El pasado día 17 de abril, la mañana despertaba con la triste noticia del fallecimiento de Gabriel García Márquez:
“Desaparece uno de los grandes escritores del siglo XX. El narrador y periodista colombiano, ganador del Nobel en 1982, fue el creador de obras clásicas como ‘Cien años de soledad’, ‘El amor en los tiempos del cólera’, ‘El coronel no tiene quien le escriba’, ‘El otoño del patriarca’ y ‘Crónica de una muerte anunciada’. Nació en Aracataca el 6 de marzo de 1927 y fue el artífice de un territorio eterno llamado Macondo donde conviven imaginación, realidad, mito, sueño y deseo. Con él la literatura abrió rutas maravillosas. Fue uno de los protagonistas de la universalización del boom’ de la novela hispanoamericana”. [1]
Gabo y el realismo mágico
Es imposible entender la literatura iberoamericana sin leer a Gabo. Así era llamado familiarmente, con sutileza, con un deseo maternal de impedir (irremediablemente) el paso a otras esferas. Fue el responsable en gran medida de que los ojos del mundo volcaran su atención en la América Latina, necesitada de otros encajes que los de su ingenio para influir en la sociedad que le rodeaba.
Representante de un realismo mágico preocupado por mostrar lo irreal o lo extraño como algo cotidiano y común, expresar las emociones sobre todas las cosas. Junto a él, autores como: Arturo Uslar Pietri –político, escritor, poeta venezolano con su cuento La lluvia (1935); Elena Garro escritora, poeta, periodista y dramaturga mexicana con Los recuerdos del provenir (México, Joaquín Mortiz, 1963).
Portada del libro La Lluvia de Arturo Uslar Pietri
Es una característica de la literatura iberoamericana propia de la segunda mitad del siglo XX, une elementos fantásticos junto a elementos narrativos, llevando en ellos implícitos el reto de cuestionar la verdad pudiendo manipular las palabras y los textos, y en ocasiones la autoridad de la propia novela. La propia sociedad de la época marcada por el enfrentamiento de la cultura tecnológica y la superstición, y el auge de los regímenes dictatoriales, supuso su nacimiento, desarrollo y esplendor en los años sesenta y setenta. Tenemos ejemplos en otros países con autores como François Rabelais y Laurence Sterne; otros precedentes más inmediatos pueden ser las novelas del ruso Vladimir Nabokov o del alemán Günter Grass.
Su finalidad no es expresar o despertar en el lector sus emociones sino más bien expresarlas, mostrar, una actitud frente a la realidad. Induce un clima sobrenatural, deformando las cosas, los personajes y los acontecimientos. Podemos encontrar esta atmósfera en las siguientes obras de Gabriel García Márquez: Cien años de soledad(1967), El otoño del patriarca (1975) y Crónica de una muerte anunciada (1981).
Para mayor información sobre el realismo mágico, consúltese:
La Literatura después de Gabo
El mundo de las letras se ha quedado un poco huérfano. Sin ese lirismo, esa bajada a los infiernos o a la realidad que el escritor dibuja en los pensamientos de quien explora sus libros. Nunca antes hubiera existido un vis-à-vis profundo y real, un casamiento literario y prolífico durante tantos años. Una mezcla entre las raíces y la tradición, la soledad o la violencia, el caos y la revolución.
La soledad no se escribe ya como un gigante deseoso de comerse a su presa. Gabo le ha dado el poder en sus obras, en sus letras y en la conciencia de todos. La soledad del hombre, del genio, de la patria, de la tierra, del ser humano, del universo. Es sencilla pero también colectiva, si se adapta como modelo de vida impuesto o descarnando la propia razón de ser o parecer.
Casa Museo de Gabriel García Márquez en Aracataca, Colombia. Tim Buendía
Su marcha supone un antes o un después. Una bajada del telón, un epílogo en las letras. Los genios no abundan. Se abre una transición, un hueco vacío donde la novela se viste de un luto esperanzado por dar un relevo, una vuelta de tuerca a nuevos seres maravillosos que llenen los espacios que se van quedando en la erosión de la vida. Es una certeza posiblemente más ambigua de lo que cabe esperar. Sin embargo, siempre queda la espera de volver a contener la respiración al abrir un libro. Afortunadamente ocurre. Automáticamente surgen nuevos proyectos, nuevos ideales dispuestos a dejar el tren preparado para emprender el viaje al mundo de los sueños. Y esa es la pieza de salvación: “El mundo habrá acabado de joderse el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga”. [2]
Y una vez más respondiendo a los hitos de la historia, literatura, a la larga se vuelven a unir. Las grandes revoluciones necesitan de hombres que la sustenten y las gobiernen
En una entrevista concedida en 1974, le preguntaron sobre el temor de que la novela desapareciera, y respondió:
«Si desaparece es porque desaparecerá quien la escriba. Es difícil imaginar una época de la historia de la humanidad en que se hayan leído tacitas novelas como en esta. Se publican novelas completas en todas las revistas —masculinas y femeninas, en los periódicos; y para los niveles casi analfabetos hay las dibujadas que son la apoteosis de la novela. Lo que podríamos empezar a discutir es sobre la calidad de las novelas que se están leyendo, pero eso ya no tiene nada que ver con el público lector, sino con el nivel cultural que el estado le ha dado». [3]
El estado es el que va indicando el estatus cultural del pueblo, de la ciudadanía, con la enorme responsabilidad de convertir la educación y la cultura en un servicio, en un bien común a todos sus integrantes. Pero lejos de eso, la cultura deja los niveles exiguos cuando se come así misma, desnutrida y frágil como una marioneta del poder político.
Hay que volver a repasar la obra de este genial escritor. Cien años de soledad dan para mucho, dan para volver a leer una y otra vez. Macondo se expresa con letras talladas en los bordes de los pliegos, ciudad que ya estará visitando en los albores del sueño eterno, deslizante de lo infinito.
Poeta de las maneras, elegante, sencillo y humano. Hasta siempre.
“En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte” [4].
Homenaje a Gabriel García Márquez. Bellas Artes. México, D.F. Razi Marysol Machay
Para saber más
Stephen M. Hart y Wen-Chin Ouyan, A companion tomagical realism. Colección Támesis, Serie A: Monografías, 220, 2010
Uslar Pietri, Arturo. La lluvia. Editorial Gadir, 2004.
Garro, Elena. Los recuerdos del porvenir. México, Joaquín Mortiz, 1963 – Edit. Siruela, 1994.
La soledad de América Latina. Discurso de aceptación del Premio Nobel de 1982..
[1] Sección digital de EL PAÍS
[2] Cien años de soledad, 1967, editorial Sudamericana[ pág. 337
[3] Entrevista con Rita Guibert Siete voces (México: Organización Editorial Novaro, S.A., 1974).[
[4] Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982, G. G. (s.f.).