En este artículo Leonor Taiano Campoverde analiza la representación de la muerte en el imaginario colectivo desde la época romana, hasta llegar al específico caso del día de los muertos de la cultura mexicana, producto del sustrato precolombino y del superestrato español. El estudio examina la muerte desde la perspectiva sacro-religiosa de los períodos clásicos y modernos, su desacralización de la Inglaterra isabelina y su folclorización mexicana.
Introducción
La conciencia de la muerte como destino universal es un elemento importante del imaginario colectivo e incide también en la concepción de la vida como un estado pasajero relacionado con los conceptos de memento mori, vanitas, homo viator y contentus mundi.
En este artículo se tratará de analizar la imagen de la muerte y su importancia en la tradición occidental y en el sincretismo cultural mexicano. El estudio pretende tratar el tema desde las perspectivas religiosas, artísticas y folclorísticas desde el período clásico europeo hasta la actual concepción de la muerte característico de la cultura mexicana.
La naturaleza sacra de la muerte en la antigüedad y en la época moderna
En época romana, la frase latina memento Mori o recuerda que morirás, reflejaba claramente la idea de la trivialidad de la vida y de la imagen de la muerte como única verdad. De hecho, en su contexto original, memento mori constituía una advertencia que un siervo solía utilizar para aconsejar a los generales que habían triunfado en una batalla en su regreso a la urbe romana, donde eran recibidos por una multitud que los idealizaba (Landini, 2009:29). En consecuencia, su función era recordar la mortalidad del héroe, quien era un ser terreno y no un dios, incluso si obtenía la gloria en el campo de batalla. El triunfo no debe causar ni orgullo, ni esplendor, pues el héroe mortal debe repudiar la gloria terrena, reflejo de la vanitas.
En la Edad Media, el pensamiento místico y religioso del periodo medieval también estuvo marcado por la imagen de la muerte debido a la constante presencia de epidemias y plagas. En este contextos las danzas de la muerte, las nociones de vanitas y contemptus mundi se presentaban como explicaciones sobre la inevitabilidad de la muerte y a la vez tenían una función ética y didáctica.
A la dança mortal venid los nascidos
Que en el mundo soes de qualquier estado;
El que non quisiere a fuerça de amidos
Facerle e venir muy toste parado.
Pues ya el freile vos ha predicado
Que todos vayais fazer penitencia,
El que non quisiere poner diligencia
Por mi non puede ser más esperado (Anónimo, 2008: 4)
De contenido exclusivamente religioso, en los Ars moriendi escritos durante el siglo XV se presenta a la muerte como la batalla final para ganar la salvación del alma. En estos textos se insiste en la idea de que la humanidad cuenta con aliados importantes que protegen su alma (Dios, el ángel de la guarda, etcétera) quienes le dan la fuerza para enfrentar el mal (Bornstein, 2010:75-108). El Ars moriendi impreso por Peter Van Os en 1488 —uno de cuyos sus ejemplares se conserva en el fondo antiguo de la Kaninklijke Bibliotheek en Holanda y acaba de pasar al dominio público por medio de su publicación en Google libros— presenta doce representaciones pictóricas que constituyen la mejor muestra de la yuxtaposición entre el bien y el mal en este tipo de textos (Taiano, 2012: 77-88). El cuerpo de un agonizante es el elemento central de todas las imágenes del Ars Moriendi, en torno al cual creaturas contrapuestas luchan por obtener su alma. Generalmente los seres celestiales están colocados cerca de la cabecera de la cama, mientras sus figuras antitéticas, es decir los seres diabólicos, se encuentran cerca de los pies del doliente (Taiano, 2012: 77-88). El Bien está siempre representado por imágenes cuyo aspecto es sereno, pues su función es confortar el alma del individuo. El ángel guardián, el sacerdote que le aplica la unción, los santos, la virgen, Jesús, etc., aparecen en las viñetas como suministradores de paz y de esperanza. El Mal, en cambio, se exterioriza por medio del aspecto grotesco de las creaturas, las cuales son una combinación entre formas animalescas y humanas, grandes orejas, cuernos, cola, etc., que proponen al agonizante las tentaciones terrenas (Taiano, 2012: 77-88).
En el plano del arte, la pintura de bodegones o pintura de vanitas transmite una noción clara de la inevitabilidad de la muerte, la temporalidad de la vida y la inutilidad del esfuerzo humano. En estas pinturas las flores caídas, las frutas podridas, los relojes de arena representan la vanitas. Además, la presencia de libros e instrumentos científicos representan la actividad humana, mientras que diversos objetos como las pipas o los instrumentos musicales simbolizan los placeres humanos y la futilidad de lo material (Taiano, 2012: 77-88). Entre los motivos más frecuentes de las pinturas de vanitas se encuentra la representación de la imagen de San Jerónimo que renuncia a los placeres de Roma y se retira al desierto para meditar sobre la crucifixión de Cristo, convirtiéndose, para varios pintores de la Edad Moderna, en el arquetipo de la vida de renuncia y mortificación del cuerpo. Antonello da Messina, El Bosco y Lubin Baugin plasman en sus óleos la imagen de un San Jerónimo despojado de sus ropajes cardenalicios para humillarse delante de la figura de Cristo crucificado (García Mahíques, 2000: 211). La vida contemplativa del santo sirvió también como fuente de inspiración del pintor barroco español Sebastián de Llanos[1], cuya obra intitulada San Jerónimo penitente en su estudio (1667) constituye el ejemplo perfecto de la representación de la vanitas en el arte moderno. La figura anciana del santo semi-desnudo aparece postrada en una cueva marcada por una iluminación tenebrista. La calavera, los lentes de forma circular, los libros, entre otros objetos, simbolizan la temporalidad de la vida, la mortalidad y la lucha entre la ciencia y la fe. La biblia descansa sobre el cráneo humano encarnando, probablemente, la victoria del espíritu sobre la vanitas. Conjuntamente, la renuncia a la veste cardenalicia, la cual se encuentra cerca del santo, refuerza la idea del triunfo de lo inteligible y ultraterreno sobre lo perceptible y mundano (Taiano, 2012: 77-88). Esta obra, relativamente poco estudiada, se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Sevilla y constituye, desde mi perspectiva, uno de los ejemplares más logrados de la pintura de bodegones en el barroco español, pues en ella están presentes todos los elementos que la caracterizan.
Desacralización de la muerte
Más allá del mundo neolatino, durante la época isabelina, los anillos memento mori, que llevaban la imagen de la calavera y las tibias cruzadas era común, al igual que los anillos conmemorativos, en los que a menudo se ponían mechones de cabellos de una persona querida que había muerto, era frecuente en Gales (McMahom, 2005:50). Además, en la iconografía anglosajona, las lápidas y esculturas de los cementerios tenían como motivos dominantes las imágenes de calaveras o relojes de arena que simbolizaban la fugacidad de la existencia cuya influencia puede percibirse en el refinado teatro de Shakespeare, en los objetos cotidianos de la época e inclusive en la piratería (Mackenzie, 2000:96).
En cuanto a la piratería, esta profesión estaba relacionada con la muerte en dos sentidos. El primero por medio de la ridiculización del concepto de memento mori en la Jolly Roger[2]. El segundo constituye la desacralización del tema del viaje y de la imagen del homo viator. Efectivamente, la imagen del cráneo en las banderas y la vida nómada y arriesgada de los piratas los ha convertido en un símbolo del individuo en constante contacto con la muerte. Sin embargo, la muerte para los piratas no tiene un significado sacro, sino que está conectada con el sentimiento de indiferencia e incluso de burla. Sus banderas son para recordar y jugar con la muerte, su comportamiento es un desafío a esta última (Kuhn, 2010:170).
Folclorización de la muerte y sincretismo mexicano
A nivel de la cultura hispánica, principalmente en México, existe una folclorización de la muerte por medio de celebraciones que constituyen una fusión entre la tradición precolombina y la cultura española.
El día de los Muertos mexicano constituye una forma particular de conmemoración de los difuntos. La celebración tiene lugar los días 1 y 2 de noviembre, en el mismo período en que se celebran las fiestas cristianas de Todos los santos y el día de los difuntos. Sin embargo, las fiestas pueden durar varios días, en los que se recuerda a los muertos con música, bebidas, comidas tradicionales, decoraciones coloridas y representaciones caricaturales de la muerte.
Esta manera peculiar de conmemorar a los difuntos en México, se debe a que los antiguos mesoamericanos no veían ala muerte con las mismas connotaciones morales de la religión católica, en las cuales las nociones de infierno y paraíso sirven para premiar o castigar. Al contrario, los aztecas creían que las ruedas destinadas a las almas de los muertos fuesen determinadas por el tipo de tránsito que las almas tomasen y no por su comportamiento en la vida, oponiéndose totalmente a la concepción cristiana presente en los Ars Moriendi. Estas direcciones eran:
1) El Tlalocán o paraíso de Tláloc, divinidad de la lluvia. A este lugar se dirigían aquellos que morían en circunstancias relacionadas con el agua (ahogos, edemas, etc.) y también los niños que eran sacrificados al Dios.
2) El Omeyocan o paraíso del sol, precedido por Huitzilopochtli, dios de la Guerra. A este lugar llegaban aquellos que morían en los combates, los prisioneros sacrificados y las mujeres que morían durante el parto y se convertían en compañeras del sol. Los muertos que iban al Omeyacan regresaban al mundo terrenal después de tres años, convertidos en pájaros de plumas multicolores.
3) El Mictlán, destinado a las muertes naturales. Este era el reino de Mictlantecuhtli y Mictacacíhuatl, señor y señora de la muerte. El Mictlán era un lugar tenebroso, del cual nadie podia salir. El camino para llegar al Mictlán era tortuoso y difícil, pues para llegar a él las almas debían transitar por diferentes lugares durante cuatro años.
4) El Chichihuacuauhco era el lugar al cual iban solamente los niños que habían fallecido sin ser sacrificados a los dioses. En este lugar se encontraba un árbol de cuyas ramas surgían gotas de leche. La tradición azteca consideraba que los niños permanecían en aquel lugar hasta la total extinción de la raza humana y posteriormente eran reenviados a la tierra para repoblarla (Pomar, 1987:1-35)..
Es así que los ritos y creencias sobre la muerte presentes en las civilizaciones precolombinas serían uno de los elementos principales de la actual fiesta de los muertos mexicana. De hecho, las representaciones caricaturales de las calaveras humanas también provienen de la época hispánica, donde los mesoamericanos conservaban los cráneos de los vencidos como si fuesen trofeos de guerra y los conservaban para presentarlos en sus rituales como símbolos de la muerte y el renacimiento. Sin embargo, la fusión con la cultura española también tiene su parte, pues se piensa que las celebraciones tenían lugar entre el noveno y el décimo mes del calendario solar mexica, correspondiente a los meses de julio y agosto, pero actualmente coinciden con las fiestas católicas que fueron establecidas en el territorio a partir de la llegada de los españoles (Pomar, 1987: 50-87).
Durante la época prehispánica, los mesoamericanos celebraban dos fiestas de la muerte. La primera Miccailhuitntli, era para conmemorar a los niños difuntos, en ella se hacían ofrendas al árbol de xócotl durante veinte días. La segunda o Ueymicailhuitl, era dedicada a los muertos adultos, en ella se realizaban procesiones que concluían con rondas alrededor del árbol, para después abatirlo. (Pomar, 1987: 25-29).
En la actualidad, en cambio, la visita ritual a los muertos se ha convertido en la ocasión para limpiar las tumbas de los difuntos y traerles ofrendas, principalmente zempaxuchilt o rosa de Indias y comida. Las ofrendas a los muertos también provienen de la época precolombina, en la que se creía que el difunto debía viajar acompañado de los objetos que utilizaba en su vida cotidiana, pues podían facilitarle su tránsito al otro mundo.
Conclusión
En el contexto de la misteriosa fascinación que la muerte ejerce sobre el imaginario convertido, las calaveras, el mar, el viaje, los objetos materiales pueden ser interpretados como sus manifestaciones más frecuentes, al remitirnos a nuestras dudas y temores más atávicos. Por ello, acaso, memento mori y homo viator están estrechamente asociados, como puede notarse claramente en la piratería.
En la tradición católica, el 2 de noviembre tiene un significado especial, pues es la fecha en la que se recuerda a los difuntos y generalmente se asiste al cementerio para ofrecer flores a la tumba de aquellos seres queridos que han fallecido. Esta conmemoración de gran carácter ritual, se remonta al año 998, cuando fue instituida por el abad San Odilón, en todos los monasterios bajo la tutela de la abadía de Cluny, fijándola en la fecha posterior al día de Todos los Santos.
En el caso específico de la tradición mexicana, esta conmemoración es también una prueba del sincretismo cultural y al mismo tiempo, un discurso sobre la muerte que tiene tanto connotaciones sagradas como profanas. Realizar ofrendas a los difuntos, recordarlos y compartir con ellos alimentos, dulces (en el caso de los pequeños), vino y cigarros (si eran adultos) es una forma de mantenerse cerca de sus raíces prehispánicas, dialogar no solo con el recuerdo de la persona que ha desaparecido, sino con una tradición remota e idealizada. Pero además, el rito es también la prueba de la mezcla cultural entre el viejo y el nuevo Mundo, entre Europa y América, que puede percibirse por medio de la presencia de las flores en los cementerios. En consecuencia, las ofrendas del Día de Muertos mexicanas, son una prueba de la importancia que la imagen de la muerte tiene en la cultura occidental y de la que tuvo en la tradición precolombina.
Bibliografía
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ANÓNIMO. 1488. Ars Moriendi “Quamvis secundum philosophum tertio Ethicorum”. Zwolle, Peter Van Os.
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Taiano, Leonor. 2012. “Persistencia y desacralización del concepto de Memento Mori en la cultura occidental”, enIsla Flotante. Vol. 4: 77-88