Cien veces echo a andar a las calles de Madrid y cien veces me decido a escribir sobre el mismo incordio. Igual que para una ambulancia no existe atasco alguno, para una regenta de Madrid no existe bulla o gentío que se le asemeje. De sesenta años suelen ir vestidas, y por mucho que se esmeren, las arrugas acaban absorbiéndoles el maquillaje, haciendo de su sagrado ritual de diva, una mera inutilidad. Por chistera, una ampulosa melena y no pomposa, por eso de colocar con abundante laca los contados cabellos para que parezcan una generosa cabellera. Por joyería, un museo entero de orfebrería. Por vestido, el manto de la Macarena de Sevilla en Semana Santa, por tanto gustar del terciopelo y longevidad de sus telas, tan largas como sus años. Y por abrigo, un visón, que las más pudientes llevan vivo y le dan de comer.
Como en la Corte, también hay estamento entre las regentas. Así, en el metro o en el mercado no hay visones, pero sí gallardos chuchos que casi no nacen por imperceptibles, que altaneros van con paso ligero delante de la dueña y que también se compran ropa en el Zara. ¡Ojo, inocente transeúnte!, si al pasar cerca te ladran, no oses mirarlos o la regenta te culpará del albedrío y te mandará a galeras por tan grave ultraje. Un incordio más iracundo corres el riego de experimentar si caminas por sus terrenos. Si prisa llevas para entrar o salir del metro, no intentes adelantar a una regenta, pues su contorno ventrado y con grupa te impedirá la maniobra, y por mucho intermitente que actives, no se apartará de tu camino. Si esto tiene lugar en una escalera mecánica, reza al Santísimo para no rozarla en un descuido, porque si así es morirás en el acto de una felina mirada. Si despreocupadamente caminas por Preciados y no deseas perder el horizonte visual, bajo ningún concepto te sitúes al rebufo de una regenta, o el versallesco morrión que por melena luce te dejará sin visión. Y si de repente aparta el casco de tus ojos, te sentirás como el ciego de la Nela, que cuando despertó de su ceguera ni lo creía ni podía ver de tan repentina claridad.
Aunque sus tierras más preciadas son las de salones y cafés. No visitarás bar o bingo en que estas señoronas no plazcan sin su correspondiente trono. Igual ocurre en el metro. Las hay que no pueden aguantar los envites del tren; yo ofreceré mi cómodo asiento. Pero las hay que sí, y que aún sin la necesidad física miran tu asiento como si por ley –o herencia- les perteneciera. Si por descuido tardas más de un segundo en darle tu asiento con buen grado y cortesía, acabarás como aquel que, amenazante, osó mirar fijamente a su chucho: ¡en la horca!
Ilustración de portada © Ania Lucero Ibisate
¿TE HA SERVIDO ESTE ARTÍCULO? ASÍ PUEDES CITARLO: : «Las regentas de Madrid». Publicado el 11 de marzo de 2015 en Mito | Revista Cultural nº.19 Marzo 2015. URL: |
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