Para empezar tendremos que analizar. ¿Qué es una obra maestra en el arte?
Toda la Historia del Arte, en gran parte la Historia de la Humanidad, se construye a partir de las aportaciones artísticas del hombre, de nuevas soluciones, tanto conceptuales como técnicas; con ello regresamos necesariamente a los orígenes de la humanidad y sus primitivas expresiones gráfico-plásticas, con toda certeza, anteriores a cualquier otro signo o escritura.
La obra maestra es aquella que perdura para siempre. Una obra no nace maestra, sólo los tiempos y las épocas la harán eterna, impertérrita al devenir y a las barbaries del hombre. Adoptada por las multitudes, ignorante de los cambios de gusto y las modas, nos cautiva generación tras generación, porque es inagotable su capacidad de fascinación y porque desde las distintas perspectivas nos facilita la actualización constante de su lectura. Por eso hay tan pocas obras maestras a lo largo de la Historia del Arte. Porque no cumplen con la durabilidad, la identificación plena del espectador, la posibilidad de transmitir y hacernos sentir.
La obra maestra constituye para nosotros la sólida unión entre el pasado y el presente. Las primeras vanguardias del siglo XX se sintieron fascinados por el exotismo, el negrismo, el infantilismo y el arcaísmo del entonces llamado arte negro (esculturas africanas y de los pueblos de Oceanía, en particular de la Polinesia, de donde los mercaderes coloniales traían algunas piezas en sus viajes de retorno a Francia). Los cubistas dedujeron una lección formal sin precedentes y se vieron especialmente sacudidos por la fuerza de síntesis que en las esculturas predominaba sobre cualquier valor plástico. Para los expresionistas tuvo un significado más profundo; los fauvistas simplemente se sintieron inspirados por la irreal aplicación del color, aunque siempre observando las obras en función de sus preocupaciones estéticas y separándolas de la cultura que representaban. Los motivos esquemáticos, geométricos y abstractos grabados o pintados durante la Prehistoria, que iban descubriéndose y publicándose en los corpus de la primera mitad del siglo XX, también inspiraron a Paul Klee o Joan Miró.
Como si de una empresa se tratara, el “ego” del historiador del arte ha de buscar y situar el origen de lo artístico, lo más cercano al propio origen del hombre. Imaginemos el nombre de nuestra empresa: “Historia del Arte” y como subtítulo: “Fundada 40.000 años antes de la era cristiana, al mismo tiempo que apareció el Homo Sapiens”. No llegaremos a pecar de vanidad, considerando “el Arte como universal y eterno” de acuerdo con las teorías del racionalista francés Descartes (1596-1650), quién marcó decisivamente la orientación del pensamiento occidental. No sólo reconoceremos como auténtico el conocimiento científico del positivista francés Agusto Comte (1798-1857) y del británico John Stuart Mill (1806 -1873). Para llegar al siglo XX con el constructivismo ruso que separó el arte «puro» del arte “usado” como instrumento para propósitos sociales y el historicismo evolucionista, en un intento de describir y clasificar esquemáticamente los hechos históricos.
Para conocer el Arte en la Prehistoria tendremos en cuenta, entre otras, las mencionadas teorías sin dejar de observar, primero, que no todos los restos arqueológicos encontrados allende en el Paleolítico, naturalistas o abstractos deben ser calificados como artísticos, ya que algunas formas minerales pudieron deberse a la casualidad. Segundo, que pudo haber otras manifestaciones artísticas sobre cuero, madera, plumas o cortezas que al igual que la música o la danza, no son susceptibles de fosilizarse y, por tanto, pudieron perecer con el tiempo sin haber llegado a nuestros días.
Desde el Mito de las Cavernas de Platón, en las antípodas de la antigua Grecia, describiendo la situación del ser humano respecto al conocimiento, invitándonos a imaginar unos prisioneros cautivos en el interior de una cueva que sólo podían ver las sombras de los objetos que proyectaba la luz de una hoguera, ilustrándonos así la ignorancia en la que vive el hombre cuyas preocupaciones se refieren al mundo de los sentidos y apostaba por la filosofía como fuerza liberadora que nos permite salir de la caverna y acceder al mundo verdadero, el de las ideas y su expresión. Hasta las vanguardias del siglo XX, y la aparición de la teoría del Arte por el Arte, poco después del descubrimiento en yacimientos franceses de los primeros objetos decorados; lo artístico, en armoniosa simbiosis con el hombre, le ha acompañado, así como la actividad artística se ha ido adaptando y justificando de acuerdo con la evolución y necesidad social, convirtiéndose en auténtica expresión –artística- de lo bello, del pensamiento, de la razón de ser desde aquel homo sapiens.
El Arte en la Prehistoria podemos y lo estudiaremos a través de los hallazgos arqueológicos, las pinturas, grabados, rupestres y mobiliares, cerámicas, adornos, etc., pero también desde el arte que realizan en la actualidad los pueblos con condiciones económicas y sociales similares a aquellas comunidades prehistóricas, para llegar a comprobar de que manera influyó en las vanguardias del siglo XX, cerrando el círculo entre los principios que pudieron inspirar el arte abstracto en la prehistoria y las bases que adoptaron los artistas abstractos del final de las vanguardias.
El arte, según define hoy la Real Academia Española, es la virtud, disposición y habilidad para hacer algo. La manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginada con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros. Una definición totalmente válida para lo que consideramos arte en la prehistoria, como para las últimas tendencias artísticas.
Estamos viendo como desde la prehistoria, el hombre ha tratado de reproducir en las paredes de las grutas las formas de los animales que había observado, logrando representar sus movimientos, la masa y la forma de los cuerpos; así, nació este arte que es uno de los primeros practicados por el ser humano, que siempre ha procurado representar los objetos como sus ojos los veían. El hombre a través del tiempo ha dejado su huella traduciendo la impresión que le transmite un objeto reproduciendo su forma, su tamaño y su volumen, bien por medio de un trazo, como en el arte egipcio, griego y japonés, bien sugiriendo sobre todo el aspecto del relieve por el juego de las sombras y de la luz; este último modo de expresión es ya visible en los frescos de Pompeya y en los artistas del Renacimiento italiano como Leonardo Da Vinci. En términos generales, el arte se ha desarrollado en función de las condiciones de existencia de cada época, de cada cultura y de los progresos y conocimientos acerca de los instrumentos y técnicas utilizadas por los artistas.
La influencia del Arte Prehistórico en las Vanguardias del s. XX
En las siguientes líneas trataremos de esbozar lo que les aportó el arte prehistórico a los artistas de vanguardia que, con su arte, rompieron con los ismos inmediatamente anteriores como el romanticismo o el neoclasicismo. Durante todo el siglo XIX fueron conociéndose los sucesivos hallazgos de un arte prehistórico que no fue científicamente aceptado hasta su datación absoluta a partir del descubrimiento años después de la 2ª Guerra Mundial del Carbono 14.
La primera exposición presentada por un grupo de impresionistas tuvo lugar en 1874. No encontramos ninguna influencia del Arte Prehistórico en el arte de los impresionistas que querían captar la cualidad de la luz y de la atmósfera en una hora particular del día a través de las cuales se ven los objetos, pues su condición determina la apariencia de estos.
El expresionismo artístico plástico arrancaba en el año 1890 en Alemania y en los países del norte de Europa, desde donde se extendió hasta bien entrado el siglo XX. Franz Marc, Edward Munch, Gustav Kimt, Oskar Kokochka, Emil Nolde y Georges Rouault, fueron algunos de sus exponentes. La pintura expresionista buscaba y logró expresar violentas emociones, desde dentro hacia fuera, al contrario de la impresionista. Su objetivo fundamental era crear impetuosas reacciones en el espectador, por medio de sentimientos y emociones del artista, expresados con audacia de formas y rígido colorido. Las influencias en su arte fueron variadas, ya que estudiaron en profundidad las tradiciones germánicas y a sus autores más representativos Durero o Cranch. Dentro de los objetivos del grupo estaba la destrucción de las reglas y la búsqueda de la espontaneidad en el acto creativo.
Pinturas como la de la Cueva de las Manos ubicada en Argentina, inspirarían sin duda, junto a la escultura africana y oceánica a los pintores expresionistas. Sobre todo para ellos, el arte era algo subjetivo que dependía totalmente de su creador, primando la idea. Utilizaban así formas muy simplificadas y deformadas unidas a colores muy contrastados para de esa manera intentar transmitir mejor el valor interno de las cosas.
Franz Marc (1880–1916), pintor alemán, fue uno de los principales representantes del movimiento expresionista. Estuvo influenciado por el uso del color de Robert Delaunay. Cada vez se acercó más al futurismo y al cubismo. Su obra evolucionaría con el tiempo hacia una mayor abstracción y sobriedad, hasta culminar en la abstracción expresiva. La parte de su obra más conocida son los retratos de animales. Estas obras se caracterizan por la brillantez de colores primarios, el cubismo, la simplicidad y un profundo sentido de la emoción. El tema es la fuerza vital de la naturaleza, el bien, la belleza y la verdad del animal que el autor no ve en el hombre, al cual no representa. Marc intentaba representar el mundo tal como lo ve el animal, mediante la simplificación formal y cromática de las cosas. Usando cada color para denotar un significado: azul para la austeridad masculina y lo espiritual, amarillo para la alegría femenina, y el rojo para la violencia.
En la pintura de Franz Marc predominan los venados y caballos. En “El pequeño caballo” emanan como vemos, el aura arcaica de las pinturas rupestres. Uno de ellos contempla un lugar imprecisable; el otro, inclina su cuello hacia unas gramíneas que nacen de una tierra cuyo densa tonalidad azul lo aproxima al aspecto de aspereza de algunas piedras. Sobre este fondo el caballo y en otras de sus pinturas, los venados, son seres que se acercan a la condición de los animales pintados en la roca de la pintura rupestre y prehistórica.
Quizá los pintores en el Paleolítico, pintaban el bisonte, el venado o el toro sobre la piedra para provocar la entrega del animal a las lanzas cazadoras. El animal era cazado sólo bajo su consentimiento. La habilidad física y el acecho del cazador no eran suficientes para sojuzgar a la presa. El animal pintado era acaso el talismán de pintores-magos para asegurar una exitosa cacería.
Tal vez la pintura rupestre con motivos animales retenía la energía distinta y extraña del animal para, de esa manera, construir un puente mágico hacia comarcas invisibles. Los animales de las rocas prehistóricas, en el lienzo de Franz Marc labran un puente encantado hacia honduras nunca alcanzables por el sólo intelecto.
En 1905 un grupo de jóvenes pintores expuso sus obras y para designar su estilo, los críticos acuñaron el nombre de Fauvismo por parecerles que aquellos artistas eran fauves (fieras). La aparición del Fauvismo en Francia fue paralela al expresionismo alemán, particularmente a los pintores del grupo Die Brücke. Ambos movimientos marcaron la aparición de lo emocional frente al estudio calculado y teórico de la realidad.
El fauvismo derivó de los fuertes colores y las vehementes pinceladas de Van Gogh; de las formas simplificadas y los atrevidos esquemas decorativos de Gauguin, y del desprecio que ambos demostraron por las cualidades académicas formales de la composición.
Henri Matisse, primera figura del grupo original fauvista, en su Danza, dejó presente la intensidad fauvista del colorido y su predilección por la pintura rupestre.
El gusto por la estética de las estatuas y máscaras africanas, la admiración que profesaban por el arte de los pueblos primitivos no era imitativo, sino que encontraron en el Arte de la Prehistoria un evidente alejamiento de las formas naturalistas para tender a la esquematización.
El Fauvismo no fue un movimiento conscientemente definido, careció de un manifiesto. Fue un mosaico de aportaciones en el que cada pintor acometía sus obras como una experiencia personal cargada de espontaneidad y de frescura. Les unió la actitud violenta con la que se enfrentaron a los convencionalismos de la época rechazando las reglas y los métodos racionales establecidos. Reaccionaron contra el Impresionismo y contra la importancia que éstos habían dado a la luz a costa de la pérdida del color. Los fauvistas creían que a través de los colores podían expresar sentimientos y este pensamiento condicionó su forma de pintar. No buscaron la representación naturalista, sino realzar el valor del color en sí mismo. Por ello, rechazaron la paleta de tonos naturalistas empleada por los impresionistas a favor de los colores violentos para crear un mayor énfasis expresivo.
Emplearon una pincelada directa y vigorosa, con toques gruesos, sin mezclas, evitando matizar los colores. Las figuras resultan planas, lineales, encerradas en gruesas líneas de contorno. Sus creaciones respondían a un ejercicio de sintetización, buscan la máxima intensidad emocional combinada con la máxima simplificación de elementos. Por ello renunciaron a la perspectiva clásica, al claroscuro y al modelado de los volúmenes. La luz tendía a desaparecer y con ella la profundidad.
El Cubismo surgió en Francia hacia 1907 para luego extenderse por todo el mundo. Se inspiró en los postulados artísticos de Paul Cézanne y de Georges Seurat; su planteamiento básico es representar obras de la realidad, pero fracturadas por medio de la geometrización de la forma, de tal manera, que se representaban las mismas formas del objeto vistas desde varios ángulos a modo de simultaneidad de planos.
El mayor paralelismo entre el cubismo y el arte de vanguardia llega en julio de 1907 a partir de la visita al Museo del Hombre en el Trocadero de París por Pablo Picasso. De aquella visita salió conmocionado al conocer en directo las esculturas de las máscaras negras. Percibió en el acto esa evidencia de la relación entre el hombre y la naturaleza, esa traducción tan viva e inmediata de sensaciones profundas, ancestrales, que experimenta el hombre, como el miedo, el terror o la alegría. Es decir, el poder mágico de aquellos objetos. Las sensaciones profundas, imposibles de expresar sólo con la palabra. La necesidad de ver y sentir, que encontró en el arte negro, resultó como una sensación pura con simplicidad de formas: geometría pura y simple, cuadrada. Un nuevo lenguaje plástico con signos codificados: el rectángulo para la boca, el cilindro para los ojos, el agujero para la nariz.
En las «Señoritas de Avignon” culmina esos nuevos aprendizajes con una disciplina plástica con geometrizaciones de los volúmenes macizos, dominando la tensión de la brutalidad de las deformaciones y la evidente esquematización, aún más evidentes en los bocetos preparatorios en sintonía con el arte prehistórico.
El arte contemporáneo puede que arranque a partir de Picasso y de esa esquematización inspirada en el arte negro, convirtiéndose en el eje principal y de referencia de toda la vanguardia artística.
Los artistas cubistas pintaban superficies planas, la perspectiva dada a la obra era aparente, lograda por medio del alargamiento de las líneas y ángulos. El color fue, virtualmente suprimido, subordinándose a las formas y por tanto, al dibujo. Los cubistas crearon la superposición a través de la visión polifacética y simultánea del objeto.
El futurismo exigía un nuevo concepto artístico basado en la dinámica de la velocidad, que para los futuristas era fundamental y característica de la vida moderna. El símbolo más venerado por los futuristas era el automóvil de carreras, aunque éste nada tiene que ver con el arte en la prehistoria. Fue un movimiento italiano al que pertenecieron Humberto Boccioni y Carlo Carrá; su propósito era despertar a Italia de la apatía cultural en que estaba sumida desde fines del siglo XVIII.
Las manifestaciones del Surrealismo, son tan variadas como sus intérpretes. Giorgio de Chirico, Paul Klee, Man Ray, Salvador Dalí, Joan Miró o Yves Tanguy fueron sólo algunos de los artistas que tomaron parte activa en el grupo de los pintores surrealistas. El Surrealismo dio rienda suelta al artista para expresar sus sentimientos e impulsos más íntimos. Influido por el psicoanálisis de Freud y las doctrinas revolucionarias de la época, el surrealismo supo dar cauce a vagos impulsos renovadores latentes en la intelectualidad surgida de la primera posguerra.
Hasta mediados del siglo XIX la sociedad occidental venía interpretando las manifestaciones plásticas americanas y de otros pueblos “primitivos” como muestras de un nivel “inferior” de desarrollo. El seguimiento del patrón clásico griego elevaba la representación figurativa a la más alta y “evolucionada” manera de elaboración estética e intelectual. Pero una nueva mirada, propiciada por aproximaciones científicas de viajeros (Humbolt, Riou, André, etc.) que “redescubrieron” el nuevo mundo, tuvo importantes repercusiones en el campo artístico y en la revaloración del arte de otros pueblos de tradición distinta a la europea histórica. Esto es palpable en la obra de artistas como Picasso, Klee o Miró, que inspirados en las formas simplificadas como las del arte rupestre influirían notablemente en el quehacer plástico contemporáneo.
Según recoge César Calzada Fernández en el Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte de la Universidad de La Rioja, «la mayor parte de los estudios sobre la obra de Joan Miró hacen referencia, más o menos puntual, a conexiones con el arte prehistórico. Sin embargo no existe un análisis detallado que clarifique puntos tan importantes como de qué forma y cáundo Miró comienza a emplear estos referentes; en qué medida los utiliza, reelabora o transforma en su proceso creativo; hasta que punto su tratamiento determina su evolución artística; en que tipo de manifestaciones concretas se inspira y de qué manera tiene acceso a su conocimiento«.
Tras una profunda crisis interior, Miró encontró su verdadero camino en una línea imaginativa, surrealista y tremendamente lírica que nunca abandonaría. En 1937 fue expatriado a París debido a la guerra civil española, donde hizo otra exposición. En 1940 volvió a España como consecuencia de la invasión nazi en Francia. Viajó a Mallorca donde hizo cuadros con formas de luna, estrella, sol y constelaciones. En las décadas de los años 40 y 50 se dedicó a los trabajos de cerámica. En 1958 realizó grandes murales. Durante los años 70 hizo una escultura revolucionaria con la cual permaneció trabajando hasta su muerte. Finalizó un trabajo para la UNESCO sobre el arte rupestre, por lo que visitó varías veces las cuevas de Altamira. No fue sino hasta finales del siglo XIX cuando se aceptó la autenticidad de las pinturas rupestres de Altamira (España), de las cuales se había dudado, ya que sus magníficas representaciones naturalistas no encajaban en el modelo evolutivo del arte que se tenía hasta ese momento; según el cual lo “primitivo” se caracterizaba por la incapacidad para representar de una manera “fiel” y “racional” el mundo. Muchas de las manifestaciones rupestres de la región franco-cantábrica datan de hace más de 25.000 años.
En conclusión, el arte prehistórico no sólo es un referente ocasional en la obra de Miró, sino que constituye una constante, primero ideológica y luego formal y técnica, que determina su evolución estilística.
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La abstracción del siglo XX de vuelta a la abstracción prehistórica
Extraer de una imagen figurativa los elementos esenciales, deformándolos o modificándolos; es decir, impresionar lo psíquico por encima de lo puramente visual buscando una nueva expresión de la realidad. El arte Abstracto es un movimiento que llegó con la creación de la nueva pintura del ruso Wassily Kandinsky en 1910, en la cual no existía ninguna representación figurativa, sino formas y colores; sin embargo, revisando obras prehistóricas, de Egipto, del período prehispánico, etc., se puede ubicar en ellas el origen de este arte. Esta tendencia artística se basó, no en la representación real del objeto, sino en la belleza que el cuadro pueda reflejar, de allí la importancia del color en las obras abstractas. El Abstraccionismo tiene dos corrientes: la Abstracción Lírica, que se refiere a las composiciones donde el artista parte de su intuición para expresar, por medio de color, sentimientos, ideas, etc., y la Abstracción Geométrica, que se refiere a las composiciones en donde el artista trabaja con figuras geométricas como el círculo y el cuadrado, y con líneas que partiendo de colores planos las hacen ser obras totalmente estáticas.
La abstracción está íntimamente ligada a la creación de símbolos. La abstracción puede adoptar la forma de un signo repleto de significado simbólico especial, de carácter mágico o sagrado. Desde los comienzos del arte, la abstracción se fundió con el ámbito de la magia, el exorcismo de las fuerzas hostiles.
La abstracción recorrió todo el arte prehistórico. El tipo más usual de abstracción se obtiene mediante la concentración y simplificación de la forma natural, un animal, personas. Un segundo tipo de abstracción es el empleo de formas inexistentes en la naturaleza, y a las que se ha dotado de un significado simbólico conocido solamente por los iniciados. Un tercer tipo consiste en la mezcla de temas naturales transformados con símbolos abstractos. Por último, en un cuarto tipo, el empeño de concentración y simplificación se lleva tan lejos que el tema original ya no es reconocible.
Hoy en día sólo podemos hacer conjeturas con su significado de estas últimas, porque este alejamiento extremo de la terrenal forma natural, elevaba la representación a una potencia mágica superior.
Aplicada a la representación animal, la abstracción se abstiene de tomar en consideración los rasgos individuales del objeto y pone la atención en la especie o categoría a que pertenece. No se subrayan las características específicas, sino las generales e intrínsecas. Y es en el contorno de la figura donde se concentra la capacidad de abstracción del artista.
El contorno es el ingrediente primordial del arte prehistórico y del actual arte abstracto. En su evolución hay muchos estadios diversos, desde la más tosca del periodo auriñaciense hasta la gran abreviación del magdaleniense. En muchas ocasiones se aprovecharon las protuberancias y las formas del material sobre el que se pintaba, o grababa para realizar un contorno más definido. Para el hombre, los animales que pintaba o grababa estaban ya vivos en la roca o en el hueso, el solamente había de completarlos y darles vida a través de su arte y la magia.
A modo de colofón, con el arte abstracto del siglo XX podía haberse llegado como apuntábamos al inicio de nuestro trabajo, al principio que movió al primer homo sapiens a decorar sus paredes. El arte por el arte, que proclamó J. J. Rousseau, quien pensando precisamente en los primeros cazadores-recolectores, –cuando aún no habían aprendido a criar ó domesticar animales, ni averiguado que podían sembrar las tierras y recoger sus cosechas, dados a la vida fácil, en la que la naturaleza les daba sustento en abundancia, las necesidades primarias estaban cómodamente cubiertas, y las preocupaciones no existían-, disponían de mucho tiempo, lo que les daba lugar a las artes por sí mismas. Libres, -añadiría su contemporáneo y anticlerical Mortillet- sin la necesidad de buscar explicaciones religiosas. Así es como podemos contemplar el arte abstracto del siglo XX. Desnudo de discurso, simbología, narrativa, o reivindicación, es decir, el Arte por el Arte. Nutriéndose todas las vanguardias artísticas de la confirmación científica de la autenticidad del arte en la prehistoria, años después de la 2ª Guerra Mundial con la datación absoluta a través del C14.
El arte aborigen no es ya lo que fue en sus orígenes. Las piezas que se exponen en museos y galerías no son objetos ceremoniales, sino el producto de la actividad de profesionales. El arte se convirtió no sólo en una relevante fuente de ingresos sino también en el principal medio a través del cual el aborigen ganó el respeto del mundo blanco. Este proceso debió superar serias dificultades en el seno de la propia sociedad aborigen, ya que los contenidos que transmitían sus pinturas y sus esculturas eran sagrados y secretos, por lo que hubo que acordar qué se podía y qué no se podía representar y se optó a menudo por ocultar los temas a los que se hacía referencia. En la actualidad, los artistas aborígenes podrían ser considerados individualmente en el contexto del arte contemporáneo, puesto que hacen reelaboraciones de una rica tradición, al igual que ocurre con los iconos que los artistas ortodoxos que siguen realizando los iconos fieles a la técnica bizantina. Por ello no es lícito abordar la producción aborigen exclusivamente desde la antropología.
En el Museo de Arte Contemporáneo de Sidney y en el Sprengel Museum de Hannover, encontramos obras de artistas de Ramingining y de Milingimbi. Entre ellos figuran algunos de los maestros del arte aborigen, como David Daymirringu, George Malibirr, Jacky Manbarrarra, Mick Daypurryun, Fred Nganganharralil y Tom Yätjang, todos artistas de altísima talla. La muestra se estructura, acertadamente, en los distintos ámbitos naturales -los manglares, la selva, la llanura, la playa, la poza- en los que se desarrolla la vida de los nativos, puesto que de lo que se trata aquí fundamentalmente es de la naturaleza, observada con perspicacia y expresada en figuras y diseños que funcionan como signos mnemotécnicos, como “una ayuda para estimular un relato, parte de un sistema más amplio de memoria” que se manifiesta también en los cantos, las danzas y las pinturas corporales, inextricablemente ligadas a las pinturas en corteza de eucalipto o a las esculturas.
Toda la riqueza de significados y de misterios que contienen estas obras es apabullante, pero además, formalmente, son resultado de un talento notabilísimo para la estilización y el ornamento. Encontramos en ellas representaciones bellísimas, realizadas con una reducida gama de colores (ocre amarillo y rojo, blanco de arcilla y negro de ceniza), de iguanas, serpientes, arañas, abejas, grullas, tortugas, cocodrilos, canguros…, entretejidos en una locura de signos y entrecruzamientos de líneas, con unos sentidos de la perspectiva originalísimos y constreñidos en diseños geométricos.
Portada: Comedy, Paul Klee (1921)