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Mito | Revista Cultural
Sociedad

El mendigo rico

Por Noemí Villaverde Maza el 16 mayo, 2014 @Antropologaluna

Antropología y paradojas del capitalismo.

Con el fin de obtener prestigio social, nuestra cultura capitalista pone como único pilar la riqueza material. El sentimiento de escasez y carestía que conlleva este consumismo voraz, que se nutre de la constante competencia con los demás, acarrea el agotamiento de los más básicos valores humanos que antiguamente eran los que otorgaban dicho prestigio. Se trata de la riqueza humana, recursos antropológicos aprendidos como sabiduría ancestral y a través de numerosas costumbres, tales como la cooperación, la empatía, la educación, o la integridad.

 

“Cuenta la leyenda que hace unos años un grupo de misioneros se adentró en la Amazonia brasileña y se topó con un grupo de indios que hacía uso de instrumentos extremadamente primitivos para cortar leña. Los misioneros decidieron hacer un esfuerzo y regalar a aquellos indios unos cuchillos de acero inoxidable de fabricación norteamericana. Un par de años después recalaron de nuevo por aquella región y se entrevistaron con los indios.

Uno de los misioneros preguntó:

—»¿Que tal los cuchillos?».

Y uno de los indios respondió inmediatamente:

—»Muy bien. Cortamos ahora la leña diez veces más rápido que antes».

El misionero replicó:

—»Estaréis entonces produciendo diez veces más leña que antes».

El indio respondió perplejo:

—» No. Cortamos la misma cantidad de leña que antes, sólo que ahora disfrutamos de diez veces más tiempo para hacer aquello que realmente nos gusta».(1)

El antropólogo Marvin Harris ya nos adelantaba que el ser humano no debía ser tan esclavo de una insaciable sed de poder como para haber llegado hasta donde ha llegado el ser humano.

«¿Puede existir la humanidad sin gobernantes ni gobernados? ¿Anida en el hombre una insaciable sed de poder que, a falta de un jefe fuerte, conduce inevitablemente a una guerra de todos contra todos? A juzgar por los ejemplos de bandas y aldeas que sobreviven en nuestros días, durante la mayor parte de la prehistoria nuestra especie se manejó bastante bien sin jefe supremo.» 

Así, procedía a narrar la transición de los sistemas de poder del ser humano: desde los cabecillas que no daban órdenes ya que el poder únicamente lo tenía el pueblo; pasando por los grandes hombres, los que alardeaban de prestigio social y que carecían de la modestia de los cabecillas; continuando por el jefe que legitimizaba su poder a través de posesiones, palacios, estatuas, pirámides y demás túmulos construidos, no lo olvidemos, voluntariamente por sus súbditos; y acabando, en la actualidad, en los pijos (yuppies). (2)

Baño, Zanini H.

Baño, Zanini H.

En los primeras sociedades, cuenta Harris, al contrario de lo que ocurre en la nuestra, todavía está limitado a unos pocos el prestigio y rango social. Porque son sociedades en las que el pilar para conseguir la máxima reputación no es la acumulación de la riqueza material, sino de la riqueza humana, y eso significaba desbordar generosidad. Por ejemplo, ser cabecilla es una carga, porque su trabajo consiste en ser portavoz y auténtico ejemplo de estos valores: es el que trabaja más duro y reserva para sí las raciones más modestas y menos deseables, da todo con gran generosidad y carece de poder y autoridad sobre nadie. En estos grupos, el trabajo a jornada completa y la acumulación de excedentes reduciría el verdadero pilar: las buenas relaciones sociales y con su entorno. Lo que los aymaras bolivianos y el quechua ecuatoriano llaman todavía hoy el «Suma qamaña» y “Sumak kawsay” respectivamente , la vida en plenitud, la armonía resultante de la interacción de la existencia humana y natural. No se trata del mito del “buen salvaje”, esta forma de proceder tiene su innegable motivo: la supervivencia. Dado que el azar interviene de forma tan importante en la captura de animales, en la recolecta de alimentos silvestres y en la agricultura, los individuos que están de suerte un día, al día siguiente necesitan pedir. La reciprocidad es la banca de estas aldeas y la generosidad es una norma inquebrantable, por eso es ofensivo mostrar cualquier signo de generosidad e incluso dar las gracias, y por supuesto, no son bienvenidos los que se vanaglorian con egoísmo:

“Sí, cuando un hombre joven sacrifica mucha carne llega a creerse un gran jefe o gran hombre, y se imagina al resto de nosotros como servidores o inferiores suyos. No podemos aceptar ésto, rechazamos al que alardea, pues algún día su orgullo le llevará a matar a alguien. Por esto siempre decimos que su carne no vale nada. De esta manera atemperamos su corazón y hacemos de él un hombre pacífico.”, afirmó el cabecilla de los !kung al antropólogo Richard Lee (3).

Es más, en la competencia entre los grandes hombres, es el desperdicio de sus riquezas materiales lo que les da prestigio. Un caso llamativo es el de los kwakiutl, indios de norteamérica, durante los banquetes competitivos llamados potlach donde estos hombres regalaban sus posesiones, demostrando así que se lo podían permitir. Por tanto, se puede decir que el potlatch consistía en exactamente lo contrario a lo que ocurre en nuestra sociedad: cambiar regalos por prestigio. De alguna manera, dando, ganaban.

Por supuesto, también demostraban que no necesitaban trabajar. De esta manera legitimizaban su anterior prestigio y su alto estatus. Mientras, los comunes trataban siempre de emular a esta clase dirigente, como por ejemplo la costumbre de vendar los pies entre las mujeres chinas y de encorsetarse entre las americanas, prácticas que las inutilizaban para el trabajo y, por lo tanto, significaba que pertenecían a la clase privilegiada. O el uso del burka, que «aislaba» a las mujeres del emir de las miradas del pueblo llano; o los tacones, con origen para el manejo de los caballos de las clases altas.

Pero en el capitalismo aparecen los pijos o yuppies: aquellos que no obtienen lujos materiales a partir del prestigio, sino que obtienen prestigio a través del lujo material. Se trata del “sueño americano”: todo el mundo puede llegar a ser una persona adinerada, simplemente es necesario ser leales súbditos a la filosofía voraz del consumismo, a la samsara del trabajo duro – consumo – trabajo duro. Si todavía no nos cabe imaginar a unos súbditos cargando grandes piedras con el fin de construir pirámides y moais para los antiguos jefes, es que todavía no hemos movido nuestras cadenas.

“Si esto implica endeudarse con tarjetas de crédito, retrasar el matrimonio y vivir en apartamentos libres de niños… ¿cabe imaginar mejor prueba de lealtad hacia los superiores?” se pregunta Harris (4).

Yuppie ©Canvascontent

Yuppie, Mario Carvajal

Podríamos tomar esto como una mera etapa coyuntural en la historia, al igual que pensamos en la actual crisis como una mera crisis coyuntural que ya pasará, si no seríamos conscientes de que el precio del éxito, el consumismo, no sólo consume materiales, sino vidas y futuro.

Karl Polanyi lo llamó “La gran transformación”:

«¿En qué consistió satanic mill, este molino del diablo, que aplastó a los hombres y los transformó en masas? (…) ¿En virtud de qué mecanismo se destruyó el viejo tejido social (…)?» «La necesidad de ralentizar en la medida de lo posible un proceso de cambio no dirigido, cuando se considera que su ritmo es demasiado rápido para salvaguardar el bienestar de la colectividad, es algo que no debería precisar de una explicación detallada. Este tipo de verdades corrientes en la política tradicional, reflejadas en las enseñanzas de los antiguos, fueron borradas del pensamiento de las gentes.» (5)

El catalogar a este sistema voraz como “molino del diablo” o como sistema “canibal” no es algo nuevo, pero cada vez nos damos más cuenta de que al capitalismo no sólo se le puede definir como un modelo socioeconómico más, sino como toda una cultura o culturas que engloban muchos más aspectos humanos. Por lo tanto, se trata de un canibalismo antropológico, que nos expropia de todos los recursos que hemos ido adquiriendo durante toda nuestra existencia como humanos y que nos ha valido para situaciones adversas, que han sido múltiples y muy duras. No se trata de materiales, sino de sabidurías, como la cooperación, la educación, la empatía, la integridad, la sororidad y todos esos valores que el cabecilla los canalizaba desde el pueblo hasta los cuatro vientos y a las cien generaciones siguientes en tiempos pasados, y que hoy, siguen haciéndolo en muchas sociedades no tan remotas y exóticas (6).

Son pequeños resquicios de humanidad que siguen luchando contra la consumición que nos consume, o contra la pobreza. Porque aunque parezca contradictorio, lo que padecemos hoy es un sentimiento de carestía y escasez, producto de la discrepancia entre los deseos y los medios para producirlos. Los medios nos inyectan cada día deseos de conseguir más y más productos, abanderados por la sed capitalista de crecer a toda costa. Incluso hemos relegado a un segundo plano el debate de cuales son las verdaderas necesidades humanas, qué es lo verdaderamente suficiente.

«Pobreza no es una determinada cantidad de bienes, ni es tampoco la simple relación entre medios y fines; es fundamentalmente una relación entre las personas. La pobreza es una condición social […] hasta que la cultura no alcanzó la cima de sus logros materiales, no se erigió un santuario a lo inalcanzable: necesidades infinitas» afirma Sahlins (7).

Se refiere al sentimiento de escasez que reina en nuestra sociedad, ese desear siempre más y más cosas (innecesarias) pero sin estar nunca satisfechos, aún pasando por encima de los demás. Esa es la verdadera pobreza antropo-lógica. Un eslogan publicitario de la tv nunca nos sugerirá cosas tan humanamente imprescindibles como “hágase un amigo”, pero la manera de expresar regularmente que alguien es ‘pobre’ en quechua, es “waxcha” (o waqcha) que significa indistintamente ‘huérfano, sin tierra, abandonado, mendigo’. La pobreza para esta sociedad no consiste en no tener nada, sino no tener a nadie. En realidad, como recurso básico, el ser humano ha sabido valerse, desde siempre, de su bien más preciado: el Otro.

Juntos ©Zanini H.

Capoeira do Brasil, Daniel Zanini H.

Hay muchos más ejemplos: Para los penan, la peor ofensa social se denomina “sihun”, que significa no saber compartir. Los yanomami creen que una cazador enfermará si consume su propia caza: el egoísmo es la peor falta. En la vasta estepa de Mongolia, es de mala educación llamar a la puerta y los visitantes simplemente deben entrar y hacer uso de la vivienda de manera libre. El término “guanxi” de China, se refiere a una red de relaciones y contactos entre personas, que cooperan entre sí e intercambian favores, y que se consolida a través del respeto, la lealtad y la confiabilidad. La hospitalidad islámica es la “diyâfa”, y por ella, en Uzbekistán hay un dicho: «Mehmon otanda ulugh» («el invitado es más grande que el padre») En algunas zonas de Sudáfrica, cuando se desea elogiar a alguien, se le dice que tiene “ubuntu”, que es una persona que se completa a través de las otras. En las muy aisladas islas Tokelau y las islas Cook, la redistribuciónes un auténtico sistema que funciona, y se llama “inati”. Europa, claro, no es menos en cuanto a la sabiduría ancestral del valor del Otro, por mucho que quisieron quemarla en las hogueras. Y no sólo en el trabajo comunitario como el “auzolan” vasco o el “coor” irlandés, sino también en el placer. Tanto el sentimiendo acogedor del “hygge” danés, como la “fika” sueca, como las tertulias alemanas “Stammtisches” o las “passegiatas” vespertinas italianas, se disfrutan en plenitud si son compartidas.

Son costumbres lentas y meditadas, nada que ver con la felicidad rápida, efímera y solitaria que nos vende este Sistema, donde el cuerpo no camina, sino vuela, y ni siquiera requiere de cuidados, ni muere.

Son costumbres compartidas para disfrutar diez veces más tiempo para hacer aquello que realmente nos gusta… y sobre todo, que nos hace humanos.

Portada: Gran ciudad, Jamie McCaffrey

Bibliografía

(1) “El decrecimiento feliz y el desarrollo humano” Julio García Camarero.

(2) Harris, Marvin. «Nuestra especie»

(3) Lee, Richard. “The !Kung San: Men, Women and Work in a Foraging Society”

(4) Harris, Marvin. «Nuestra especie»

(5) Polanyi, Karl “La gran transformación”.

(6) Alba Rico, Santiago; Fernández Liria, Carlos. «El naufragio del hombre»

(7) Sahlins, Marshall “Economía de la edad de piedra”.

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Noemí Villaverde Maza

Licenciada en Educación Social (UPV/EHU) y Antropología Social y Cultural (Universidad de Deusto). Antropóloga. Colaboradora en radios libres y en proyectos sociales. Amante de la lectura, el cine y la naturaleza.

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