Esta historia en La Habana comienza en dos puntos: el aeropuerto José Martí y posteriormente en el barrio del Vedado por la tarde. Llegamos en un camión y bajamos con nuestras expectativas puestas en aquella isla. Nadie sabía realmente que iba a pasar, ni cómo, pero de entrada se sentía que algo iba a pasar. Con el paso del tiempo y la percepción más afinada me doy cuenta de lo que pasó a mi alrededor en esos días. Con la intuición más avivada me doy cuenta de lo poco útil que me fue mi pensar racional en aquel mundo maravilloso y real, como decía Alejo, más bizarro que el surrealismo; en potencia, infinitamente bello.
El Vedado es un barrio donde en algún momento vivió gente muy rica, después clases medias. Como extranjero se va uno a encontrar con cosas que le sorprenden. Muchos lugares de venta de pizza, y muchas cafeterías, aunque el titulo de cafetería es simple adorno. Los edificios son de más de dos pisos sin excepción, y llegando algunos hasta cinco, siete o incluso diez, pero estos son la menor parte. Quienes nos rentan registran a sólo la mitad, los demás, a nombre de una jugada astuta y casi institucionalizada de evasión fiscal justa y necesaria: visitantes.
La tarde se hizo noche y la humedad del Caribe empezó a atacar mi garganta. El aire se siente distinto ahí entre mares, cerca del Golfo de México. Esa noche dimos un pequeño paseo alrededor del barrio y volvimos a dormir en cuestión de pocas horas. Íbamos a estar por dos semanas; una dentro de un curso de la Universidad de La Habana, la otra en libertad total por la isla. Hora de dormir. Amaneció y caminamos hacia la Facultad de Filosofía e Historia. Subimos las escaleras y nos encontramos con el monumento al Alma Máter, custodiada por un edificio de corte neoclásico, con sus columnas coronadas por capiteles corintios. El blanco característico de la edad clásica, el porte y alma sepia de los tiempos pasados.
El maestro nos imparte un curso de cultura general. Su discurso se siente cercano en muchos aspectos, y lejano en algunos otros. Fidel, La Consagración de la Primavera, José Martí, Camilo, el Che, Buena Vista Social Club, Irakere, lomo de cerdo con frijoles y arroz, guarapos y salsa. No puse mucha atención en algo importante que dijo sobre el mestizaje, pero mis ojos me iban a ayudar después con este asunto.
Sentado en aquella mesa de la Universidad noto el sueño increíble que una compañera empezó a manifestar desde el inicio de la sesión; muchos no hicieron caso a la indicación de dormir temprano debido a esa clase, que era en la mañana. Un maestro estaba haciendo grandes esfuerzos por tratar de sintetizar una cultura y algunos de nosotros despreciando sus palabras por la nimiedad de un horario matutino y nuestra desesperación por el ron y la rumba. Al final, con todo y todo, nos despedimos del maestro, algunos (y de los que se morían del sueño) hasta se tomaron fotos: con el afán de caricaturizar nuestras vidas en fotos para las redes sociales.
Hacia «La Habana vieja»
Terminado el curso todos los visitantes partimos a lugares distintos. Muchos a dormir un ratito más, y otros a comer. Los de mi grupo y yo estábamos decididos a visitar La Habana vieja cuanto antes; como traíamos viada de viajes anteriores decidimos caminar y evitar en la medida de lo posible a los coco taxis. Caminamos por el malecón y pudimos ver edificios de todo tipo, algunos de ellos en ruinas y otros en muy buen estado. Grandes olas golpeaban y nos salpicaba el agua en algunos tramos. El combustible de los autos tiene un olor jamás experimentado. Autos americanos y pequeños autos rusos poco aerodinámicos fueron nuestros acompañantes en esa caminata. Poco aceitados, pero funcionando. Algo así como la política en toda América Latina.
Conforme caminamos, me voy dando cuenta de lo que hablaba el profesor anteriormente. Veo a mulatos, negros, blancos, mestizos: veo de todo. La mulata de ojos verdes. El blanco de pelo afro. La gente es tan variada como las fachadas de los edificios que se me van apareciendo frente a los ojos. Percibo de estos la lejanía del medio oriente, expresada en delicados arabescos, muy matizados. Puedo sentir también el calor del edificio colonial español, con el cual sólo había entrado en contacto en algunas partes de México, pero acá es distinto. Encaro, justo después del cameo moro, con una fría caja en pie. La arquitectura funcionalista, de una época que exigía pragmatismo habitacional. Entendí en ese momento de lo que hablaba el profesor, entendí aquello de los moros con cristianos servidos con plátano frito.
Empezamos a recorrer las calles de La Habana vieja, torpes, en nuestro papel de visitantes, claro. De turistas, aunque la palabra hiera. A pesar de todo lo que ya había visto, topamos con una iglesia ortodoxa. Pequeñas sorpresas como esas fueron cosa de día a día. Como se estaba haciendo ya noche, bebimos rápidamente un chocolate en su respectivo museo y partimos de vuelta a dormir. Los demás días transcurrieron rápidamente, y además de borracheras nocturnas nada relevante ocurrió.
Visita a Babalawo
En nuestro último día en La Habana, la señora con la que rentábamos quería que conociéramos un poco más de su país. Hizo la sugerencia de ir a visitar a un brujo, así traduje cuando se refirió a una persona como «Babalawo»; yo no pensaba asistir, quería tener un tiempo a solas, como suelo hacerlo desde que tengo memoria, pero la casa iba a quedarse sola y los compañeros me esperaron. Tome una ducha a prisa y fuimos a tomar la guagua una vez más. El paisaje urbano nos fue cambiando por uno más rural. Bajamos y tomamos otro camión, era viejo y le costaba andar. Nuestra guía encontró el lugar del Babalawo de pura memoria. Tomamos turnos y fuimos pasando uno a uno. Al salir, nuestras caras expresaban muchísimas cosas, será una reserva personal lo que me dijo. Al entrar se dejaba un CUC a la figurilla de un santo cubierta con plumas, después, sentados en una mesa comenzaba la adivinación. Uno agita unas caracolas y el babalawo hace un conteo con otros objetos que se escapan a mi memoria.
Lamento no haber tomado una foto del lugar donde ocurrió todo esto, además de que hubiera sido difícil. Pero ésta falta de una exposición grafica es donde comienza la tarea del lector: tendrán que imaginar el largo callejón el cual había que cruzar para llegar al cuarto, la barba canosa de aquel hombre pasado de peso y su mirada inquisidora. Tendrán que construir dentro de sí el sentimiento de protección y la vez de miedo al estar rodeado de figuras de santos, el olor místico a flor marchita e incienso. Tendrán que imaginar, imaginar todo esto que fue real y que bien podría haber sido un sueño.
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? : «Postales de La Habana». Publicado el 22 de marzo de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.31 – URL: |
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