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Mito | Revista Cultural
Poesía 0

El Mariabundo

Por Diego Rivera Hernández el 24 abril, 2017

El Mariabundo

A ratos trato de no gastar palabras
que de ti maquillen semas.
Semilla de farola, noche de buganvilia;
he visto al popo ronronear lava.
Mientras duermes, una lengua muere en la cuna.
Tu reposo mi dharma,
sonámbula tu arma;
corta y separa carne de la tierra diurna.
Ante la verdad coneja brava,
riñes por tus hombres y alimentas mi homofilia.
Amor y dios no son temas
de cuerpos felices y mentes macabras.

Despertaste, se terminó la muerte de luz errada,
ella durmió tres días antes en la esquina.
El corazón se rompe en un tropiezo a la primera inundación;
te queda fingir ser ángel para entrar al cielo,
reprimir tus cosquilleos y guardar la lujuria en un dedo.
Escapar cuando Pedro cierre el telón,
agitando tu capa de luz león;
después sobre flores lloverá ceniza borrando el miedo.
Tu amarilla piel jamás  volverá a causar celo,
te habrán de extrañar; nadie desea lo que se pierde en la embarcación.
Te conformaste con apreciar la ruina
que sabrá leyes y mandamientos de la vida airada.

Tanto pesan los huesos en el ataúd
que no me levanté a aplaudir.
A bien decir del escenario fue malo el drama;
se olvidaron de reír por alivio.
Unos lloran como si me hubiesen querido;
los anexados bailan,
me amaron quienes callan
lamentando en el silencio mi amor podrido.
Llegué al bulevar donde me desvío;
los vivos absurdos continuarán con la trama,
de ir atrás para huir
de la diferenzia que soba la quietud.

Se quejó de tres a cuatro por no querer irse sin mí,
vomitó por la nariz su amor y murió.
Por vez última suave lo limpie antes que lo sentenciaran,
después volvió elegante y apuesto sin mirada.
¿Por qué llorar al saber que nadie volverá hacerle daño?
Lloró mi voz por no lamber más su oído;
café, canela, violín sin sonido
que se mezcla en la sangre. Diciembre se robó su cumpleaños.
Los hombres de lumbre desembocan en la nada;
nada lejana, salvaje, peligrosa donde nos separan
del carnal dolor mortal que una vez el rio.
Al tiempo que castillos de arena vuelven al mar sin ti.

Hay barcos que van y nunca tocan puerto;
el mar se divide entre tres
para navegar lejos de la matriz finita.
Dan lágrimas y flores en vida;
la eternidad es la única muerte a celebrar
cuando sal sólo océano.
Saltar al agua es vano
si al nadar menos se consigue tierra cobrar.
Nunca cierra si fluye la herida;
tan bien se ahogan los peces cuando el amor tirita.
Playa absurda; dolor cortés.
La otra mitad no existe, querido tuerto.

Lloramos por tradición y sed con odio de lágrimas
con la ciega muerte en sus ojos; sufrimos.
Las venas se vacían sujetas de cabeza con cuello abierto,
porque los simulacros por torpes nos abruman.
No romanticismo ni hastío para reforzar a un guerrero,
si la pesadez es nuestra levedad
dejemos plantado a Godot sin piedad;
que del universo, el hombre sea el más fugaz cerrero.
¿La vela se desvanece si nunca la fuman?
Las cicatrices se dibujan aunque el cuchillo no sea cierto,
la mentira sana lo que no vivimos
cuando desde el cielo se borra el andar de las ánimas.

Vengo de donde no manda la palabra,
de sueños insoportables.
Me arrancaron un ojo antes de ser nacimiento;
es la tristeza de andar sin rumbo
como pena por carecer de cielo un dios.
Una mitad se esconde,
tu ausencia sabe dónde.
Nunca se pronuncia con vida el último adiós,
después de construir un sol lo tumbo
antes que devore nuestro absurdo encantamiento;
la cruel soledad potable
que riega los jardines del almacabra.

Honestidad es en frente del muerto tamales tragar,
sonríes porque tu nombre no es un rosario.
Cada mañana brilla la patraña en el espejo de tu piel,
reflejo del casino donde juegas a apostar.
Alguien casi gana y regresó, otro fue crucificado
con clavos que no han dejado de sangrar.
Te invito, a tu historia desintegrar
para saber volar bajo tierra si el agua es del pescado.
No despiertes si sabes dónde te vas a acostar,
cuando te alcance el resumen difunto de tu veneno de hiel.
Todo importa si tu sueño es literario,
pues los hombres desechables se cultivan secos en la mar.

Anatema de verano

La primavera me gusta para matarme,
violines felices cuelgan oscuros de las ramas;
los humanos se rasuran para lucir en la luz teatral.
Todo escupe color; parece vivo.
Se oye un cántico de risas más falso que el agua azul;
la lluvia con la guerra borra cualquier sueño que hayas guardado.
Nada derrite al sol; dicen que él es dios.

No recuerdo haber jugado por querer nacer,
tampoco parar la nave antes de la respuesta.
Adorné con planetas de cáncer y depresión mi cuarto,
seduciendo a mi muerte sin besarla.
Hoy corro desnuda a la puta que me coge gratis;
si yo no fui testigo en mi nacimiento; elegiré mi muerte.
¿Para qué guerrear si no hay enemigos?

Solo quiero dormir,
el sol quiere descansar.
La tierra de mi carne no es aquí;
noche podrida en el mar.

La falsa caliente me aguardará en mi cuarto,
se masturbará mientras yo me desangro con otra.
La venganza no es el cielo en la protesta contra la vida;
el suicido es la libertad del hombre.
De manicomio abandonado cualquier resistencia,
frente a la fuerza de Samsara que te tira al navegar su sueño;
donde la única imposición es nacer.

El mundo no es para mí,
el engaño es mi regalo.
La ciencia cartón es mi tejado;
ya no quiero estar aquí.

Me ausento ahorcado en un columpio y nunca caigo;
la gravedad mental me aleja del sueño al despertar.
Todo sigue igual si no existo, ¿cuánto tarda un lago en secar?
Dime cuando mis ojos sean humanos,
engáñame, que en el verano ya se me hizo tarde.
No es más valiente quien se dispara al ojo que el que bebe y fuma al día
ansias y esperanza que la lluvia calme.

Portada: Sleeping | Matt Anderson

¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO?

RIVERA HERNÁNDEZ, DIEGO: «El Mariabundo». Publicado el 24 de abril de 2017 en Mito | Revista Cultural, nº.42 – URL: http://revistamito.com/el-mariabundo/

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Diego Rivera Hernández

Saturno Rivera, Estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en FES Acatlán; UNAM. Hombre que piensa que el universo es todo aquello que cabe en la imaginación.

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