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Mito | Revista Cultural
Sociedad 0

Derribando muros: urbanismo feminista

Por Juan Carlos González Caldito el 3 marzo, 2016 @JuanC_Gonza
  • Mantener el espacio público como algo impensable, como una herencia neutra sin carga de sentido, significa seguir en la inopia intelectual de quien no quiere ver que detrás de toda gestión política, espacial y temporal, se halla una ideología

«Después de la muerte de Buda se mostró durante siglos su sombra en una caverna: una sombra enorme y espantosa. Dios ha muerto; pero, de la manera como están hechos los hombres, habrá todavía quizás durante miles de años cavernas en la que se mostrará su sombra. Y nosotros – ¡a nosotros nos incumbe todavía vencer también su sombra!» [i]

Estas palabras de Nietzsche ilustran el significado de la muerte de Dios, pero no una muerte absoluta, sino una muerte que deja su espectro en las calles, las tradiciones, los valores, las instituciones y en todas las relaciones habidas y por haber en Occidente. La muerte de un sentido utópico de la vida, a saber, la vida en otro topos llamado cielo, por otra esperanza, esta vez de cronos, donde el espacio ha cedido al tiempo; un cambio donde el sacrificio del aquí y del ahora sigue tan vigente como con Dios vivo; un paradigma viejo que, vestido de nuevo, se camufla. Hablamos del cambio de la esperanza por una vida terrenal y eterna (cielo) a una vida temporal y de progreso (futuro); hablamos, en definitiva, de cómo en Occidente fuimos capaces de sacrificar el “aquí” por una vida eterna, y de cómo hoy somos capaces de sacrificar un “ahora” por una vida futura que nunca llega del todo, sino que la alcanzamos progresivamente: ya no se hace política con la excusa de una vida celestial, sino política con la excusa de una vida mejor en el futuro, pero un futuro que nunca llega porque ésta es la excusa para el domino del presente. Una de las características que diferencia a la era moderna con la medieval es justamente la del paso de la u-tópico a lo u-crónico, es decir, de un “no-lugar” a un “no-tiempo”: superar la sombra de lo u-crónico significará superar a la modernidad y a toda su teoría patriarcal camuflada.

Hablamos de las sombras de Dios tras su muerte, porque el “no-tiempo” es aquello que tiene que llegar pero nunca llega; de cómo las vidas que están en el “aquí y el ahora” sacrifican su tiempo presente por un futuro que tiene que llegar. Señalamos a los proletarios que venden su tiempo presente para obtener beneficios en el futuro; hablamos de estados que sacrifican recursos y derechos de sus ciudadanos por un bien futuro; mencionamos incluso la vida cuotidiana como una inversión de futuro, ya sean las construcciones familiares, las educativas e, incluso, las sentimentales; pero también señalamos aquellas promesas que nunca llegan porque nunca estuvieron en la conciencia de quien las prometía. Por ello, nos vemos obligados a señalar aquellas que se dicen, pero que no se ven; aquellas que por no verse, para muchos no existen; aquellas que, en definitiva, siempre están presentes sus problemáticas pero en el futuro sus soluciones. Y éstas, extrañamente llegan si no hay una luz de conciencia que las señale, que las haga visible, que las verbalice y las haga reales, no sólo para el que las padece y no sabe nombrarlas, sino también para quien, ciego, no es capaz de verlas.

Para ello proponemos un ejercicio que consiste en realizarnos tres preguntas: en los patios de colegios e institutos, ¿qué construcción arquitectónica ocupa normalmente la centralidad del patio? Y más todavía, ¿quién ocupa dicha centralidad? ¿Y quién queda a los márgenes? A estas alturas, imagino que la persona que está leyendo estas líneas ya habrá llegado a la conclusión que, aquella estructura artificial y arquitectónica que ocupa normalmente la centralidad del patio es una pista de futbol, y que quien juega en ella no es la totalidad de los alumnos que constituyen la institución educativa, sino una parte. Además, seguramente también sabrá que, por experiencia propia, aquellos que juegan no suelen ser las niñas y adolescentes, ni tampoco otros tantos niños y adolescentes. Más bien éstos se mueven por los márgenes, alrededor de la pista, como si una jerarquía diera derecho al espacio a quien posee la pelota (arma de juego) por encima de quien no quiere o no puede tenerla, porque dicha jerarquía se extiende. La jerarquía del poder/querer-jugar distribuye a los cuerpos, pero la misma jerarquía también se da entre los que juegan: nadie está fuera de las jerarquías de poder.

Futbito. Roberto LatxagaFutbito | Roberto Latxaga

Debemos señalar que este artículo no es una cruzada contra el futbol, ni tampoco contra los deportes, sino que pretende remirar el espacio actual, tanto el que tenemos y gestionamos como el que heredamos, porque muchos son los que ya han visto estas relaciones de poder, pero es muy complicado combatirlas. No obstante, las herencias de los patios no son una excusa para no hacer nada: el que haya una pista de futbol en la centralidad del patio que excluya a todos los que no quieren o no pueden jugar no significa que no podamos pensar los espacios y los tiempos, modificando los juegos y los tiempos horarios a lo largo de la semana.

No pretendemos solucionar esta problemática aquí en este artículo, sino más bien hacerla visible y extrapolarla fuera de la institución educativa: si los colegios e institutos son zonas públicas que deben gestionarse de tal manera que no excluyan la diversidad, la gestión de los patios es algo que tenemos que ir pensando – aunque ya muchas escuelas e institutos han pensado en ello –, pero a su vez, dicha problemática se extiende a lo largo y ancho del espacio público que habitamos. Ciertamente, el problema de la exclusión de las otras realidades no dominantes es muy patente en las ciudades, y esta problemática es algo que, a su vez, también tenemos que ir pensando, para que el futuro que esperamos no se haga inalcanzable, ni tampoco una promesa electoral, sino para gestionar el espacio en el cual habitamos aquí y ahora.

En un artículo anterior, titulado El feminismo y la utopía liberada, comentábamos que el feminismo no se reduce a una lucha jurídica en que la que, desde la ley, haya una igualada entre hombres y mujeres, sino que la igualdad debe darse desde una visión existenciaria. Dicho de otra manera, la igualdad entre hombres y mujeres viene del hecho de respetar su propia diferencia. Por ello, compartíamos que una de las maneras para combatir dicha desigualdad es que la mujer tome las calles y las instituciones públicas, tanto para gestionarlas desde necesidades no meramente masculinas, sino también para hacer evidente estéticamente la posibilidad de las mujeres para tomar dichas gestiones. A su vez, y en tanto que forman un todo, la mujer debe ir, en el sentido político, al encuentro del hombre, del mismo modo que el hombre debe ir, en el sentido político, al encuentro de la mujer, como un encuentro con lo otro donde masculinidad y feminidad queden representados y gestionados en la vida pública, pues dicha vida es tanto de mujeres como de hombres.

El encuentro entre diferentes se hace más dificultoso cuando el espacio urbano está pensado por y para hombres y apenas por y para mujeres, pues favorece las condiciones de posibilidad de los hombres, de lo masculino, haciendo pequeñas, e incluso acallando, las posibilidades femeninas: del mismo modo que unas leyes injustas propician acciones morales injustas, unas estructuras urbanas masculinizadas obstaculizan la realización de prácticas y voliciones femeninas. Siendo esto así, el espacio público ya no es absolutamente para todas las personas, aunque así lo diga la ley, sino que, inevitablemente, se hace más habitable para unos que para otros: del mismo modo que la pista de futbol en el patio escolar excluye a los márgenes a quienes no quieren jugar, los espacios urbanos masculinizados excluyen a los márgenes (casas y espacios no visibles) a quienes no quieren participar de los espacios masculinizados (mujeres y hombres), restringiendo el espacio de público de todos a unos pocos.

Esta estructuración urbana no es nueva, sino que se da desde la Antigüedad, proyectando una serie de valores e ideologías en las estructuras urbanas: la segregación del espacio público (el lugar de trabajo) tradicionalmente asignado a los hombres, y el privado (el de la reproducción, el hogar), tradicionalmente asignado a las mujeres. Estas estructuras se han ido repitiendo y reproduciendo a lo largo de la historia como herencias no pensadas, legitimando unas estructuras y no otras y perpetuando desigualdades en la medida en que se asignaban diferentes espacios y roles en función del género. Así, el espacio no es algo neutro e inocente, sino que la construcción del espacio urbano es el resultado cultural que surge de las relaciones de poder, y «las relaciones de poder establecen las normas; y las normas definen los límites, que son tanto sociales como espaciales, porque determinan quién pertenece a un lugar y quién queda excluido»[ii].

Como vemos, y relacionándolo con el artículo antes mencionado, hacer posible el encuentro con el otro hace casi necesario restructurar el espacio público que habitamos para crear condiciones de posibilidad de igualdad entre géneros: si las estructuras urbanas llevan ideologías y valores implícitos, entonces estas mismas estructuras también pueden alterarse y resignificarse. Así, estas nuevas restructuraciones tienen que velar, en primer lugar, por la diversidad propia que habita los espacios públicos, y luego hacer los espacios seguros, accesibles y democráticos.

Estitxu Carton - RuedasEstitxu Carton | Ruedas

El espacio público habitado y dominado, mayoritariamente, por los hombres ha potenciado, y sigue potenciando, una gestión del espacio público que favorece el trabajo productivo: desde vías para automóviles y zonas urbanas pensadas para el mejor transporte de mercancías, hasta la restructuración de las ciudades para potenciar las industrias, dejando al margen de la vida pública el trabajo reproductivo. Dicho trabajo reproductivo no se refiere exclusivamente al hecho de tener hijos y su cuidado, sino a aquellas actividades que se dan diariamente por su naturaleza, que se reproducen cada día: el cuidado de los niños y los ancianos, el ocio y actividades no retributivas de pequeños y adultos, las gestiones de la vida diaria, etc. Todas ellas, relegadas a las mujeres tradicionalmente.

Por otro lado, restructurar esos espacios significa hacerlos seguros, pues si se potencia la diversidad en el espacio público pero no se combate con la realidad heredada actual, dicha diversidad puede verse recluida de nuevo. Por ello, existen tres premisas claves: la visibilidad, las rutas claras y los entornos multifuncionales [NOVAS, 49]. Así, la visibilidad es necesaria para evitar todo tipo de escondrijos a las actividades machistas heredadas y por ello un alumbrado suficiente y uniforme es necesario para hacer visible lo que puede ocultarse. Por otra banda, dicha visibilidad requiere de espacios claros que eviten barreras, huecos, callejones y rincones donde la visibilidad de luz no alcance. Por último, los entornos deben ser multifuncionales para generar concurrencia entre las diversas diversidades, que generan tanto el encuentro con lo otro como un control social informal (vigilancia natural).

Un aspecto imprescindible también es que la restructuración de las ciudades tiene que hacer que éstas sean accesibles a todas las diversidades posibles, pues el espacio urbano debe favorecer la igualdad de oportunidades y autonomía de todas las personas. La accesibilidad no sólo atañe a la cuestión de género, sino también a todas las otras realidades, compartidas o no, que pueden afectar a la diversidad que convive en la ciudad. De este modo, la supresión de barreras arquitectónicas constituye un aspecto básico en el diseño urbano para que no presente obstáculos insalvables, tanto para una silla de ruedas como para un carro de la compra o un carrito de bebés [NOVAS, 50]: nos referimos tanto a las aceras anchas, a los semáforos adaptados, como a la señalización de la misma ciudad. El objetivo es que el espacio público, en tanto que es de todas las personas, no tiene que ser excluyente, sino inclusivo para evitar que las marginalidades se reproduzcan.

Por último nos quedaría la idea la ciudad democrática, es decir, que la gestión esté en manos de quien la habita, pero también que la viva quien la habita. El encuentro con lo otro y la restructuración de los sistemas existenciarios se da a partir de la resignificación de uno mismo. Dicho cambio puede ser muy propiciado por la restructuración de los espacios: si gestionamos los espacios para que estos sean democráticos, es decir, participados por y para todas las personas, estaremos trabajando para que los grupos tradicionalmente excluidos puedan estar presentes en un diálogo transaccional entre diversos agentes y grupos sociales, haciendo efectivo y real el encuentro con los otros.

Ciudad AccesibleCiudad Accesible

Mantener el espacio público como algo impensable, como una herencia neutra sin carga de sentido, como si las paredes y aceras no tuvieran entre sus grietas y formas esencias de dominación y proyección masculina, significa seguir en la inopia intelectual de quien no quiere ver que detrás de toda gestión política, espacial y temporal, se halla una ideología. La restructuración de la gestión de lo público, una vez las mujeres también deciden, no puede hacerse esperar más y, tarde o temprano, habremos de tomar las calles para su restructuración. Dice Carole Pateman que «la construcción patriarcal de la diferencia entre la masculinidad y la feminidad es la diferencia política entre la libertad y el sometimiento»[iii], por lo que la línea que separa a los que deciden y a los que acatan, a los dominantes y excluidos por el género, se mantiene viva mientras no tomemos el “aquí y el ahora” como una necesidad política y ética que disuelva, de una vez por todas, la herencia recibida: cuando empecemos a derribar los muros heredados y reconstruyamos el espacio en el que vivimos, entonces haremos cada vez más difícil que la sombra de Dios siga proyectándose, haremos cada vez más difícil que sacrifiquemos el “aquí” y el “ahora” del presente que nos pertenece.

Portada: Cidade cinza (Grey City) | Paulisson Miura


[i] NIETZSCHE, Friedrich (2001): La gaya ciencia. Madrid. Ediciones Akal. Aforismo 108.

[ii] NOVAS, María (2014): Arquitectura y género. Una reflexión teórica. Creative Commons, 2014.

[iii] PATEMAN, Carole (1995): El contrato sexual. Barcelona. Anthropos.

¿TE HA SERVIDO ESTE ARTÍCULO? ASÍ PUEDES CITARLO:

GONZÁLEZ CALDITO, JUAN CARLOS: «Derribando muros: urbanismo feminista». Publicado el 3 de marzo de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.31 — URL: http://revistamito.com/derribando-muros-urbanismo-feminista/

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Juan Carlos González Caldito

Nacido en Igualada (Barcelona) en 1987, es licenciado en Filosofía por la Universitat Autònoma de Barcelona, becado Erasmus en la Université de Caen Basse-Normandie, magister en Filosofía teórica y práctica por la UNED, centrado en Historia de la Filosofía y Pensamiento Contemporáneo, y magister en Profesorado de Educación Secundaria en la Universitat de Barcelona. Docente de filosofia en secundaria y especialmente interesado en la filosofía, historia y política moderna y contemporánea. Colabora en otros medios como Infoanoia, prensa local de su ciudad natal, Iniciativa Debate y Reflexiones Marginales Revista de Filosofía, así como a publicado en otras revistas filosóficas. Autor del libro La filosofía trágica de Nietzsche. Ontología del espíritu libre (descargable gratis en http://arkhe1.emiweb.es/)

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