En el nombre del poder popular constituyente. LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2011.
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Joaquín Pérez Arancibia

Profesor de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad Alberto Hurtado. Director y Coordinador General del Preuniversitario Popular "Agogé", siendo profesor del Departamento de Historia y Lengua Castellana y Literatura. Co-editor de Carbonada Ediciones. Ensayista. Sus principales áreas de interés son la historia republicana de Chile en el siglo XX, la historia contemporánea, la literatura y el cine.

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