Recorrer la península de Indochina y cruzar cada frontera conduce a un país muy diferente del anterior. Todos los trayectos en transporte local con gente local cargada con sacos de arroz, gallinas, cerdos y sus distinguidos vestidos tradicionales dejan una huella en el viajero.

Templos de ‘Angkor’
Camboya es un tranquilo país situado en el sudeste asiático, concretamente en la península de Indochina, haciendo frontera con Laos, Tailandia y Vietnam. La mitad norte del país es agrícola y la mitad sur está bañada por el Golfo de Tailandia. El idioma oficial es el Khmer, una rama de la subfamilia mon-jemer del grupo de lenguas austro asiáticas. El 70% de la población de Camboya es menor de 25 años. Y por él pasa uno de los ríos más largos del mundo, el Mekong. Es un país que no deja indiferente e inquieta la conciencia.

Niñas pescando en los templos de ‘Angkor’
Entrando en Camboya desde su frontera con Vietnam se llega al primer pueblecito, Kep. Se puede decir que este pueblo acaba de nacer, mejor dicho renacer. El legado francés y la posguerra se refleja en las mansiones coloniales abandonadas y medio derruidas. Bueno en realidad, las familias con sus vacas se han “instalado” entre lo que queda de sus muros. Llegar ahí es encontrar el silencio. Sobre todo si se viene de Vietnam donde hay casi 90 millones de habitantes. En Argentina, en toda su gran extensión, hay unos 40. Y en Camboya sólo 14. Es como si hubiera una moto por persona, aunque suele ser una por familia ya que todos montan juntos, sean 2, 3 o 4 o dos adultos y dos niños más un bebe…hay sitio para todos. La cuestión es que su manera de comunicación al volante es la del claxon. Hay miles de motos pitando. Vayas donde vayas. Hasta en el pueblo más lejano de la montaña, hasta en los parques naturales. Por eso al llegar a Camboya se encuentra el silencio.

Vendedora de comida en la playa de ‘Sihanoukville’
En Kep, la gente va en bici y sonríe al pasar. Otros miran curiosos. Hay lugares donde hospedarse, con lo cual los turistas ya han empezado a llegar. También hay pequeños restaurantes de madera y techo de paja al lado del mar. Hay un indicio de crecimiento y servicios al turista. De hecho también se ofrece transporte a una isla donde viven 12 familias las cuales se reparten los turistas que llegan en barcas. Llama mucho la atención el perfecto inglés y el esmero con el que habla un niño de 12 años que atiende en un restaurante. Ese restaurante está lleno y seguramente gracias a ese niño. Evidentemente hablar inglés le abre muchas puertas a él y a su familia. Seguramente es lo mejor que le puede pasar. Jugar, correr y disfrutar no está en sus prioridades. Crecer económicamente sí. Es más, en ese país, el niño es muy afortunado de poder ganar dinero para su familia.
Más adelante se llega a Sihanoukville, nombre del que fue rey de Camboya. Después de unos días paseando se advierte que los niños deambulan por las calles recogiendo botellas de plástico y latas, muchos de los hombres de edad media están mutilados; Camboya es el país con mayor número de minas antipersona: 10 millones de minas; uno de cada 236 ciudadanos está mutilado. Y las mujeres jóvenes se ofrecen a los turistas por 10 dólares. Entonces ¿qué futuro le espera a este país? ¿dónde hay turistas hay crecimiento económico? si a ratos sólo se ve prostitución y residuos.
El turismo es un sector en crecimiento constante, sin embargo esa rapidez en el crecimiento se salta un paso. Y es el tiempo que necesita un pueblo para restablecerse de una dictadura, el tiempo de desarrollo y formación para poder responder a ese crecimiento, que bien gestionado puede ser una bendición. Sin embargo, mientras unos se enriquecen otros no van a la escuela por ganarse unos dólares en la calle.
Entonces es importante practicar un turismo consciente y responsable. Hay una frase que está muy de moda y que define bien esta postura “Piensa globalmente, actúa localmente” queriendo decir que donde vayas actúes con conciencia ya que el paso por cualquier país deja su rastro y está en nuestras manos hacer que este sea positivo.
Siguiendo el viaje se tiene la oportunidad de conocer mejor las causas de esta situación: la terrible historia de los Jemeres rojos. Un grupo de fanáticos en manos de Pol Pot que mataron a su propio pueblo en un intento de construir un país totalmente antiimperialista. Para ello trasladaron a todos los ciudadanos de las ciudades al campo para trabajar como animales de carga, quemaron toda su documentación, libros de universidad, libros de medicina…desaparecieron doctores, maestros y toda una generación de profesionales. A los niños los separaban de sus familias para manipularles y entrenarles para matar. Todo esto sucedía en Camboya mientras en España empezaba la transición ¿es que ningún país se salva de la barbarie de unos pocos monstruos?

Monjes budistas en los templos de ‘Angkor’
Recorriendo el país se pueden contemplar los maravillosos paisajes: el lago Tonlé Sap con sus casas flotantes, la creciente capital Phon Penh y por supuesto los templos de Angkor. Estos templos son el cielo en la tierra, llegar ahí, en bici y amaneciendo hará sentir que se entra en una ciudad donde los edificios arropan, las esculturas observan y lo árboles susurran las oraciones matutinas. Es difícil explicar la sensación, es de nuevo el silencio y la espiritualidad de los dioses. Sin embargo esta paz se esfuma de sopetón cuando llegan los autobuses repletos de turistas con sus cámaras y sus caramelos para los niños que piden. Verdaderamente hay que vivir el momento porque es efímero.
Este país deja un sabor de boca agridulce pero despierta la importancia de conocer el trasfondo de un lugar. Estar de paso y sin entender el porqué de las cosas es como verlo en una película. Pone los pelos de punta pero después se olvida. Vivirlo, conocerlo y entenderlo hace que se quede en el corazón. Para saber más sobre este país se recomienda el libro “Stay alive my son” del superviviente Pin Yathay.