El realizador navarro disfraza de cuento moral su segundo largometraje, una película sobre el dinero, la corrupción y la crisis económica.
El dicho “Llueven sapos y culebras” hace alusión a esa época tormentosa en la que parece que el propio Satán es el causante de tanta desdicha. Como la crisis económica que azota España desde hace ya unos años y que se ha cebado con una clase media acostumbrada a una vida apretada pero sin ahogos, que ahora se ve perdida y sumida en la incertidumbre.
Ese es el caso de Rebeca (Ariadna Cabrol), la protagonista de Sapos y culebras, segundo largometraje del realizador navarro Francisco Avizanda (Isaba, 1955). Un desfalco cometido por el padre de la chica hará que su mundo se tambalee, si bien ella intentará salir adelante gracias a un botín que el banco reclama como suyo.
En una charla con Mito previa al estreno de la película el próximo 19 de junio en salas de Madrid, Barcelona, Bilbao, Vitoria y Pamplona, Avizanda nos dibuja un panorama nada halagüeño para la sociedad en general ni para el cine en particular, pues esa clase media que se deshace y retrata el filme “se fue del cine en los últimos años, por desidia o analfabetismo. Y es la clase media la que sustenta y financia el cine”.
Revista Mito. Rebeca, la protagonista de Sapos y culebras, es una chica de clase media que vive despreocupada hasta que todo su universo se desmorona. ¿Estamos ante el fin definitivo de la clase media?
Francisco Avizanda. La sacudida fue terrible. Y no creo que se recupere. El tamaño del desfalco es al menos de 52.000 millones, que es lo que dicen de momento que va a perder el Estado, el contribuyente. No sé cómo se puede pagar eso.
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R.M. ¿Estamos dispuestos a hacer cualquier cosa por mantener nuestro nivel de vida? ¿O es mera supervivencia?
F.A. Es el sálvese quien pueda, por supuesto. La clase media mira al lado, a ver quién ha caído, y se tienta la ropa. A principios de junio oí que el mercado inmobiliario repunta. Es un sarcasmo, para ponerse a temblar.
Claudia, Cástor y Rebeca, tres de los personajes de la película.
R.M. Dos pilares en los que se basa la película son la crisis y la corrupción. ¿Es una consecuencia de la otra? Rebeca sufre la crisis debido a la corrupción (o al desfalco) de su padre, pero está dispuesta a corromperse para salir de ella…
F.A. Las causas de la crisis están ligadas a la corrupción, en mayor o menor medida. Rebeca es un personaje de difícil empatía en apariencia, porque pertenece a ese grupo de los que harían lo mismo si lo que está en juego es su estabilidad financiera. Rebeca demuestra en su periplo que su actitud propicia el desfalco, pero a la postre la mayoría pretende lo que ella persigue: coge el dinero y corre. Rebeca no está sola.
R.M. Sus dos largometrajes retratan una realidad social concreta, muy tangible y de valor histórico en el caso de Hoy no se fía, mañana sí, quizá más ambigua en este. ¿Tiene vida la película más allá de esa realidad concreta? ¿Podrá ser entendida y valorada por las generaciones posteriores que no hayan vivido esta situación de crisis económica?
F.A. En el caso de Hoy no se fía, mañana sí no tengo ninguna duda, tanto en España como en otros países. Conseguimos una atmósfera donde se sentía la asfixia de la arbitrariedad, el miedo, lo impredecible de la vida cotidiana en las dictaduras. Pero, además, Hoy no se fía… desnuda la complicidad de la mayoría con la dictadura franquista. Y muestra cómo el baño de sangre del enfrentamiento fratricida trajo el lodazal moral de los años 50. Pero es que las fosas sépticas del tardofranquismo y la transición nos traen hoy otro lodazal ético, el de Sapos y culebras, que he disfrazado de cuento moral, sencillo en apariencia, donde –por ejemplo– no hay una secuencia en la que no se hable de dinero. Se puede ver la película desde ese punto de vista, el dinero en todas sus formas. No creo que eso vaya a diluirse con facilidad. La gente cambia de sitio y de época, podrá objetar las películas –me inquietaría que la gente se abstuviera–, pero creo que las dos son muy sólidas.
R.M. Ese apego por la realidad en sus trabajos de ficción, ¿guarda relación con su faceta de documentalista?
F.A. Cuando voy a escribir la película necesito un anzuelo que tire muy fuerte. Cualquier cosa vale, una información desconcertante, por ejemplo. De normal el anzuelo me lleva a sitios donde no hay casi nadie, supongo que se debe a que hay pocos que quieren ir por allí. En Sapos y culebras fueron investigaciones periodísticas o policiales que terminaron a veces en procesos judiciales. Entre esos hechos suelen estar los personajes. En los documentales también te encuentras con los personajes, pero son de carne y hueso, y de ordinario menos interesantes que los ficticios.
Rebeca (Ariadna Cabrol) ve cómo su mundo se desmorona y debe actuar en consecuencia.
R.M. Gilda, la protagonista de Hoy no se fía, mañana sí, y Rebeca son mujeres supervivientes, mediatizadas por la época que les ha tocado vivir. ¿Le gusta especialmente este tipo de personaje?
F.A. Las dos aparecieron en los guiones con cierta timidez y acabaron por imponerse, aunque Rebeca es más protagonista si cabe de su historia. Las dos son huérfanas; y ambas, metáforas de sociedades insertas en momentos cruciales: una en el nacimiento de la clase media, otra en el declive o derrumbe de la misma clase. Las dos mujeres están en aparente desamparo; Gilda, además, vive en una dictadura, mientras que el entorno de Rebeca se supone que es democrático. Hoy no se fía, mañana sí se construyó alrededor de Gilda; y Sapos y culebras, a partir de Rebeca.
R.M. Este filme, y en cierta medida también el anterior, está construido como una fábula, con su respectiva moraleja. ¿Qué ventajas tiene este recurso frente a otro tipo de discurso narrativo?
F.A. Te permite dejar la historia abierta, sortear la traca final o el consabido fin melodramático. No encontré en ninguna de las dos películas motivo para el optimismo, aunque tampoco para el derrotismo. Los últimos minutos de Sapos y culebras no son moralizantes, sino más bien una advertencia.
R.M. Incluso el título evoca ese universo de los cuentos protagonizados por animales, o esas narraciones grotescas en las que se suceden los acontecimientos traumáticos… ¿Por qué se decidió por ese Sapos y culebras?
F.A. Desde luego, las fábulas de Esopo y continuadores. Los modos de actuar de la mayoría de los personajes son de ese tipo, elementales en apariencia, primarios, sin duda grotescos. Son nuestros demonios, y las imprecaciones que nos provocan. El título anuncia que se trata de un cuento.
Fotograma del segundo largometraje de Francisco Avizanda.
R.M. Han pasado ya cinco años desde su anterior largometraje. ¿El proceso de gestación de Sapos y culebras ha sido largo o ha estado enfrascado en otros proyectos?
F.A. El estreno en Francia de Hoy no se fía, mañana sí, festivales y presentaciones se llevaron su tiempo. Escribir y llevar a término Sapos y culebras, otro tanto. Además tengo sobre todo un proyecto que ya tiene ciertos perfiles.
R.M. Estrena en un momento complicado para las producciones de presupuesto reducido pero acabado cuidado, en un tiempo en el que sólo parecen tener salida los proyectos de envergadura con un sólido respaldo televisivo o las películas low cost…
F.A. Entre el estreno de Hoy no se fía, mañana sí en 2009 y Sapos y culebras han desaparecido cientos de pantallas. En ningún país de Europa se desmantelan las salas de proyección como aquí. Hay muchas buenas películas que ya no se estrenan en España por una mezcla de no tener dónde y piratería en Internet. Ahora parece que el exhibidor francés Marin Karmitz se hace cargo de una gran cadena en el sur para programar cine en versión original. Es una buena noticia pero, entre tanto, ¿piensa la Administración con el ICAA al frente que semejante catástrofe es una “corrección normal del mercado en la industria del entretenimiento”? ¿Eso explicaría su pasividad? No me extrañaría. Así que me temo un sálvese quien pueda también en el cine español. Me alegra que Sapos y culebras se estrene en Francia.
Trailer de ‘Sapos y culebras’, una producción de Izaba Films.