• Letras
    • Autores
    • Crítica
    • Ensayo
    • Libros
    • Lingüística
    • Pensamiento
    • Poesía
    • Premios
    • Prosa
  • Artes
    • Arquitectura
    • Arte Actual
    • Artistas
    • Diseño
    • Escénicas
    • Escultura
    • Fotografía
    • Gráficas
    • Museos
    • Patrimonio
    • Pintura
  • Historia
    • Arqueología
  • Antropología
    • Culturas
    • Educación
    • Empresa
    • Sociedad
  • Ciencias
    • Antropología Física
    • Astrofísica
    • Biología
    • Geociencias
    • Medio Ambiente
    • Neurociencias
    • Paleontología
    • Salud
    • Tecnología
      • Videojuegos
  • Cine
  • Música
  • Opinión
    • Editorial
  • Babel
    • English
    • Euskera
    • Français
    • Galego
    • Italiano
    • Português
  • Especiales
    • XIII Simposio
    • BMM 2016
    • Art & Breakfast /2
    • Art & Breakfast /3
Follow us on Facebook Follow us on Twitter Follow us on Google Plus Follow us on Pinterest
Mito | Revista Cultural
Biología 0

Crónica de un viaje en el Nautilus: Primera Parte

Por Omar R. Regalado Fernández el 24 octubre, 2015 @mathchaos

Un nuevo recorrido por una ruta ficticia

La novela de Julio Verne de Veinte mil leguas de viaje submarino estaba muy adelantada a su época. Mientras que se consideraba que el mar era un vasto desierto donde la vida era imposible salvo en las cercanías a la costa, para Verne encerraba no solamente una gran cantidad de vida sino muchas maravillas. Esta nueva imagen despertaría la intriga por averiguar qué es lo que se encontraba en los abismos del mundo.

Si usted tiene interés en leer Veinte mil leguas de viaje submarino y no quiere que le estropeen el gusto, no se preocupe, estos dos artículos no contarán la trama de la novela, pero sí algunos detalles de la expedición ficticia a bordo del Nautilus. Las dos partes de esta serie coinciden con las dos partes en que se divide la novela.

La idea es contrastar lo que imaginó Julio Verne para el viaje del Capitán Nemo con lo que en realidad sabemos ahora (o ignoramos) de los rincones visitados; no se trata de una crítica a la veracidad científica de la novela, pues el océano era un sitio inexplorado y solamente la imaginación de Verne podía llevar a sus lectores a tales profundidades. Es más bien una actualización a lo que el Capitán Nemo hubiera visto en realidad.

El comienzo del viaje

El Nautilus, litografía de Neuville, c. 1869A bordo de la nave iban el Capitán Nemo, de un pasado desconocido, y su tripulación, junto a sus invitados el profesor Pedro Annorax, un científico francés decidido a averiguar qué historia tenía el Nautilus escondida, su ayudante Consejo y Ned Land, un arponero que viajaba en la expedición que se suponía daría caza al Nautilus. El viaje, según nos cuenta el mismo Pedro, comenzaba en las coordenadas 130° 15’ longitud oeste y 130° 7’ latitud norte contadas a partir del meridiano de París, a unas 300 millas de las costas de Japón, en algún momento de la segunda mitad del siglo XIX.

El submarino comenzó a surcar las aguas del Pacífico con dirección hacia el archipiélago de Hawaii. En su camino, el 17 de noviembre los personajes llegan a un bosque submarino donde encuentran una gran cantidad de plantas arborescentes que conformaban una especie de jungla en lo profundo del mar, en las llanuras abisales del fondo de una isla ficticia deshabitada, la Isla de Crespo. El bosque submarino descrito en esas aguas del Pacífico es lo que se conoce como un bosque de algas o bosques de kelps, que se componen principalmente de algas pardas, un grupo de organismos que se conoce como Heterokontophyta, que difieren mucho de las plantas principalmente porque se forman de colonias y no de tejidos. Actualmente se les agrupa como protozoos miembros del Supergrupo SAR, del que hablaremos más adelante.

Estos bosques de kelps se componen de algas de gran tamaño pertenecientes al orden Laminariales, que se caracterizan por tener un talo en forma de lámina. Pueden extenderse en regiones muy amplias y son los ecosistemas más productivos del océano. Sirven además como refugio para múltiples animales. El crecimiento de estas algas es tan acelerado que los bosques de algas se vuelven incluso impenetrables desde la superficie. Crecen en cualquier latitud siempre y cuando las temperaturas sean menores a 20°C y haya suficientes nutrientes. Las algas de los géneros Macrocystis y Nereocystis, mencionadas en la obra, pueden crecer hasta medio metro al día llegando a medir hasta 80 metros de longitud. Algunas algas, como Nereocystis, producen pequeños sacos de gas que les permiten flotar cerca de la superficie; todas las algas permanecen sostenidas al sustrato gracias a la presencia de un rizoide. Su reproducción es mediante esporulación: las grandes estructuras laminares se denominan como esporofitos, que producen esporas que se diseminan por el mar hasta que encuentran un sustrato donde empiezan a producir nuevos esporofitos.

02

La localización de este bosque en particular es ficticia, pues la Isla de Crespo formó parte del imaginario del imperio español en sus expediciones de las costas de México hacia las Filipinas, isla a la que nunca llegaban los exploradores, pero que al parecer divisaban a través de densas brumas y alucinaciones.

La fauna que describe Verne en este bosque de las llanuras submarinas de la Isla de Crespo incluye a unos animales conocidos en aquel entonces como zoófitos, actualmente conocidos como briozoarios, que son animales coloniales pequeños que se alimentan a través de corrientes de filtración que crean con unas estructuras espirales cubiertas de cilios y que se conocen como lofóforos. Para Verne, los zoófitos se asemejaban a las flores terrestres. También describe una especie de coral de ornamentación rayada, Meandrina lamellina, formando una base a manera de arrecife en la parte béntica del bosque de algas; análogo al césped, Verne describe a las anémonas de mar, o zoantarios, parientes de los corales y las medusas. El bosque está poblado de dactilópteros, también conocidos como peces golondrinas que se clasifican en la familia Dactylopteridae y que se caracterizan porque sus aletas pectorales están proporcionalmente ampliadas y simulan parecer alas.

03

En esa región, Pedro es atacado por una araña de mar gigante. Verne hace así referencia al grupo de los picnogónidos, arácnidos marinos que se conocen desde el año 1810 y que se distinguen por su estilizado cuerpo, dividido en dos segmentos, un prosoma (que incluye a la cabeza y el tórax unidos) y un opistosoma (que es el abdomen del que surgen las patas), largas patas con setas, con una probóscide y un par de quelíceros en el prosoma. Sin embargo, hasta ahora, los ejemplares más grandes de estos animales miden medio metro y no tendrían el tamaño y fuerza suficiente para neutralizar a Pedro.

04

Ideas de antaño

El viaje continua con el Nautilus pasando de largo varios archipiélagos hasta llegar al Pacífico Sur. El 11 de diciembre, Pedro y Consejo vislumbran afuera de la escotilla del submarino lo que Pedro pensaba que era un cetáceo hasta observarlo con mayor detenimiento: se trataba de un navío en estado de suspensión, descomponiéndose.

Cuando leemos este tipo de cosas es que podemos darnos cuenta de todo lo que la humanidad ignoraba en realidad, pero que se daban por hecho en la imaginación colectiva. En el siglo XIX, y desde mucho tiempo atrás, se pensaba que una vez que los barcos se hundían y se convertían en un pecio, quedaban anegados flotando en la columna de agua. La realidad es que sin importar el tipo de mar o de nave, todos los navíos se hunden hasta el lecho marino, pero Verne describe cómo Pedro y Consejo ven al pecio del Florida Sunderland, un navío ficticio, flotar suspendido en el agua, descomponiéndose. Aquel día de diciembre debieron haber visto el navío completamente hundido. En el trayecto entre el Florida Sumerland y los archipiélagos de Oceanía, se mencionan más pecios «entre dos aguas», hundidos por la gran cantidad de rocas volcánicas y corales de la región.

El archipiélago al que llegan el 11 de diciembre era por esa razón considerado como peligroso, referido en el libro como archipiélago Pomotú, un grupo de 78 islas de origen coralino que forman parte de lo que hoy se conoce como la Polinesia francesa (archipiélago cuya isla más famosa es Tahití). En esta parte, Pedro explica que las islas se formaron por el crecimiento de los arrecifes de coral, que crecían sobre los vestigios de volcanes submarinos extintos, así que es posible suponer, de acuerdo con Pedro, que el lento y continuo crecimiento de las islas sería tan masivo que generaría un nuevo continente que iría desde Nueva Zelanda y Nueva Caledonia hasta las Islas Marquesas.

Imagen satelital del atolón Atafu en Tokelau. NASAImagen satelital del atolón Atafu en Tokelau. NASA

La teoría de las islas formadas por arrecifes de coral fue desarrollada inicialmente por Charles Darwin quien llegó a esa conclusión tras explorar el mismo grupo de islas. A estas islas coralígenas se les conoce como atolones y cada atolón se forma cuando una isla volcánica es colonizada por un arrecife marginal. La erosión del mar genera que el edificio de roca volcánica se desgaste y se disuelva, de modo que el arrecife termina por rodear no una isla sino una laguna (el hueco que dejó el volcán), además de que permite el paso del agua con nutrientes hacia el interior. Con el paso del tiempo, la parte que da directo al oleaje se erosiona y genera una estructura en forma de herradura.

Debido a las restringidas condiciones que permiten el desarrollo de los arrecifes de coral, la idea de un continente formado de arrecifes en la cuenca del Pacífico resulta un poco implausible; los arrecifes de coral se limitan a los mares tropicales dentro de los rangos de temperatura oscilantes entre los 26-27ºC, y pocos arrecifes crecen en temperaturas debajo de los 18ºC. Latitudinalmente se les encuentra entre el Trópico de Cáncer y el Trópico de Capricornio. Si bien no continentes, los arrecifes coralinos han generado estructuras de tamaños descomunales, como las montañas de dolomitas de los Tiroles del Sur, en los Alpes italianos, que actualmente tienen una altura máxima de 2 kilómetros y una promedio de 1 kilómetro a lo largo de toda su extensión: en su momento, verdaderos gigantes submarinos.

Passo Gardena, Italia. Montañas de dolomitas formadas por arrecifes de coralPasso Gardena, Italia. Montañas de dolomitas formadas por arrecifes de coral en los Tiroles del sur, al norte de Italia, por Hejkal (2005)

Durante la travesía del Nautilus alrededor de las islas del Pacífico, Pedro Annorax nos permite echar un vistazo a dos de las disputas científicas más acaloradas para un zóologo de la segunda mitad del siglo XIX. Ambas ideas son brevemente mencionadas mientras Pedro explica a un Consejo asombrado ante la estructura coralina, que se hace evidente en el fondo marino de la isla Clermont Tonnerre, actual isla de Reao.

La isla de Reao fue descubierta por el explorador francés Louis Isadore Duperrey quien la nombró en 1823 como Clermont Tonnerre, nombre que se utiliza en la obra de Verne. La isla tiene forma alargada con una laguna en el centro desconectada del mar. Aquí Pedro cuenta a Consejo que existen dos hipótesis sobre cómo se originan los arrecifes (primer punto de debate), y que sus construcciones se estiman que tienen un crecimiento de un octavo de pulgada por año. Hablaré de esto brevemente mientras Pedro, Consejo, Ned y Nemo continúan su viaje a través del Océano Pacífico.

Isla ReaoIsla Reao

Darwin había postulado en 1837 que si bien su hipótesis de que los arrecifes se erigían rodeando volcanes, era consciente de que existían varios huecos en su explicación debido a que se basaba solamente en sus observaciones realizadas en el Pacífico. La idea se popularizó, sin embargo, debido a que para el geólogo inglés Charles Lyell la adoptó para publicarla en una edición posterior de sus Principios de geología y el consenso científico de la época la postuló como una teoría. Esta era que los arrecifes se formaban de manera secuencial al construirse sobre roca volcánica: iniciaban como estructuras marginales, luego como una barrera y finalmente formaban atolones.

Bastaría que alguien fuera al Pacífico nuevamente para poner a prueba la teoría. Si se analizaban las islas de los archipiélagos se encontraría que unos atolones pertenecerían a una categoría y otros a otra. En 1870, el zóologo alemán Carl Semper (1832-1893) revelaba que tras un viaje a la isla de Palaos dos años antes, había sido capaz de encontrar coexistiendo los tres tipos de estructuras arrecifales. Posteriormente, la expedición del Challenger (1872-1876) confirmaría resultados similares para la isla de Fiji. El oceanógrafo de la expedición, John Murray (1841-1914), postuló la hipótesis de que los corales se asentarían en cualquier tipo de elevación donde se pudieran acumular sedimentos con nutrientes antes de disolverse en el mar.

La idea hizo eco en Alexander Agassiz (1835-1910), quien reforzaría la hipótesis de Murray indicando que conforme el arrecife crecía, la parte media emergía del agua, moría y se disolvía, dando el aspecto de atolón. Ambas hipótesis explicaban exactamente lo mismo con evidencias semejantes, por lo que en 1881, Darwin escribió a Agassiz que la única manera de demostrar qué teoría era correcta sería a través de realizar un experimento. Si se perforaba el núcleo del atolón de la isla de Palaos debería de haber, según Darwin, roca volcánica, mientras que según Agassiz debería haber solamente roca sedimentaria.

En 1896, la Royal Society of London financió una expedición a otra isla, la isla Funafuti, en Tuvalu, y llevaron a cabo la primera perforación de 30 metros; el resultado: roca sedimentaria. Un año después, la expedición alcanzó 210 metros (el límite que Darwin suponía para la edad de los arrecifes); nuevamente, rocas sedimentarias. Dos años después se llegó a los 340 metros, el límite de la tecnología del siglo XIX; roca sedimentaria fue lo único que surgió. Con esto se declaró vencedora la teoría de Agassiz.

Cuando Verne escribió la crónica del Capitán Nemo, el debate estaba lejos de esta victoria. Más lejos aún del giro inesperado de la trama en 1951, cuando una expedición de la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos comenzó a explorar atolones alejados de la civilización para realizar pruebas nucleares. En el Atolón Eniwetok, en las Islas Marshall, una perforadora comenzaba a taladrar en la roca sedimentaria del arrecife hasta que, tras 1.6 kilómetros, el taladro topó con roca volcánica ¡una profundidad semejante a la de las dolomitas en Schern, los Tiroles del Sur! Darwin estaba en lo correcto.

Esto nos lleva al segundo punto de controversia:

«[…] Asombré mucho a Consejo, en respuesta a su pregunta sobre el crecimiento de esas barreras colosales, al decirle que los sabios medían ese crecimiento en un octavo de pulgada por siglo.

«-Luego, para elevar esas murallas se ha necesitado…

«-Ciento noventa y dos mil años, mi buen Consejo, lo que amplía singularmente los días bíblicos. Pero, por otra parte, la formación de la hulla, es decir, la mineralización de los bosques hundidos por los diluvios, ha exigido un tiempo mucho más considerable. Pero debo añadir que los días de la Biblia son épocas y no el período que media entre dos salidas del sol, puesto que, según la misma Biblia, el astro diurno no data del primer día de la creación.»

Los científicos del siglo XIX aún buscaban ajustar las interpretaciones de la Biblia con la de los hallazgos que salían a la luz de la geología y la biología. En el caso de Pedro Annorax, muestra la explicación de la discrepancia debido a una interpretación no literal de las Escrituras. En el siglo XX el consenso científico desistió de empatar las teorías científicas con la visión del mundo de las religiones judeocristianas que regían el pensamiento europeo.

El Océano Índico y el Reino del Coral

El 4 de enero, la tripulación del Nautilus se dirigió hacia el Estrecho de Torres, el mar que separa a la Isla de Papúa-Nueva Guinea de Australia, descubierto por los españoles en 1605 y conservado como un secreto durante siglo y medio, de modo que no aparecía más que en los mapas españoles hasta que fue accidentalmente descubierto en 1769. El cartógrafo escocés Alexander Dalrymple (1737-1808) era prisionero en las Filipinas y era encomendado a traducir documentos del español, cuando encontró el testimonio de Luis Váez de Torres sobre el pasaje secreto. Gracias a este hallazgo y su publicación como el Estrecho de Torres por parte de Dalrymple, el explorador inglés James Cook (1728-1779) encontraría posteriormente el estrecho y permitiría a los británicos comenzar una expedición de conquista en los otrora dominios exclusivos de los españoles. En la novela, la tripulación se enfrenta en este punto contra un ataque de los indígenas de la isla de Nueva Guinea, que es, de hecho, una de las regiones etnológicamente más diversas de la Tierra, así como la más diversa lingüísticamente, pues con 836 lenguas alberga el 12% de la diversidad lingüística mundial.

La noche del 16 de enero, en algún lugar en medio del Océano Índico, una tormenta genera que la superficie del mar se encienda en una luz fosforescente. Se trata de la descripción de un fenómeno común en el mar conocido como bioluminiscencia, y de acuerdo a lo que cuenta Pedro, se trata de una gran masa de dinoflagelados. Al igual que con las algas, se consideraba que estos organismos unicelulares pertenecían a un solo el reino, el Protista, aunque actualmente se les considera miembros de un reino aparte, el Supergrupo SAR que contiene a todos los organismos que se cree descendieron de un mismo ancestro común donde hubo un proceso de endosimbiosis entre un alga roja y un eucarionte con dos flagelos diferentes (heterocontos). A esta agrupación se le conoce como SAR por las siglas de los tres grandes grupos de protozoos a los que alberga: Stramenopila (los kelps, las algas pardas, las diatomeas y los oomicetos, estos últimos conocidos como «mohos de agua», uno de ellos conocido por ser el causante de la gran hambruna de la papa en Irlanda), Alveolata (apicomplexos, los causantes de enfermedades como la toxoplasmosis y la malaria, los ciliados, como los paramecios, los dinoflagelados, y otros protistas) y Rhizaria (un grupo que contiene organismos como los cercozoos, microorganismos que tienen pseudópodos en forma de aguja, los foramíniferos, que conforman parte del bentos marino, y los radiolarios, ameboides que forman parte del plancton).

08

Los dinoflagelados son unicelulares y cerca de 18 géneros poseen la capacidad de producir luz, fenómeno llamado bioluminiscencia. Los géneros que son capaces de brillar se conocen generalmente como noctilucas, que es el nombre también de uno de los géneros más común: Noctiluca. Esta bioluminiscencia es producida gracias a pequeños cuerpos en el citoplasma (con un diámetro de 0.5µm) conocidos como scintillons, un término francés que podría traducirse como *brillosomas o *fotosomas[1], que son pequeños cuerpos membranosos que surgen de la vacuola de la célula, un organelo que regula la cantidad de agua intracelular. Los fotosomas contienen una enzima llamada luciferasa de dinoflagelado que reacciona con la luciferina, una molécula derivada de la clorofila que produce una reacción lumínica cuando reacciona con oxígeno. Esto produce la liberación de un destello azul (con una longitud de onda de 476 nanómetros) muy breve (una décima de segundo) cuando hay una perturbación mecánica en el agua, que puede apreciarse en las noches cuando un bote corta la superficie del agua.

09

10

Esta bioluminiscencia se rige por ritmos circadianos, de modo que solamente se puede manifestar durante la noche, cuando el número de *fotosomas es mayor, mientras que se disuelven durante el día. Además de la acción mecánica, el descenso del pH del agua (o su acidificación), o la temperatura producen la activación de la reacción lumínica. Esto funciona como un mecanismo de defensa contra los predadores, ya sea porque los destellos ahuyenten al animal por resultarle incómodos, o porque atrae a depredadores del atacante al hacerlo visible contra la superficie nocturna.

Lejos de la costa occidental de Australia, los tripulantes del Nautilus descienden para contemplar de cerca las construcciones gigantescas y profundas del reino de coral, que es lo que Pedro describe como un gran matorral o un bosquecillo de estos animales. Los arrecifes de esta región fueron explorados desde aquella época muy fácilmente porque el arrecife cerca de la Costa Ningaloo es el más cercano a la masa de tierra del que se tenga registro, a tan solo cien metros de la costa y extendiéndose hasta 7 kilómetros mar adentro; alberga cerca de 250 especies de coral. Los arrecifes de las regiones tropicales no se extienden más allá de las plataformas continentales cerca de la luz superficial (hasta unos 50 metros de profundidad), debido a que para poder sobrevivir, además de las partículas que recogen del agua, dependen de asociarse con otros microorganismos fotosintéticos conocidos como zooxantelas. Las zooxantelas son primos de los dinoflagelados, pero en vez de tener una vida libre en el mar viven dentro de los tejidos de los pólipos que conforman los corales, y todas las especies conocidas pertenecen a un mismo género: Symbiodinium. Por esta relación simbiótica (o endosimbiótica), los arrecifes de coral se limitan a la región fótica del océano (región de la columna de agua por la que penetra la luz), que es la parte de la columna de agua que permite el paso completo de la luz solar.

11

Pero los corales han logrado colonizar las aguas profundas, viviendo en estructuras diferentes a las de los arrecifes de la superficie, por lo que reciben el nombre de montes marinos. Los corales de aguas profundas, llamados también arrecifes de agua fría por analogía, fueron descritos por primera vez en Noruega en 1768 por el clérigo y naturalista Johan Ernst Gunnerus (1718-1773) quien publicó sus hallazgos en su obra Sobre los Arrecifes Noruegos donde describe ejemplares como Lophelia pertusa, un coral de las aguas frías y oscuras del Mar de Noruega. En comparación con los corales de aguas tropicales, los de aguas frías son más escasos. El término «arrecife» se refiere a una construcción geológica-ecológica producto de ciertas fuerzas ambientales, como el oleaje, y elaborada por pólipos coloniales que dependen de la fotosíntesis de sus simbiontes, por lo que las diferentes condiciones a las que se encuentran sometidos los corales de aguas profundas no permiten aplicar el término arrecife, y se prefiere el de montículo o monte marino.

12

La primera vez que se grabó un arrecife de aguas profundas fue en 1982, en las Islas Fugloy, en el norte del Círculo Polar Ártico, Noruega, por parte de la empresa petrolera Statoil, que descubrió el monte de mar a una profundidad de 280 m, extendiéndose por 50 m y con una altura de 15 m. En esa expedición, según se reportó en el Journal Marine Biological Association UK en el 2001, se encontró que los arrecifes de coral a estas profundidades se asentaban cerca de cráteres pockmark, que son cráteres que se forman por flujos emergentes de hidrocarburos gaseosos y líquidos. Esto ha permitido suponer que esta fuente de hidrocarburos ligeros (como metano, etano y propano) provee de nutrientes a los corales, permitiendo el asentamiento de estas estructuras monticulares. Los montes de mar también albergan a una gran diversidad de organismos y son más abundantes en los lechos marinos del Océano Atlántico. A diferencia de los arrecifes, los montículos parecen estar siempre asociados a corrientes ascendentes geotérmicas, como los cráteres pockmark.

Los corales pertenecen a un grupo de animales conocido como cnidarios, llamados así porque en su epidermis poseen células llamadas cnidocitos o nematocistos, que guardan en su interior un estilete microscópico que se dispara como un arpón cuando reciben un estímulo mecánico. Este estilete perfora la piel de los animales con los que entra en contacto y es la razón de las famosas «quemaduras», que son en realidad abrasiones microscópicas. A este grupo de los cnidarios pertenecen las medusas, las anémonas y la gran diversidad de corales. Los cnidarios se dividen en tres clases: los medusozoos, que incluye a las medusas cúbicas, las avispas de mar, la carabela portuguesa o las hidras, los mixozoos, que son animales parásitos como los mixosporeos, y los antozoos, que incluye a las ceriántidos y a dos tipos de corales, los hexacorales y los octocorales. La diversidad de los fondos oceánicos está dominada por ceriántidos, hexacorales y octocorales.

13

A profundidades mayores a los 40 metros es posible encontrar ceriántidos, que son animales parecidos a anémonas con formas de tubo, pero no son verdaderas anémonas. Tienen dos conjuntos de tentáculos, unos internos alrededor de la boca que son más pequeños y de un color más claro, mientras que los externos son más largos y de colores más oscuros. Los ceriántidos producen una especie de moco que forma un tubo alrededor de ellos, razón por la que se conocen como «anémonas tubo», que se entierra en el sedimento y sirve de refugio cuando el animal se siente amenazado. Este moco es secretado a partir de nematocistos modificados, que se conocen como pticocistos. Los ceriántidos son seres solitarios, de pequeño tamaño y conforman grandes comunidades en aguas profundas que reciben poca luz (entre 30 y 50 metros).

Los hexacorales incluyen a las verdaderas anémonas y a los corales que conforman los arrecifes. Las anémonas son pólipos sésiles que se fijan al sustrato gracias a un disco basal adhesivo, aunque algunas especies tienen una cámara de gas en este disco basal que les permite flotar en la columna de agua. Los tentáculos poseen múltiples cnidocitos, que utilizan para poder cazar a sus presas, pues permiten inyectar un cóctel de toxinas (neurotoxinas). Así como los pólipos de los corales, las anémonas pueden establecer relaciones endosimbióticas con zooxantelas. Las anémonas se encuentran principalmente en los arrecifes de coral, pero algunas especies viven en aguas más frías y profundas.

Otros habitantes de las aguas frías y profundas son los antipatarios o corales negros. Al igual que las anémonas y los corales, su anatomía interna se compone de seis cámaras idénticas (de ahí el nombre de hexacorales) cuyos tejidos son de colores muy vivos y la colonia tiene forma de arbusto; su nombre viene del esqueleto (llamado corallum) que secretan y del que surgen las «ramas» de pólipos, que es de color negro y que se conforma de una proteína especial secretada solamente en los antipatarios y que, sin ser sorpresa, se conoce como antipatarina. Algunas de estas criaturas pueden alcanzar hasta los 6 metros de alto. A pesar de que no son tan conocidos, cubren amplios rangos de profundidades, desde los 3 hasta los 8,600 metros, encontrándose en todas las cuencas marinas, por lo que a lo largo de todo su recorrido, el Nautilus seguramente fue testigo de varias colonias de antipatarios albergando a una gran cantidad de peces y crustáceos. Y un coral del género Leiopathes ha sido identificado, gracias a una prueba con carbono 14, como el organismo más longevo del mundo ¡con una edad cercana a los 4,000 años! Es decir, su vida comenzaba por allá cuando en una remota región de Inglaterra se erigía Stonehenge.

Otros hexacorales muy comunes y poco conocidos son los coralimorfarios –con estos nombres entiendo la poca publicidad-, que se conocen también como «falsos corales»; aunque los pólipos tienen una anatomía similar a la de los corales de los arrecifes, no forman los esqueletos calcáreos, sus tentáculos son de un tamaño más reducido y no son retráctiles. Se encuentran cercanos a las costas y suelen predominar tanto más que los corales calcáreos, produciendo una transición de arrecifes duros a arrecifes blandos.

Los hexacorales que forman los arrecifes y que se restringen a las regiones fóticas tropicales de los océanos se conocen como corales escleractinios, caracterizados por producir los esqueletos calcáreos (conocidos como cenosteos). Algunos corales escleractinios son colonias solitarias que forman montículos de aguas profundas, como los que se encuentran en Noruega. En el Océano Índico son comunes los montes de Madrepora oculata y Solenosmilia variabilis, además de que ambas especies se encuentran a profundidades grandes que oscilan entre kilómetro y medio y dos kilómetros. La especie de Madrepora oculata domina los montículos marinos del Mar Mediterráneo y algunas veces los arrecifes.

14

Finalmente, los octocorales reciben su nombre porque su anatomía interna se divide en ocho cámaras idénticas y poseen ocho tentáculos e incluyen a los corales blandos, las gorgonias y las plumas de mar. A diferencia de los hexacorales, estos cnidarios no construyen arrecifes pues no producen esqueletos calcáreos, salvo un orden octocorales que ha desarrollado la misma estrategia, los corales azules (helioporáceos). Los tentáculos están huecos, pues son proyecciones de las cámaras gástricas internas. En vez de esqueletos, las colonias de octocorales forman estructuras compuestas de gorgonina, una proteína, una vez que la larva de los corales se asienta en un sustrato. Las gorgonias que pueden encontrarse en las costas de España se conforman de estos esqueletos proteínicos, excepto Corallium rubrum, donde la gorgonina es remplazada por carbonato de calcio y sales de hierro, dotándolo de un color rojo lo suficientemente atractivo para hacer joyas.

En el caso de los alciónidos, o corales blandos, adquieren su rigidez gracias a la presencia de unas células calcificadas dentro de los pólipos. Estas células proceden de amebocitos, que son células móviles que se encuentran debajo de la epidermis de los pólipos y que acumulan sales minerales que permiten generar escleritos, pequeñas piezas calcificadas.

La primera parte del viaje del Nautilus termina en el Océano Índico, donde termina también esta primera crónica sobre los secretos de los mares de nuestra Tierra.


Las imágenes utilizadas en este artículo tienen el propósito de dar a conocer a los lectores la diversidad de la que se habla tanto en el presente artículo como en la novela de Julio Verne. Algunos de los autores solicitan a través de sus licencias que se especifique que no ratifican o avalan el uso que se le dé a su material.

[1] Al buscar la palabra en español no encontré un equivalente técnico para scintillons, que es el término que se ocupa también en inglés como un préstamo del francés, derivado del verbo scintiller, «brillar». Los dos términos marcados con * son hipotéticos y los he construido con base en el término francés, siendo *fotosoma el más acorde al tipo de nomenclatura derivada del griego y latín que tienen los demás organelos celulares.

¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO?

REGALADO FERNÁNDEZ, OMAR R.: «Crónica de un viaje en el Nautilus: Primera Parte». Publicado el 24 de octubre de 2015 en Mito | Revista Cultural, nº.26 – URL: http://revistamito.com/cronica-de-un-viaje-en-el-nautilus-primera-parte/

BiologíacoralesJulio VerneNautilusoceanografíaOcéanosvida marinaZoología
Redes Tweet
Compartir
Omar R. Regalado Fernández

Omar R. Regalado Fernández

Biólogo egresado de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente estudia su doctorado en Ciencias de la Tierra en University College London (UCL), Londres (Reino Unido), donde realiza investigaciones sobre dinosaurios. Tiene una pasión muy fuerte por la divulgación de la ciencia, tanto para informar a la población en general, como para motivar a más jóvenes a perseguir una carrera en ciencias.

Y ademas...

  • Biología

    El camino hacia la era de las hormonas

  • Biología

    Zoología contemporánea: novedades del Reino Animal

  • Biología

    La proteína que salvó a la fotosíntesis

Sin comentarios

Deje su comentario Cancelar

  • José Antonio Mondragón: “Pretendemos que la ciudad se contagie de arte emergente”

    5 mayo, 2017
  • Interview à José Sarzi Amade : l’évangélisation de l’ancien Royaume du Congo et le récit du Capucin italien Girolamo Merolla da Sorrento

    5 mayo, 2017
  • Presentada la tercera edición de la Feria Art & Breakfast en la ciudad de los museos

    5 mayo, 2017
  • El tiempo profundo. Una reflexión sobre un concepto fundamental en geología

    5 mayo, 2017

  Consulte los números publicados

2017
20172016201520142013
▼
>
Ene
Feb
Mar
Abr
May
Jun
Jul
Ago
Sep
Oct
Nov
Dic
Ene
Feb
Mar
Abr
May
Jun
Jul
Ago
Sep
Oct
Nov
Dic
Ene
Feb
Mar
Abr
May
Jun
Jul
Ago
Sep
Oct
Nov
Dic
Ene
Feb
Mar
Abr
May
Jun
Jul
Ago
Sep
Oct
Nov
Dic
Ene
Feb
Mar
Abr
May
Jun
Jul
Ago
Sep
Oct
Nov
Dic
Follow @revistamito
Mito Revista Cultural

           Suscríbase al Newsletter




Mito | Revista Cultural solicita su ayuda para seguir funcionando como hasta ahora. Puede donar una pequeña cantidad de forma segura.
   
   
Visite Mito | Revista Cultural en Flipboard.

Etiquetas

Agenda Arte Cine Exposición Fotografía Libros Madrid Mujer México música Pintura Poesía Teatro Valencia
  • Colaboraciones
  • Condiciones de publicación
  • Contacto
  • Normas de uso
  • Privacidad
  • ¿Quiénes somos?
Follow us on Facebook Follow us on Twitter Follow us on Google Plus Follow us on Pinterest

© 2018 MITO | REVISTA CULTURAL. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido protegido por derechos de autor. ISSN 2340-7050. FEBRERO 2018.

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar la experiencia de navegación y ofrecer contenidos de interés. Al continuar con la navegación entendemos que acepta nuestra política de cookies.