«Viviendo cotidianamente con la indignación»
Desde que en 2008 estallara la crisis económica, la indignación que de ella se ha desprendido se ha convertido en algo cotidiano que está haciendo tambalear el mundo tal y como lo hemos conocido, pasando a ser ya una crisis política y existencial.
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Vivimos tiempos convulsos, tiempos de crisis, de fallidas económicas y de reinterpretación de conceptos que parecían definidos para la posteridad. Democracia, justicia, igualdad, ciudadanía, en definitiva, la política parecía no tener ningún espacio hermenéutico nuevo, pero cuando aquellos a los que estos conceptos representan se ven sometidos a una decisiones políticas que rozan más el totalitarismo que la democracia por no permitir que sus protagonistas, la ciudadanía, pueda decidir aquello que desea para su sociedad, los conceptos e ideales entran en crisis. Es por este motivo por el que, más allá de ser una crisis económica, nos encontramos ante una crisis política, ética y social. En definitiva: una crisis existencial en que la utopía de otros mundos posibles pugna por su existencia contra los discursos hegemónicos que los niegan. Cuando en una Democracia la ciudadanía no es escuchada, ésta se hace escuchar, y su voz es la condición de posibilidad del cambio político-social.
Série Foule. Fine Arts, Painting. Victor Varacalli
En el año 2008 estallaba la crisis económica en la que nos hallamos sumergidos. Ésta se debe, entre otros factores, al estallido de la burbuja inmobiliaria de los Estados Unidos, aunque en realidad, y como bien señala George Soros «el estallido de la crisis económica de 2008 puede fijarse oficialmente en agosto de 2007, cuando los Bancos centrales tuvieron que intervenir para proporcionar liquidez al sistema bancario»[i]. Así, tras varios meses de debilidad y pérdida de empleos, el fenómeno colapsó entre 2007 y 2008, hasta que se llegó a la quiebra de medio centenar de bancos y entidades financieras, cuyo despropósito arrastró a los valores bursátiles y la capacidad de consumo y ahorro de la población estadounidense. Finalmente, el 15 de septiembre de 2008 el banco de inversión Lehman Brothers se declaró en quiebra, teniendo como consecuencia que los mercados financieros bajaran drásticamente, así como que se colapsara una de las mayores aseguradoras del mundo, como American International Group y otras compañías hipotecarias como Fannie Mae y Freddie Mac, produciendo una gran agitación en Wall Street. Pero no sólo tembló Wall Street, sino que todas las economías mundiales sufrieron el shock: la burbuja estadounidense no dejó de ser también la burbuja de todo occidente y parte del resto mundo.
Europa no sólo no escapó de tal crisis, sino que la vivió y la sigue viviendo. Lejos de preverla, el Banco Central Europeo (BCE) tomó las primeras medidas con retraso, asumiendo la austeridad como eje de su política económica. Así, el fenómeno estadounidense se extendió rápidamente por Europa, contrayendo su economía e incrementando vigorosamente el desempleo; éste se ha convertido en una de las mayores rémoras de algunos estados, como son los casos concretos de Grecia o España: mientras sus economías caían, sus tasas de desempleo crecían exponencialmente.
Publicación del 12 de octubre de 2008 en La estrella negra
Si focalizamos la atención en el caso español, podemos ver que durante el 2008 un gran número de empresas españolas presentaron expedientes de regularización de empleo (ERE), a la vez que el sector de la construcción, uno de los más fuertes, se vio enormemente perjudicado y debilitado por la crisis debido al fin del “boom” inmobiliario y la caída de las vendas. La austeridad y los recortes sociales iban a marcar la agenda, no sólo de los políticos, sino sobre todo de la ciudadanía, creando un sentimiento de indignación abrumador en un amplio tejido de la sociedad española ya que esta práctica que es contraria a los intereses sociales aunque se iba a normalizar en la praxis política.
Sumida en tal angustioso contexto, la indignación empezó a crecer entre los ciudadanos: el 15 de mayo de 2011 la ciudadanía española salió, una vez más, a protestar en más de cincuenta ciudades. La reivindicación parecía ser como todas las demás, pero esta vez ocurriría algo excepcional: en Madrid, unas cuarenta personas decidieron acampar en la plaza del Sol de forma espontánea. Y no sólo eso, sino que lejos de quedarse en esas cuarenta personas, la acampada fue secundada por cada vez más y más gentes hasta que Sol se convirtió en el centro político y una esperanza abierta para la ciudadanía española. La indignación había hecho mella en la embriaguez ciudadana y ahora empezaba a reclamar soluciones. Las reivindicaciones del 15M se iban a convertir, progresivamente, en las peticiones de una amplia mayoría de la ciudadanía española: una democracia más participativa que se alejara del bipartidismo tradicional y del dominio de los bancos y sus corporaciones, así como una «auténtica división de poderes» y otras medidas con la intención de mejorar el sistema democrático para, también, evitar la corrupción.
Asamblea del 15M en Plaza del Sol. Aurora Petra
El 15M es un movimiento difícil de definir debido al amplio abanico de ideas que desplegó y la infinidad de demandas y soluciones que proponía, aunque lo que realmente lo caracteriza son sus formas para hacer más que su contenido. No obstante, hay algo común en todos los que hicieron posible el movimiento: el hartazgo ciudadano -convertido en indignación- hacia que los representantes políticos decidan sin el previo consentimiento de la ciudadanía, incluso demasiadas veces en contra de los intereses de la voluntad general. Podemos decir que el 15M es la demostración manifestada de un estado de politización de la ciudadanía en el que se sacude la conciencia política de la misma pero que, además, resulta ser el encuentro que muchos querían que ocurriera. Y fue la indignación la que hizo que la ciudadanía se encontrara: nada estaba premeditado, sino que el encuentro fue ya una necesidad.
Por ello, nos gustaría retroceder nuevamente al pasado, hasta el 21 de octubre de 2010, cuando se publicaba el panfleto Indignez-vous! del escritor y diplomático francés Stéphan Hessel, en el que planteaba un alzamiento contra la indiferencia política y a favor de la insurrección pacífica. Los paralelismos entre la fundamentación de la indignación y la toma de las plazas son varios, y tal vez por ello muchos hayan visto en este panfleto del diplomático francés la condición de posibilidad del 15M. Así, el impreso de Stéphan Hessel es una llamada a actuar cuando algo es inaceptable: la indignación surge cuando nos enojamos, nos enfadamos vehementemente contra una persona o contra sus actos. De ahí que cuando el diplomático francés nos dice que no es posible cambiar la realidad, es necesario juntarse con aquellos que se resisten a creerlo así, ya que de lo contrario ello supondría someterse a un orden político sin política. En otras palabras, Hessel nos indica que no es posible modificar las injusticias del mundo sino es intentando posibilitar una utopía que se oponga a la tragedia de la realidad. Es cierto que la voluntad de no aceptar lo inaceptable cambia de generación en generación, pero cada una de ellas tiene sus inaceptabilidades. Mientras en un pasado el totalitarismo encarnado en Hilter o Stalin era una evidencia, hoy el totalitarismo se ha vestido de economía: cuando los intereses económicos pasan por encima de la sociedad y de lo que democráticamente ésta haya decidido, la indignación no sólo estalla, sino que ocupa las calles, las plazas y las casas.
Frase del mayo del 68: «Ser realistas, exigir lo imposible». Gérard-Aimé et Rapho-Eyedea
De ahí resulta la indignación: de que la soberanía, a pesar de vivir en un régimen democrático, no reside en última instancia en el pueblo (demos) sino en quien gestiona el poder (oligarkhia), decidiendo a través de sus intereses. Así, la indignación surge cuando el poder que otorga la democracia, que debía ser gestionado por y para todos, sólo es gestionado por y para unos pocos. Además, no es una indignación injustificada, sino totalmente legítima, ya que cuando unos pocos gobiernan a su favor sin reparo en las necesidades generales ni tampoco combatiendo la creciente desigualdad entre los más ricos y los más pobres, entonces crece irremediablemente el malestar en la medida en que la injusticia social se ve alimentada por un modelo económico cada vez menos regulado. Contra ello se combate, porque no es posible que un amplio tejido social padezca las miserias producidas por los recortes al tiempo que otros aumentan exponencialmente su riqueza. Pero Stéphan Hessel señala otro gran problema por el que debemos y podemos indignarnos: el daño que le hemos hecho, le hacemos y le continuaremos haciendo al planeta si no cambiamos la actitud de sobreexplotarlo. De lo contrario, poco tiempo podremos continuar así, ya que es probable que ninguna sociedad pueda sostenerse en este planeta.
Entrevista a Stpéphan Hessel
Y sin embargo, toda esta indignación, todo este enfado debe canalizarse sin violencia. Los cambios deben realizarse, pues, sin guerra y democráticamente, ya que todo cambio que se realiza mediante la violencia no es gracias al respeto y la admiración a la voz de los otros, sino una imposición que se lleva a cabo y que se acata, siendo la vida de las personas la moneda de cambio y subordinación. ¿Qué nueva sociedad podríamos esperar de aquella que se impone por la violencia? ¿Qué nueva sociedad podríamos esperar de aquella que se realiza sin escuchar a aquellos que la forman? Sostenemos, al igual que Stéphan Hessel, que la indignación es la mejor manera de pasar del hombre egoísta e indiferente al ciudadano, ya que el ciudadano es aquel que se indigna cuando, puesta en juego la existencia de éstos las personas que forman la sociedad no son escuchadas. De ahí que el término indignación sea hoy tan de uso cotidiano.
Aquella acampada en Sol llegó mucho más lejos que cualquier otra manifestación. Tras cinco días de debates, consenso y síntesis de miles de propuestas ciudadanas, se consensuó pedir un cambio de la Ley Electoral, el respeto a los derechos básicos y fundamentales recogidos en la Constitución Española, una reforma fiscal favorable a la rentas más bajas, así como medidas contra la corrupción y para la transparencia absoluta de las cuentas y de la financiación de los partidos políticos. En resumidas cuentas, el 15M pedía a viva voz un cambio de la estructuración política española, a la vez que un cambio de estructuración política internacional en la medida en que pedía poner en tela de juicio el modelo económico y de producción.
De alguna manera, el 15M empezó una crítica que vertía todas sus fuerzas en abrir el espacio a una nueva hermenéutica sobre los conceptos de “ciudadanía”, “democracia”, “dignidad” y “justicia”, poniendo en sospecha los discursos tradicionales hegemónicos. Así, con el 15M, la inevitabilidad y transversalidad de los recortes que el Gobierno estaba llevando a cabo en nombre de la austeridad necesaria para solventar la crisis, se politizaban y diseminaban, extirpándoles su carácter inevitable y devolviéndoles su carácter disyuntivo e ideológico. El destino inevitable al que parecía estar sometida la sociedad española se resquebrajaba por la luz esperanzadora del 15M en la medida en que este movimiento volvía a interpretar los conceptos y las decisiones desde la indignación que las decisiones políticas habían provocado. En última instancia, lo que nos mostró el movimiento 15M es que postulaba una inversión de valores: ya no imperaba el paradigma político tradicional de izquierda y derecha, sino que se abría paso a postular una política nueva de arriba y abajo. Como bien señala Iñigo Errejón, el 15M «permitió desbordar las identificaciones ideológicas y reordenar las lealtades»[ii], transformando el malestar y la indignación ciudadana en un hecho político de primer orden. La política volvía a su origen, a ser un proceso de generación y de disputa del sentido social.
Uno de los múchos eslóganes del 15M
El 15M se postró, no como el despertar de discursos dormidos o que nunca habían tenido la suficiente fuerza, sino que abría un espacio nuevo a la participación ciudadana, una nueva posibilidad de hacer una política nueva. Utilizando el lenguaje de Ortega y Gasset, el 15M representa el paso de la vieja política a la nueva política, porque ya no se reivindicaba una forma de gestionar el modelo económico, sino que consistía en una reivindicación de democracia, con un objetivo muy claro: volviendo al panfleto de Stéphan Hessel, el 15M dio el paso a posibilitar la inversión de la injusta situación de la enorme desigualdad que la ciudadanía española, como demasiadas otras, sufre. Por ello, desde el 15 de Mayo de 2011 hasta nuestros días, la opinión socio-política ha ido virando sustancialmente hasta pedir un cambio profundo que se resume en una redistribución del poder y en una reinterpretación del modelo económico, convirtiéndose la indignación en el lenguaje cotidiano, no sólo de los españoles, sino de muchas otras sociedades. Quepa tal vez recordar que el movimiento 15M ha tenido una fuerte influencia en movimientos sociales posteriores como el movimiento Occupy Wall Street o YoSoy132. Y decimos que la indignación es nuestro lenguaje cotidiano porque los problemas que en el 2011 indignaban, no sólo no han desaparecido, sino que se han incrementado.
Por ejemplo, España hoy se encuentra en plena ebullición, debatiéndose qué modelo estatal quiere, qué tipo de política quiere llevar a cabo y manifestándose continuamente contra la violación de los derechos fundamentales de la Constitución. Pero lo más sorprendente, la consecuencia más notable es que tras la conquista de las plazas, del espacio público y heterogéneo por antonomasia dentro de las democracias, se consiguió invertir la apatía política que sufría gran parte de la ciudadanía española en una indignación que trascendió el espacio público hasta llegar al espacio privado: los hogares se convirtieron en plazas porque ya nadie estaba, ni está, exento de la política. Este fue, sin duda, el gran logro del 15M, el de recuperar socialmente el interés por la política y, consecuentemente, el interés por lo público, porque la política, en última instancia, es de quien la hace, y en las democracias, deben ser los ciudadanos sus autores.
Occupy Wall Street. Aaron Bauer
Así, el secuestro de la democracia perpetrado por la economía fue el motivo de la indignación ciudadana pero ésta fue el motivo por el que la ciudadanía empezó a empoderarse del espacio político. Esta indignación ya nunca más quedó en el olvido ni se erigió como algo pasajero, algo extraordinario que, tras unas ciertas medidas, unas cuantas pinceladas y algún retoque verbal seria solventada, sino que la indignación se transformó en algo cotidiano. Ya nada escapaba de la indignación, porque aquello por lo que se había creído no era más que un sueño transformado en pesadilla, pero con la diferencia de que ahora estábamos despiertos. Y no despiertos porque hubiéramos encontrado la razón, la verdad y la solución del problema, sino porque nos concienciamos de cuales eran nuestros problemas. El interés por la política, por lo público, el tener la plaza en los hogares, en la sobremesa y en cualquier espacio ya no era algo extraordinario, sino que se convirtió en algo cotidiano.
Este lenguaje cotidiano de la indignación ha llevado y mantiene a todo nuestro sistema en crisis. Tal vez las crisis sean el motor de cambio de un paradigma a otro, de una manera de vivir a otra totalmente distinta. Nuestra indignación cotidiana es, sin duda, la manifestación de que todo en cuanto habíamos creído y vivido está en un estado de crisis y, por lo tanto, es posible que estemos ante las puertas de un nuevo paradigma político, social y, también, económico. Como señaló Thomas S. Kuhn y salvando las distancia, la única manera en que la crisis se supera es cuando «un antiguo paradigma es reemplazado, completamente o en parte, por otro nuevo e incompatible»[iii], es decir, una revolución. Ante tal panorama, ante tales exigencias socio-políticas, ¿podemos decir que estamos caminando hacia un nuevo mundo? ¿Hacia una Segunda Ilustración? ¿Estamos ante el tan controvertido nuevo paradigma postmoderno? Eso es algo que tendremos que descubrir.
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Portada: Manifestación en Albacete del 15M. David Buedo
[i] SOROS, George: El nuevo paradigma de los mercados financieros. Taurus, Barcelona, 2008.
[ii] ERREJÓN, Iñigo: El 15M como discurso contrahegemónico. Universidad Complutense de Madrid. En “Encrucijadas – Revista Crítica de Ciencias Sociales”, Nº 2, 2011.
[iii] KUHN, Thomas. S.: Estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura Económica. México, 1971.