El erotismo y la sexualidad han estado presentes en el cine desde sus inicios, ya sea porque es una realidad inseparable de la condición humana o porque el deseo y el placer son vías naturales para la creación artística.
Lea la primera parte: Breve aproximación a la sociedad española durante el franquismo.
No podríamos imaginar las grandes obras escultóricas o las pinturas de la antigüedad sin su desnudez, como tampoco una parte del arte desde el Renacimiento, a pesar de que la moral y el sentido del pudor en las diferentes épocas han sido diversos, con unos límites ético-morales no siempre traspasables y unas motivaciones divergentes, muchas veces, a las actuales. Obviamente, las razones para plasmar el erotismo se han sostenido en un componente estético y en una idealización de lo humano a través de lo corpóreo, de lo masculino y de lo femenino, trascendiendo más allá de la belleza o del placer visual para encarnar un materialismo emocional completado con las sensaciones individuales del espectador. Ese goce visual por la belleza de las relaciones sexuales tampoco es ajeno otras culturas o civilizaciones no occidentales, donde, por ejemplo, las diversas posturas del acto sexual decoran las fachadas de algunos lugares sagrados, o en las diversas literaturas mundiales, sea cual sea la época, donde los tratados sobre el amor, el enamoramiento, el cortejo o la pareja han sido, junto a las novelas y revistas eróticas y pornográficas, éxito de ventas y de público.
Relieve con escena erótica en el tempo indio de Khajuraho. Liji Jinaraj
Escena erótica romana procedente de un fresco de Pompeya. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles
Como el lector intuye, la capacidad narrativa de estas dos escenas eróticas es total y completa ya que quedan rápidamente circunscritas a un instante inmediatamente posterior, limitado por la capacidad de movimiento del cuerpo humano y por lo previsible de ese movimiento. Esa narración breve crea y recrea emociones y deseos en el espectador, que asiste con naturalidad a una mecánica contextualizada en el escenario en el que se desarrolla. Obviamente, la interpretación en las artes es algo individual, influida por la moral y ética personales tanto como por el género y otros condicionantes socio-económicos y culturales, pero no cabe duda que el erotismo genera una expectativa de placer intrínseco en lo representado, así como una contemplación proactiva en quien continúa la narración iniciada con las escenas representadas.
Mayor capacidad narrativa, obviamente, se le presume al Cine, que suma a la exposición de la escena el movimiento de las figuras, pasando de ser estáticas y artificiales a tener alma; imágenes reales que actúan ante la cámara (obviaremos los efectos especiales, la animación y las simulaciones virtuales del cine actual). La moral y la sexualidad han sido, sin duda, ejes para los cineastas y el público, determinando los límites en los que dar rienda suelta a la creatividad y la imaginación.
El primer beso de la historia del cine lo filmó en 1896 William Heise, en The Kiss. Los dos personajes tras conversar se dan delante de la cámara un primero y casto beso; con él se abrió una polémica que dura hasta nuestros días: ¿es conveniente filmar escenas íntimas y proyectarlas en una pantalla de cine? A pesar de la presumible respuesta de hoy, a lo largo de la historia del cine se han explorado y desafiado todos los límites existentes en relación al sexo.
Por ejemplo, en la primera película erótica conocida, Après le bal (1897) de Georges Méliès, encontramos esa historia simple pero cargada de símbolos y significados que, obviamente, debemos contextualizar en su época para entenderla plenamente: una mujer toma un baño tras ser ayudada por una asistenta doméstica a desvestirse. Las dos mujeres actúan ajenas a las miradas del espectador, que se convierte proactivamente en cómplice de una actividad rutinaria de la vida privada e íntima. Es una historia que no sólo cabe en las mentes de finales del siglo XIX, sino que ha sido replicada y readaptada miles de veces en la Historia del Cine.
Marilyn Monroe toma un baño en La tentación vive arriba (1955) y Elsa Pataky toma una ducha en Ninette (2005)
En 1907 se filmaría la película argentina titulada El Sartorio (o El Satario), considerada hoy la primera película pornográfica. Lo interesante es que por primera vez se muestran los genitales abiertamente en la cámara con un fin únicamente sexual; no es algo nuevo, pues durante el siglo XIX la fotografía y la pintura ya habían roto el tabú mostrar los genitales femeninos (El origen del mundo (1866) de Gustave Courbet) y el miembro masculino erecto, incluso durante el propio acto sexual.
Fotograma de El satario (1907)
La producción de cine pornográfico mudo destinado a consumo masculino fue durante las primeras tres décadas del siglo XX muy importante. Se usaban como actrices a prostitutas, a las que contrataban, muchas veces, en los mismos burdeles donde se filmaban las películas. La carencia de un argumento elaborado ha sido la tónica habitual del cine porno desde sus inicios, porque lo importante era -y es- ver a dos o más personas manteniendo relaciones sexuales, tanto mejor si es confidencialmente y con detalle, en un materialismo genital con fines concretos y únicos: el placer y el orgasmo. La exclusión del resto de componentes contextuales y emocionales, que incluso llegan a desaparecer, reduce todo a una suerte de mecánica de cuerpos y juegos de cámara.
El cine de masas durante las primeras décadas apenas incluyó el erotismo, el desnudo, la vestimenta provocativa, los diálogos picantes, ni las situaciones comprometidas -ni siquiera con perspicacia-, pues la proyección en las salas podría depender de que fuera apta para todos los públicos; incluirlos en las cintas podía suponer un quebranto a los intereses económicos de los grandes estudios que costeaban y producían las obras, por lo que censuraban los rollos si advertían una crítica adversa a causa de ese motivo.
A la par que los cineastas exploraban los límites de la técnica y de la composición en el nuevo arte cinematográfico, una parte de la producción de aquellos años no fue expuesta en los cines, sino que permaneció recluida en los almacenes, archivos y colecciones privadas. Las distintas filmotecas, que aún continúan recuperando obras inéditas, dan fe de todo el material que quedó fuera de circulación por motivos económicos, sociales, culturales, políticos o morales. En la actualidad incluso podemos encontrar algún ejemplo subido en Youtube, donde CineGraphic afirma sobre el siguiente vídeo que «estas escenas provienen de un carrete de nitrato de 35mm que fue descubierto en la cabina de proyección de una vieja sala de cine en Pennsylvania. El proyeccionista había unido en este carrete de ‘prohibidos’ las escenas censuradas por no cumplir con las normas morales locales». Para hacernos una idea, recordemos la figura del censor en la película de Giuseppe Tornatore: Cinema Paradiso (1988).
Este rollo, como tantos otros similares, existe porque sería proyectado bajo reserva y pago. Sabemos que a los dos lados del Atlántico existía un mercado de productos eróticos y pornográficos para el consumo masculino: los prostíbulos, los cabarets y las casas de variedades, por ejemplo, tenían una gran relevancia social y una potente influencia sobre el poder económico, del que se valían los dueños para abrir y continuar su actividad pese a que superaban todos los límites. Eran locales de hombres y para hombres, diseñados para satisfacer los apetitos sexuales con espectáculos donde el desnudo era norma. Con el tiempo, la mujer también fue accediendo a estos espacios, no tanto interesada por el aspecto sexual, sino porque en los círculos intelectuales eran lugares libres y propio de gente avanzada y moderna. Además, muchas bailarinas acabaron dirigiendo los locales, a la vez que otras muchas servían de inspiración a los artistas y a los escritores que vivían la noche en ciudades tan abiertas a la libertad sexual como París o Berlín.
Estas salas incluso llegaron recurrir al cine para su promoción. En 1928 la sala Folies Bergère produjo la película Le Pompier (El bombero), donde el personaje protagonista, tras emborracharse, ve mujeres desnudas allá donde va. Además, aparece la famosa bailarina Josephine Baker, la única que está vestida, seguramente para dejar constancia de que ello debía ser un privilegio que tendrían aquellos que pagaran por ver su espectáculo.
En la España de la década de 1920 también se filmaban películas de alto contenido sexual. Sus consumidores pertenecían a la élite más selecta, incluyendo el mismo rey Alfonso XIII, y eran financiadas presumiblemente por el Conde de Romanones[1]. En 1991 la Filmoteca de la Generalitat Valenciana descubrió fragmentos de tres películas de los hermanos Ramón y Ricardo de Baños tituladas El ministro, El confesor y El consultorio de señoras.
Común en este ámbito de películas es la asociación entre el sexo y el diablo (o la figura diabólica), dejando en evidencia que la visualización de tales imágenes suponía una falla moral. También encontramos el perfil del poseído, del pervertido amoral o del enfermo que no puede controlar sus impulsos, en acciones y comportamientos considerados deshonrosos. Sin embargo, la mujer es un ser débil y sexualmente frágil que ha sido capturada en las redes de la depravación; dado su carácter dócil se deja llevar, pues en el fondo está cumpliendo su papel de satisfacer al hombre. Estos estereotipos se perpetúan una y otra vez, toda vez que son los esperados en una época llena de tabús y oscuridad en torno a las relaciones sexuales. Historias y fantasías llenas de perversión y sin ninguna sutilidad, que cumplen con un deseo masculino de posesión y de dominación.
A esa figura femenina anterior se antepone la de la bruja, la meretriz o la ninfómana. Un ejemplo, con la figura del diablo de fondo, es la película danesa de 1922 dirigida por Benjamin Christensen y titulada Haxan. A pesar de que la factura de la película es exquisita, su distribución quedó sensiblemente reducida por el género (el terror), el argumento de la misma, lo estrambótico de sus personajes y por fotogramas tan rompedores (y bien construidos) como los siguientes:
Fotogramas de Haxam de Benjamin Christensen (1922)
Los cines pornográfico y erótico mantuvieron su financiación, pero, dada la popularización del cine sonoro y del consumo masivo, las productoras fueron orientando su inversión hacia las nuevas figuras emergentes: una hornada de directores, guionistas, actrices y actores que coparían la gran pantalla adquiriendo una fama que llega hasta nuestros días. Las nacientes superproducciones debían cumplir con los condicionantes ético-morales de cada país o región, por lo que el espacio para mostrar las relaciones humanas, y más específicamente a la mujer y su relación con el hombre, debía ser sutil, cortés y estar circunscrita en el máximo decoro.
La figura del censor cinematográfico tuvo, si cabe, más importancia en los países con regímenes totalitarios o dictatoriales: añadida a la censura moral se practicaba otra con fines políticos y sociales con el objetivo de evitar la contaminación ideológica de los ciudadanos con ideas o planteamientos peligrosos. Los cineastas debían asumir que sus obras fueran cortadas o prohibidas, lo que se evitaba en la medida de lo posible pues estaban en juego los intereses de los inversores.
La sutileza del erotismo y la insinuación tomaron un protagonismo total en este contexto. Las nuevas películas a partir de los años 30 siguen la máxima de la provocación y la cautela, con personajes femeninos que ahora dominan la situación y que atraen hacia sí los deseos de los hombres. Esa nueva posición, acorde a las libertades que exigía un feminismo creciente en los ámbitos de la cultura y de las artes, determina la figura de la femme-fatale, cuya formulación está acorde a la debilidad e inconsciencia de lo masculino frente al peligro de lo femenino. Ese nuevo ídolo se convierte en un objeto de deseo irrefrenable por el que competir y que, según la creencia de la época, motiva la lucha por mostrarse como el mejor varón disponible.
La película alemana de 1930 dirigida por Joseph Von-Sternberg, Der blaue engel (El ángel azul), es protagonizada por una Marlene Dietrich que interpreta a una sensual cantante de cabaret que encandila a un grupo de jóvenes estudiantes y al profesor de éstos, que acude en auxilio y protección de aquellos.
La importancia, además, de los sentidos, de la emoción y de la delicadeza frente a lo meramente visual y explícito supone un cambio total en el tratamiento y en la expresión de sentimientos de los actores y actrices. De hecho, frente a lo diabólico nace una expresión humana y natural de las relaciones sexuales, marcadas, por ejemplo, en la película checoeslovaca Éxtasis (1933), dirigida por Gustav Machat, por mostrar por primera vez la actriz e ingeniera Hedy Lammar experimentar ante la cámara el primer orgasmo femenino.
Si bien la mayoría de las relaciones que se habían filmado hasta entonces eran heterosexuales, ya en 1929 la película Die Büchse der Pandora (La caja de Pandora), dirigida por el austriaco Georg Wilhelm Pabst y protagonizada por Louise Brooks, o la alemana de 1931 titulada Mädchen in Uniform (Muchachas de uniforme), dirigida por Leontine Sagan, eran dos buenos ejemplos de cine lésbico.
Mädchen in Uniform (1931) de Leontine Sagan
Años después, en respuesta a la demanda de un sector de la población muy influyente, alarmado y escandalizado por la inclusión de la sexualidad (y sus depravaciones) en el cine, muchos gobiernos aprobaron normativas moralistas: en EEUU, por ejemplo, el Código Hays (aprobado en 1934, justo un año después de la derogación de la Ley Seca) estuvo vigente hasta mediados de la década del 60 y condicionó la actividad de Hollywood y la proyección de viejas producciones: las películas no podían incluir escenas de desnudos ni contar con vestimentas que dejaran a la vista partes del cuerpo consideradas inapropiadas, ni subidas de tono, ni mucho menos con escenas sexuales o provocativas (ya fueran heterosexuales u homosexuales). Algunos guionistas y directores, no obstante, bordearon la ley haciendo películas cuyo objetivo simulado era prevenir contra los peligros de la libertad sexual: en 1938 Sex Madness de Dwain Esper logró la certificación por parte de la National Board of Censorship pese a su contenido.
Motion Picture Production Code
Entendemos ahora mejor los porqués del escándalo de la película Gilda (1946) de Charles Vidor, cuando Rita Hayworth se quita sus guantes mientas baila y canta ante la atónita mirada de Glen Ford. La escena quebró los límites de la censura tanto en cuanto dejó claro que el erotismo y la provocación son grandes estimulantes de la mente del espectador: la sonrisa, el baile, la gesticulación, la mirada y la simulación de estar desnudándose sin hacerlo, son, en conjunto, partes cohesionadas una escena que ha pasado a la historia por contar mucho más de lo que parece. Nótese, por cierto, como el cuello, los hombros y los brazos adquieren un cariz erótico y sexual sin precedentes.
El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso para muchos países europeos el fin de la censura gubernamental (no en España, donde el primer franquismo imponía sus leyes y normas a hierro y fuego). Por ejemplo, en 1945 se inauguraba el neorrealismo italiano con Roma, città aperta (Roma, ciudad abierta) de Roberto Rossellini, en la que denunciaba la precaria situación social y económica italiana en contraposición al cine heroico y musical del fascismo. Enmarcadas estrictamente como neorrealistas hay unas 42 películas de 12 directores diferentes, aunque gran parte de las películas filmadas en la Italia de 1950 comparten ese espíritu; su influencia se proyectó hacia exterior y hacia el futuro, sobre todo a Europa y sobre los directores comprometidos de la décadas de 1960 y 1970. Esa apertura gestada tras años de dictadura permitió, por fin, mostrar las relaciones humanas de forma auténtica, siendo la mujer la más beneficiada. La conceptualización de la italiana media, con sus anhelos de libertad y la naturalidad en sus relaciones sociales, fue quizás un primer bastión en la lucha contra los estereotipos de género. Los personajes femeninos desarrollaban diversos roles: de madre, de esposa, de mujer soltera o de trabajadora, residiendo su atractivo en su independencia y en sus capacidades.
Silvana Mangano en Riso Amaro (1949) de Giuseppe de Santis.
Podemos considerar los años 50 del siglo XX un periodo de transición entre la negación de lo sexual en el cine y la implosión del erotismo y de la ‘clase S’ a partir de la segunda mitad de la década de 1960. Un periodo en el que se gestará un modelo de mujer concreto: joven, guapa, voluptuosa, atrevida, libre, curiosa y, en ocasiones, inocente y frágil. También la figura masculina, donde la elegancia, la educación, el poder, la belleza, el liderazgo, la inteligencia y la galantería son sus principales atributos. Estos estereotipos triunfan plenamente, perfilándose el concepto de sex-symbols con actrices como Ursula Andress, Marilyn Monroe, Bettie Page, Gina Lollobrigida, Jayne Mansfield, Carroll Baker, Brigitte Bardot, Raquel Welch o Sofía Loren, y actores como Paul Newman, James Dean, Elvis Presley, Marcello Mastroianni o Marlon Brando.
Marlon Brando, Paul Newman y Elvis Presley
Que lo masculino adquiera esos tintes eróticos y sexuales es una novedad frente al cine anterior; la figura masculina, que fue relegada de la provocación, es ahora además un reclamo para el público joven y femenino, que incluso llega a ser devoto de determinadas estrellas del celuloide. Eso cambia y determina un nuevo cine en torno a la explotación de los atributos interpretativos y de género, un hecho que se irá expandiendo a medida de actores y actrices se enfrentan a guiones más abiertos y acceden a personajes ‘más sexuales’.
El anterior es un proceso lento que gestará un salto enorme junto a la lucha por los derechos y libertades en la década de 1960. Apenas quince años después de terminar la Segunda Guerra Mundial la demanda y la oferta capitalistas habían cristalizado en el pueblo los principios de la filosofía liberal y demócrata, influida por la propaganda y la publicidad en plena guerra fría. Frente a las sociedades comunistas, organizadas y estructuradas según unos parámetros estrictos, reduccionistas y autoritarios, la simple capacidad de elegir entre dos marcas o entre varias opciones traspasaban del mercado a los asuntos políticos rápidamente. Una nueva juventud nacida entre bombardeos y racionamientos se enfrentaba a un mundo de posibilidades en el que tomar decisiones y luchar por sus principios.
Contrasta que en el mundo capitalista frente a las democracias occidentales los golpes de estado y los regímenes dictatoriales florecieran en los países iberoamericanos: los dictadores merecieron el desprecio y la crítica por parte de los jóvenes cineastas nacidos en democracia, que ahora también tenían a la recién popularizada TV como un medio para hacer llegar su mensaje. A principios de la década de 1960, por tanto, se consideraba que la opresión y la censura eran algo no consustancial al ser humano; al contrario, era necesario expresar la libertad a través de las vías en las que tradicionalmente habían sido vetadas. Nada mejor que usar el sexo como protesta, el cuerpo como arma y los sentimientos como escudo. El fin de la censura en EEUU permitió a directores y guionistas explorar un nuevo mundo lleno de posibilidades.
En 1962 ya encontramos algún ejemplo, como lo es la película inglesa dirigida por Stanley Kubrick Lolita: la obsesión humana y la intriga de un hombre cuarentón (James Mason) dispuesto a casi todo por cumplir su deseo, estar cerca (o algo más) de una niña de 12 años (Sue Lyon). Una parte del argumento, que bien podría considerarse apología de la pederastia, consiguió un éxito sin precedentes; la pulsión sexual y la maquinación omnipresentes en la obra homónima de Vladimir Nabokov (guionista también del film) relegan a un segundo plano esta cuestión. Podríamos decir que llegar al límite, ahora sí, de lo inaceptable, estaba sobre la mesa tras optar, en la conservadora Hollywood, al Oscar al mejor guion adaptado.
Lolita (1962) de Stanley Kubrick.
Como hemos visto, desde el primer beso hasta Lolita, la sexualidad en el cine tuvo idas y venidas, aunque éstas siempre bajo la censura oportuna de cada etapa concreta. En el siguiente artículo abordaremos la gestación y el nacimiento de la comedia erótica y del cine independiente en el contexto de la libertad sexual, que durante las dos décadas posteriores romperá todos los tabús y límites conocidos, y que revolucionará la industria del cine en todos los niveles. Aunque será tema de artículo posterior, también bosquejaremos entre los síntomas de liberación sexual que se abren paso en las producciones españolas durante el franquismo en las décadas de 1960 y 1970.
Imagen de portada: Fotograma de Gilda (1946) de Charles Vidor.
Para saber más…
- SADAOUL, GEORGES. Historia del cine mundial: desde los orígenes. Siglo XXI, 2004.
- CARMONA, LUIS MIGUEL. Los 100 mejores filmes eróticos de la Historia del Cine. Cacitel, 2004.
- CARMONA, LUIS MIGUEL. Cine erótico a la europea. T&B Editores, 2010.
- Cadenas, poder y pornografía. Publicado el 6 de agosto de 2015 en Mito | Revista Cultural, nº.24. :
[1] BORAU, JOSÉ LUIS. Diccionario de Cine Español. Editorial Alianza, 1998.
¿TE HA SERVIDO ESTE ARTÍCULO? ASÍ PUEDES CITARLO: : «El cine del destape (II): Erotismo y pornografía desde los inicios del cine hasta la década de 1960». Publicado el 10 de septiembre de 2015 en Mito | Revista Cultural nº.25 – URL: |
2 Comentarios
Hola, muchas gracias por las notas, son muy de mi interés. Me sumo a la espera de Ernesto Aleksandar y, de mientras, pregunto qué bibliografía al respecto considerarían recomendarnos a quienes nos interesa el rol de la mujer en el cine del destape y la España Ye-Ye.
Saludos cordiales.
Espero que llegues a realizar una tercera parte, sobre el llamado «destape» español. Cuanto mas leo, mas oscuro me parece, y sin duda cubrió una parte de política y de farsa liberal al extranjero, cuando ocurrian intentos de asesinatos en espectáculos, Fuerza Nueva siguió atacando al rodaje de películas eróticas incluso en el 82 …