En “El bosque de la noche” la extraviada Nora Flood visita a hora intempestiva al doctor O´Connor y le dice : Doctor, cuénteme todo cuanto sabe acerca de la noche. Yo vagaba por la orilla izquierda de París y me acordaba de la fascinante Djuna Barnes. Paseaba por el bulevard Sain Germain y recordé la famosa foto en que aparece en la terraza de un café hablando con Solita Solano. Más tarde daba vueltas por el village de Nueva York y evoqué cuando ella era una de sus musas más intensas. Al pasar por Washington Square me vino a la cabeza la frase en que ella decía que la plaza tenía significado y perfume. Entré en el fabuloso Café Reggio y me imaginé como sostendría ella la taza. Durante 43 años vivió muy cerca de allí en un callejón con escaleras colgantes. Un día llamó a la ventana de su estudio e.e. cummings diciendo: ¿Todavía estás viva, Djuna? Y todavía sigue viva para muchos que estamos en su secreto.
Calle Patchin, donde vivía Djuna Barnes
En “El bosque de la noche” Robin Vote se presenta como un personaje nocturno que vive en la noche, un ser inexplicable e incomprensible que fascina a todos sin que sepan por qué. Está más allá de sus explicaciones y de sus decisiones. Ella misma no sabe por qué hace las cosas, no puede dejar de hacerlas, es un ser trágico. En ese sentido es como el destino, lo que no podemos superar, lo que no podemos dejar de seguir. Porque la noche es el destino.
Robin Vote es en cierto sentido como una bruja de Macbeth o como la Diosa Blanca de Robert Graves. Alguien que nos exalta y nos mantiene vivos, y que también nos hace sufrir y angustiarnos. Alguien que nos descubre lo desconocido, que nos arrebata irremisiblemente. Es lo más escondido de la vida.
Nora, enamorada trágicamente de Robin Vote, va por la noche a preguntar al doctor McConnor, un irlandés locuaz, delirante y profundo, que un momento dado se compara con Dante. Es una alusión velada a que la noche sería el infierno, y Dante el gran poeta occidental que se sumergió en la noche y volvió. Nora entra en su casa y dice: Doctor, vengo a que me hable de la noche.
Entonces el doctor dice que la noche nos hace perder la identidad, que en la noche nos convertimos en otros seres, y que en sueños hacemos todo lo que está prohibido y lo que no podemos siquiera concebir. Dice que los franceses unen el día y la noche pero los norteamericanos, con el corte radical que hacen con su puritanismo, hacen que la noche entre radicalmente convertida en crimen. Porque la noche indica todo lo que hay en nosotros de desconocido y de ignorado, todo lo que hay de perseguido y maldito, es el territorio de la condenación, de Sodoma y Gomorra, donde se despliegan todos los vicios, donde se desarrolla lo inconcebible.
Él mismo se describe como homosexual perseguido por la sociedad, sin poder escapar a sus tendencias, recorriendo los urinarios en busca de contactos y vivencias, y muestra como las muchachas más mojigatas se abren de piernas en la noche, y como los maridos más fieles meten a otras en su cama. El doctor asume el lenguaje dominante de la sociedad y hace que esas tendencias ocultas parezcas sórdidas y vulgares, aunque inevitables y profundas, y por eso acentúa verbosamente el lenguaje sexual. Llega a decir que solo en posición horizontal, tumbado, para dormirse de noche, el hombre conecta con su abismo, con sus identidades más hondas, con todo lo que no puede desechar de sí mismo.
Plaza Saint Sulpice, escenario de El bosque de la noche
La noche es como el destino soterrado y desconocido. Y el doctor una especie de sibila que se sumerge en la noche y por eso puede hablar a las mujeres atribuladas y desorientadas como Nora. Y por eso ella acude al doctor, y solo el doctor puede decirle un poco quien es Robin, una especie de fiera, alguien que sale del bosque de la noche, del espesor de la noche, la fuerza profunda de la vida y de lo inexorable. Y por eso Robin es trágica, porque representa y el destino y lo inexorable. Pero eso es nuestra vida también según las tragedias clásicas, porque el destino era la vida de los héroes, lo que no podían superar, pero también lo que los levantaba hasta los dioses. Del mismo modo, lo más intenso que le ocurre a Nora es conocer a Robin, aunque la vea una vez en el jardín transformada de noche y enlazada a otra persona. Robin la hecho asomarse al abismo, le ha hecho una herida de conocimiento y de experiencia a su vida.
Se le da entonces a la noche una dimensión infernal e inquietante, como la que pueda tener en “Viaje a la oscuridad” de Jean Rhys o “Viaje al fin de la noche” de Louis Ferdinand Celine, pero al mismo tiempo fascinante y arrebatador.
Y aunque dé miedo, se nos dice, hay que reconocer en algún momento esa dimensión y ese abismo, que seguramente vivió en París y Nueva York la propia Djuna Barnes mientras la perseguía fascinada Anais Nin. Como dice el doctor : “Cada día está pensado y calculado, pero la noche no está premeditada. La Biblia está a un lado, pero el camisón está al otro”. Y es que en la noche ya no bastan los libros. Pero en sus libros ella paradójicamente recogió la noche.
Portada: Maurice Branger, Djuna Barnes y Solita Solano. París, 1922