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Mito | Revista Cultural
Sociedad

La antropología de lo cotidiano, no tan banal

Por Noemí Villaverde Maza el 2 noviembre, 2014 @Antropologaluna

Analizando lo corriente para encontrar lo extraordinario.

La aceleración de la historia, el encogimiento del espacio y la individualización crean un sentimiento generalizado de incertidumbre, angustia y miedo. Hoy más que nunca, la antropología se ve necesaria para analizar lo a que a primera vista nos parece banal por ser cotidiano, pero no por eso deja de ser extraordinario. El anonimato de un metro, donde cada cual lucha por su espacio; el móvil, donde cada cual lucha por construir su identidad; las redes sociales donde cada cual lucha por huir de la soledad; y el consumismo, donde cada cual lucha por mantener la integridad; son algunos ejemplos de los estudios de los y las profesionales de la antropología.

 

“Como soy antropóloga, tengo permitido sentarme en un bar a mirar gente y sacar conclusiones” escribía con ironía una tuitera. Tal cual, la antropología pretende salir de las clases y de los despachos para acercarse a la acera; desligarse de las tesis y los libros para acercarse a las redes sociales; y alejarse de los países lejanos y exóticos para sentarse en el bar de enfrente y hacer trabajo de campo.

Mientras hay autores que se empeñan todavía en exotizar lo exótico, sacando del cuadro todo lo cotidiano que pueda arruinar lo extraño del Otro, otros buscan lo exótico en lo cotidiano. Tienen una razón de peso en nuestras sociedades: lo llaman crisis de identidad cuando quieren decir de alteridad. La nuestra es una sobre-explotación de etiquetas que necesitan catalogar todo y a todos para controlar lo extraño cuando se ve tan cercano. Los medios se encargan de recordarnos que el mundo se ha vuelto más pequeño y lo extraño no catalogado, y por lo tanto peligroso, está a la vuelta de la esquina, incluso en el bar de enfrente.

«Si los antropólogos están ansiosos por comprender la diferencia, es que buscan captar la in-diferencia, la unidad del hombre más allá de la diversidad de sus lenguajes, con la esperanza de que les permita acceder al porqué de la distinción, el porqué de la violencia, que sigue inscrita en las relaciones humanas. Aceptar al otro tal como es, es hacer la paz con él, y aceptar al Otro en sí, es hacer la paz consigo mismo.» Escribe Sophie Caratini en su último libro «Lo que no dice la antropología.» (1)

En la coyuntura que vivimos, hoy la antropología lo quiere decir todo, porque las identidades y las culturas están en continua redefinición. En una misma sociedad completada por muchas sociedades, existe una pluralidad de culturas, con diferencias internas y con referencias comunes a las diferentes culturas y a la suya propia. Así de simple y así de complejo.

Por eso, Marc Augé estudió los “no lugares” como las zonas donde toda esta complejidad campa a sus anchas. “Los “no lugares” – escribe- son espacios de anonimato que reciben cada día a un número mayor de individuos. Los “no lugares” son tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de las personas y los bienes (vías rápidas, colectoras, estaciones, aeropuerto) como los medios de transporte propiamente dichos (autos, trenes o aviones). Pero también las grandes cadenas hoteleras con habitaciones intercambiables, los supermercados o incluso, de otra manera, los campos de tránsito prolongado donde quedan estacionados los refugiados del planeta.” (2) Así, este antropólogo hizo trabajo de campo en lugares tan cotidianos como el metro. «La etnología puede ayudarnos a comprender lo que nos resulta demasiado familiar como para dejar de parecernos extraño, y a dilucidar la paradoja que resume nuestra intuición demasiado vaga e inmediata: que no hay nada más individual, más irremediablemente subjetivo que un viaje en el subte (…) y que, sin embargo, no hay nada más social que ese viaje», zanjó en su libro. (3)

Aeropuerto Internacional de Taoyuan. Antonio TajueloAeropuerto Internacional de Taoyuan. Antonio Tajuelo

«Los seres humanos confinados a pequeños espacios sin privacidad tienden naturalmente a desconectarse de todo» aseguró Esther C. Kim, una antropóloga de la Universidad de Yale, que decidió observar durante dos años en múltiples viajes en autobús el comportamiento de la gente. Es lo que llamó “el comportamiento antisocial transitorio”, u “ósmosis del ascensor”, es decir, esas tácticas que usamos para “mantener a los extraños a una distancia de un brazo extendido, o más lejos». Entre las triquiñuelas más comunes, se encuentran: evitar el contacto visual, estirar las piernas hasta invadir el asiento vecino, sentarse en el asiento del pasillo y bloquear el paso al de ventanilla, ponerse los cascos con el iPod a todo volumen y simular no escuchar a nadie de los que preguntan si está libre el asiento “ocupado”. Otro truco consistía en ocupar el asiento libre con un montón de cosas pequeñas, de manera que el que viniera a ocuparlo desesperara mientras intentabas quitarlo todo, y se fuera a por otro sitio. Fingir estar profundamente dormida o fijar perdidamente la mirada en el horizonte era otro sistema. La antropóloga los probó y confesó encontrarlos «muy eficaces”. (4)

Delante del museo de juguetes. ShavartDelante del museo de juguetes. Shavart

El móvil es un instrumento muy recurrente para estos largos viajes, pero también como estudio de campo. Alrededor del mundo, más de 3.000 millones de usuarios se comunican por el móvil. Según la antropóloga japonesa Mizuko Ito, establecen nuevas maneras de contacto social. «Los jóvenes están en contacto social incluso cuando están solos» (5). Tanya Luhrmann, antropóloga y responsable de una investigación sobre 200 estudiantes propietarios de un iPhone, informó que «una de las cosas más llamativas que pudimos comprobar durante las entrevistas fue el grado de identificación de los encuestados con su iPhone. Y no era tanto por el objeto mismo, sino por la cantidad de información personal que contenía, tanta que se había convertido en una especie de extensión de su mente y de su vida social. De algún modo, era como si el iPhone hubiera capturado una parte de su identidad». El 75% de los jóvenes participantes en el estudio admiten que se meten con su iPhone en la cama al irse a dormir, y hasta un 69% aseguran que es mucho más probable que se olviden de la cartera al salir de casa que de su preciado teléfono. (6)

Es lógico si se tiene en cuenta que en un aparato de esos cabe casi una vida entera. Esto ha provocado muchos miedos, “¿Qué hay si lo olvido o lo pierdo? ¿Qué hay si me hackean mis datos?”, pero también mucho estudios sobre la verdadera funcionalidad de las redes sociales. «Se ha dado demasiada importancia a la confidencialidad y, en cambio, no se ha analizado por qué hay tantos usuarios en Facebook: porque mucha gente se siente sola. La soledad es un problema mucho más importante en nuestra sociedad que la confidencialidad. En el fondo, Facebook nos da lo que nos falta en la vida real.» comenta el antropólogo Daniel Miller, autor de «Tales of Facebook» (7). Aunque otros antropólogos como el anteriormente citado Marc Augé o David Le Breton insisten en lo ficticio de las identidades que uno crea en estas redes (8), otros como el colectivo “Antropocaos”, prefieren analizarlas como cualquier otra red compleja que puede aportar mucho para conocer cualquier otro fenómeno, por ejemplo los nodos generadores del sida o del ébola. Y claro, como cualquier otra red social compleja, Internet también reproduce las desigualdades de fuera. Es lo que llaman el “efecto San Mateo”. El nombre, acuñado por el sociólogo estadounidense Robert Merton, se inspira en el inquietante versículo: “Porque a cualquiera que tiene, le será dado, y tendrá más; pero al que no tiene, aún lo que tiene le será quitado” (9).

248[365]23. Randi Boice248[365]23. Randi Boice

La desigualdad también es analizada por los antropólogos. El antes citado Daniel Miller estudió sobre la cultura del consumo, y advirtió que no es tan superficial como nos dicen los más críticos. Afirma que los objetos cotidianos expresan amor, y compara las largas y por ende costosas horas al teléfono cuando hablamos con la persona querida, con los grandes gastos que acarrea una boda a una familia de la India aún siendo pobre. Las tribus, sí, tienen muy pocos objetos, pero eso no tiene porqué significar que no les importe lo material. Pueden ser la gente más avariciosa y materialista del mundo. El tema no es que no quieran objetos: es que no los tienen, pero una vez que los ven se vuelven mucho más extremos en su desesperación por ellos (10). En la ciencia de la economía de nuestras sociedades, esta sería una definición de riqueza: algo escaso y trabajoso de obtener. Pero el gran problema en nuestras sociedades es que las empresas trabajarán para hacer que éstos sean escasos y trabajosos de obtener siempre. Están obligadas a reproducir un sentimiento de escasez continuo en los consumistas, pero no sólo por objetos como collares y ropa, sino también en cosas vitales para nuestra superviviencia.

De esta manera, el ser humano se ha convertido en un cazador cazado. “Somos cazados mientras creemos que estamos cazando”, escribía el sociólogo Jesús Ibañez (11). Todos los productos de la sociedad de consumo tienen una estructura de señuelo: son una imitación de la forma exterior de un producto original. “¿Qué tiene que ver con la naranja un refresco de naranja?” se pregunta. Y así, nos lo podemos imaginar paseándose en un supermercado mientras come una naranja, analizando el zumo que llaman natural y que no lo es, para pasar al refresco de naranja con sus burbujas para darle algo de vida cuando ya no la tiene, para analizar después el refresco con sabor a nada llamado tónica. Lo más evolucionado, el refresco de cola, que ya ni referente natural tiene.

Day One Hundred Thirty One. Luis RasilviDay One Hundred Thirty One. Luis Rasilvi

¿Y qué gana el Sistema con este mundo imaginario, donde todo lo cotidiano se vuelve un simulacro? Ibañez lo tiene claro, una red donde el capital reduce lo sólido a lo fluido, para que circulen las cosas y las personas: un capital es solvente cuando es “liquidable”. Los productos «con» son sustituidos por productos «sin» (light); “lo que es nada, sirve a todos para todo” advierte, las personas también.

Portada:


Para saber más…

(1) Caratini, Sophie. Lo que no cuenta la antropología.

(2) Marc Augé en No lugares: Introducción a una antropología de la sobremodernidad (1992).

(3) Un etnólogo en el subte.

(4) http://www.abc.es/20120820/estilo/abci-viajero-antisocial-asiento-transporte-201208201017.html

(5) Ito, Mizuko. “Mobiles and the appropriation of place” http://academic.evergreen.edu/curricular/evs/readings/itoShort.pdf

(6) http://www.abc.es/20100309/ciencia-tecnologia-tecnologia-telefonia-redes/estudio-confirma-iphone-adictivo-201003091051.html

(7) http://www.uoc.edu/portal/es/sala-de-premsa/actualitat/entrevistes/2011/Daniel_Miller.html

(8) http://www.lanacion.com.ar/1285826-david-le-breton-internet-es-el-universo-de-la-mascara; http://www.rebelion.org/noticia.php?id=140760

(9) http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/17-17335-2010-03-22.html

(10) http://www.lanacion.com.ar/895097-nuestra-relacion-con-la-gente-se-desarrolla-a-traves-de-los-objetos

(11) Ibáñez, Jesús. Por una sociología de la vida cotidiana.

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Noemí Villaverde Maza

Licenciada en Educación Social (UPV/EHU) y Antropología Social y Cultural (Universidad de Deusto). Antropóloga. Colaboradora en radios libres y en proyectos sociales. Amante de la lectura, el cine y la naturaleza.

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