Los sucesos que desencadenaron la enigmática muerte del fiscal Nisman y su incidencia en la democracia argentina.
.
“En las tiranías, pues, poca justicia y poca amistad se halla, pero en las democracias o gobiernos populares mucha, porque los que son iguales, muchas cosas tienen iguales”, expone Aristóteles en el capítulo XI de su Ética a Nicómaco. De todos modos, la democracia directa a la que hacía referencia el Estagirita poco tiene que ver con la democracia representativa que conocemos hoy en día. La presencia de justicia y amistad (también traducida como “afección”) que menciona el filósofo difícilmente puede vislumbrarse en la gran mayoría de los estados democráticos actuales, no sólo en casos particulares e individuales de cada ciudadano, sino que también somos testigos de una gran deficiencia en el sistema a nivel mundial.
La población de Argentina vive oficialmente en un estado democrático desde el 30 de octubre de 1983, día en el que se llevaron a cabo las primeras elecciones presidenciales desde el penoso período de dictadura militar que había comenzado en 1976. La igualdad y la justicia, pilares básicos de la democracia, son cimentados y sostenidos en Argentina a través de las tres características de su forma de gobierno: representativa, en otras palabras, lo que se conoce como una democracia indirecta en la que los representantes elegidos por el pueblo ejercen su poder; republicana, que implica la división de poderes regulados por las leyes en poder ejecutivo, legislativo y judicial; y federal, que le otorga autonomía a las provincias y a sus constituciones locales, aunque siempre deben armonizar y conciliar con la ley suprema, es decir, con la Constitución Nacional. Esta estabilidad gubernamental ha logrado mantenerse durante más de 30 años gracias al pujante esfuerzo de los argentinos en un ferviente deseo de no regresar a oscuras épocas de opresión de los gobiernos de facto, pero a pesar de ello aún es una democracia joven con fisuras inquietantes, enmarcada por el voluble entorno de inconsistencia que siempre caracterizó a los gobiernos latinoamericanos.
Real Democracy Now Brighton. Dominic Alves
“El pueblo no debe contentarse con que sus jefes obren bien; él debe aspirar a que nunca puedan obrar mal”, Mariano Moreno, periodista argentino, secretario de la Primera Junta de 1810.
A continuación referiremos el deplorable hecho ocurrido en Argentina que trascendió a los medios como “caso Nisman”, para manifestar y evidenciar la falta de legitimidad de una justicia ficticia.
El 18 de julio de 1994, la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) sufrió un atentado con un coche bomba en la central de Buenos Aires. Seis personas fueron acusadas de atacar el edificio: el libanés Imad Mugniyah, ex jefe de la Hezbollah (organización política extremista sirio-libanesa); Ahmad Reza Asghari , quien desempeñaba un cargo en la secretaría de Irán en Argentina; Mohsen Rabbanni, ex agregado cultural iraní en Argentina; Ali Fallahijan, quien solía ser jefe de la inteligencia iraní; Ahmad Vahidi, ministro de defensa de Irán y, por último, Mohsen Rezai, ex jefe de la Guardia Revolucionaria, una importante organización militar iraní.
El ataque dejó un saldo de 85 muertos y más de 300 heridos, además de un sinfín de entredichos, acusaciones, sospechas, tratos y convenios que no se han podido esclarecer. La Interpol clasificó a los seis acusados bajo la “notificación roja” que, según la web oficial de la organización, “tiene por objeto lograr la detención o detención preventiva de personas buscadas con miras a su extradición” pero, a pesar de esto, el estado argentino firmó en el año 2013 un Memorándum de Entendimiento con el gobierno de Irán, que fue intensamente repudiado por las organizaciones defensoras de los derechos humanos, por organismos israelitas argentinos e incluso declarado inconstitucional por la Cámara Federal de la nación.
Murales del atentado a la AMIA y de la recuperación de la democracia, uno junto al otro, en Santa Fe capital, Argentina © Paz Menoni
La poca claridad con la que se ha tratado el atentado aún arrastra consecuencias nefastas para el presente: el 14 de enero de 2015 Natalio Alberto Nisman, uno de los fiscales encargados de investigar el caso, presentó una denuncia en la que acusaba a la presidente de Argentina Cristina Fernández de Kirchner, al canciller Héctor Timerman, a Luis D’Elia, Alejandro Khalil, Fernando Esteche y Andrés Larroque, entre otras personalidades relacionadas con el gobierno, de encubrir a los acusados a causa de un convenio con el gobierno de Irán, en el que el estado islamita se comprometía a continuar con las negociaciones económicas con Argentina, suspendidas anteriormente por las acusaciones a los cinco sujetos de nacionalidad iraní.
Lunes 19 de enero era el día fijado para que el fiscal Nisman expusiera su denuncia completa, a través de una sesión secreta en la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados. Los imputados y los allegados al gobierno no se abstuvieron de opinar sobre la denuncia. El canciller Timerman declaró que Nisman sólo “mentía y montaba un show mediático”. Sergio Berni, secretario de Seguridad, expuso que la denuncia era un “verdadero disparate”. Nilda Garré, ministro de Seguridad, publicó en su cuenta de twitter que “Nisman no investigó. Simplemente adoptó el relato que le dictaron Stiuso, la CIA y el MOSSAD que es ‘de inteligencia’, sin pruebas”.
Pero no estaríamos aquí hablando de democracia si todo se hubiese dado con normalidad: el mismo lunes de madrugada, horas antes de presentarse ante el Congreso, Alberto Nisman fue hallado en su departamento ubicado en el barrio porteño de Puerto Madero, con un tiro en la sien.
Los hechos, en apariencia, son esos: un atentado, una denuncia, un fiscal muerto. Pero existe detrás una trama interminable de corrupción que el pueblo observa con tristeza e impotencia, congregándose en marchas, entretejiendo una verdad a medias, forzosamente lograda a través de teorías conspiranoicas descabelladas y pruebas irrefutables que son negadas por los órganos oficiales. “Fue un suicidio”, apuntan los custodios y el grupo que llegó primero a la escena del crimen, alegando que las cámaras de seguridad del edificio no habían registrado nada extraño, que el fiscal estaba absolutamente solo y que su cadáver bloqueaba la puerta de entrada. “Indudablemente un asesinato”, aventuran los medios opositores al gobierno y el sector de la sociedad que no apoya la presidencia de Cristina Kirchner. La prensa internacional también aporta su cuota de confusión a la opinión pública: con los ánimos exaltados por el reciente ataque a la revista francesa Charlie Hebdo, nadie es capaz de aceptar a un gobierno que negocie con Irán, país estigmatizado con el terrorismo, la daga de miedo del siglo XXI. El célebre New York Times, por citar un ejemplo, publicó una nota editorial titulada “Una muerte sospechosa en Argentina”, donde condenaba al gobierno argentino por no esclarecer el deceso del fiscal y, además, refirió duras palabras sobre la denuncia:
«Las conversaciones telefónicas interceptadas que describió antes de su muerte esbozan un esfuerzo elaborado para recompensar a Argentina por el envío de alimentos a Irán, y por tratar de descarrilar la investigación del ataque terrorista en la capital argentina en el que murieron 85 personas».
Las pericias subsiguientes demostraron que la bala fue disparada con un arma calibre 22 registrada a nombre de Nisman, pero que no se hallaron restos de pólvora en las manos del mismo. Más allá de eso, lo que nos queda son tan sólo suposiciones: una nota a la señora de la limpieza indicándole compras para el lunes señalaría que el fiscal no tendría pensado quitarse la vida el domingo, así como un cerrojo trabado desde adentro y con un cuerpo yaciendo junto a la puerta no apunta exactamente a la posible intrusión de un homicida. Pero no podemos descifrar los pensamientos a futuro de un presunto suicida, como tampoco olvidar la vastedad de métodos y tácticas existentes para el crimen. En definitiva, existen cientos de indicios y contrapruebas para avalar cualquier hipótesis que vea la luz; pero la desesperación real nace cuando los medios de comunicación y la prensa oficial, organismos que deberían proveer al pueblo con la verdad, sólo se dedican a llevar a cabo una pugna por demostrar quién lanza a la opinión pública más datos (relevantes o no) acerca del caso, siendo éstos en su mayoría inconsistentes, imposibles de comprobar y constituyendo una contribución más a la confusión de la gente. Al respecto de esto, es importante recalcar el inesperado cambio de opinión del oficialismo: pasadas las primeras horas de haber hallado el cuerpo, Jorge Capitanich, jefe de Gabinete de la nación, realizó conferencias de prensa en las que hablaba sobre hipótesis de suicido, haciendo hincapié en que debía investigarse posibles extorsiones o presiones sufridas por Nisman; asimismo el ministro Agustín Rossi expresó lo siguiente: “Nos consterna, nos conmueve la muerte del fiscal Nisman. Nos lleva a solicitar con claridad que queremos saber cuál ha sido la verdad y cuáles han sido las motivaciones que han llevado al fiscal Nisman a tomar semejante tremenda decisión”. Pero, el jueves 22 de enero, la presidente Fernández de Kirchner publicó una nota en su blog personal que transformó radicalmente el cariz de la situación: “El suicidio (que estoy convencida) no fue suicidio”, fue la frase que sintetizó una serie de preguntas retóricas en las que ponía en tela de juicio la hipótesis de suicido que sus mismos funcionarios se habían encargado de diseminar, y que fue rotundamente negada a partir de la publicación de la carta. “¿Por qué se iba a suicidar alguien que ya había sido acusado por numerosos familiares de las víctimas del atentado en la AMIA o directamente lo habían recusado? (…)¿Por qué se iba a suicidar alguien que siendo fiscal gozaba, él y su familia, de una excelente calidad de vida?”, son sólo alguna de las preguntas que se hace la presidente en la misiva, oscureciendo aún más el panorama.
En fin, este suceso se torna cada vez más sombrío a medida que se avanza en la investigación. La muerte del fiscal oscurece la denuncia realizada, lo que incrementa las sospechas sobre el atentado acontecido hace veinte años, ya empañado por una complejísima urdimbre de terrorismo, racismo y religión que se teje desde hace siglos. Tal como manifestó magistralmente la revista satírica Barcelona en su edición de enero: “Confían en que cuando se esclarezca la muerte de Nisman se esclarecerá el encubrimiento que, una vez esclarecido, permitirá esclarecer el atentado a la AMIA”. La red de corrupción se ha tornado impenetrable, el pueblo exterioriza su rechazo ante tanta deshonestidad manifestándose en las calles; pero estas medidas son ignoradas y allí es donde nace la impotencia ante un sistema aberrante que parece no tener solución. En otras palabras, así es como se produce el miedo, y en una democracia un temor tan enraizado en la sociedad debería ser impensable. La consabida cuestión etimológica y la eterna pregunta de ¿se trata o no de democracia? ya es otro cantar, pero más allá de eso la realidad no puede ser negada: nuestra sociedad vive un malestar constante provocado por el miedo a una estructura corrupta que lo envenena todo, y eso no es sano para el pueblo, nunca, bajo ninguna forma de gobierno.
Imagen de portada: Real Democracy Now Brighton. Dominic Alves
1 Comentario
Excelente análisis