Lo tenía todo aquello que anhelaba La Vanguardia con la incognoscible gracia que da el instante de la Creación, al igual que el raudo Big Bang del Universo al estallar de la nada…
No importa si antes surrealista y hogaño no, no incumbe si hace tiempo cubista, si Franz Roh, si la Nueva Objetividad, si el Expresionismo… Las disertaciones de salón son incompatibles con el discernimiento individual y espontáneo de Santos Torroella, consu esclarecido connatural talento artístico y su precocidad generacional.
De su primera época, Ángeles lega una producción fructuosa, entre su realidad sustantiva y su ficción de fantasías creadas; a través de realismos mágicos, de expresiones que despegan y acogen al espíritu. La autora inaugural es efímera y poética, haciendo trascender lo cotidiano con una franqueza sensible y juvenil que escapa de las esquinas de su mente.
Como el Aduanero de hermosas selvas imaginarias a las que nunca asistió; Santos visita el Planeta Rojo y conquista el espacio pictórico con su Mundo de dado.
Dos años encumbran a la joven, desde aquel verano de finales de los veinte en Pourtbou. La tía Marietta, Anita, el tío Pepet, las rondas de Valladolid, la cena, los niños de óbito y de jardín… Y de pronto dejó de soñar.
Santos Torroella nos dice con su paleta oscura, sus escenas enigmáticas, profundas y atormentadas, su cotidianidad, su fecunda y febril imaginación doliente; como quien se desdobla entre pinceles, destinos, consejos, elecciones y renuncios. Todo en su cabeza, sin trabas azarosas ni amuralladas; con el suave discurso de decir y el pensamiento inspirado.
En ella la máscara, la caricatura, la tradición, la modernidad, la figuración, la estampa, el tapiz, la modestia autodidacta, el empujón lozano, el asombro, la excepción de la norma sin intención medida… La respuesta.
Exhumada del estrato del talento al igual que una lucerna de Alto Imperio, Ángeles es la catarsis que desbanca la teoría, el impacto de la insólita intelectualidad. Y entonces Gutiérrez Solana, García Lorca y Gómez de la Serna llegan a descubrir su turbión, su significación humana; lo absoluto, la pulsión que sensibiliza la materia.
El convento hispalense, Perotti, Baudelaire, la novela policíaca, Cezanne, Murillo, Leonardo, Botticelli, El Greco, Picasso, Monet y el penetrante silencio vocifero del Prado. ¿Quién tilda la sapiencia?…
Seguro que Grosz, Bruegel, Cranach, Dix y Van Gohg la miraron… Santos en el sanatorio, en el Salón de Otoño, ¡hasta en París, San Sebastián, Pittsburgh, Copenhague y Berlín! con su inmensa plasticidad de mujer.
Ángeles quiere pintar “Un Mundo” en su inmensa tela de la “Casa Macarrón”. Allí todo lo que pasa en la vida, en su vida; un mundo cualquiera pero importante, soñador y adolescente… Marte, Juan Ramón Jiménez y Picasso le sobrevienen en su abrumadora obra de éxito anticipado. Y rescata a la Tierra del redondel para enmendarla cuadrada y destapar sus esquinas; desahogando planos y perspectivas en caras de tránsito.
El cine, el amor, el sacramento, el avión, el tren, el barco, el crimen…y esas madres de vástagos espirituales en la escalera ascendente, sin oídos, con los párpados sellados y armazón futurista en lugar de esqueleto. En su Mundo son los querubes quienes encienden las fugaces estrellas con la pujanza del sol. Nadie se casa, pero se juega al fútbol y se entierra a Dante, a Goethe, a Stendhal.
Y luego “La Tierra” vuelve a ser redonda, como los hogares. En el globo es de día y de noche, ellos verdes y ellas rojas… En ese lapso, Santos figura “La Tertulia” de mudas mujeres nuevas que fuman, que leen, que piensan y se piensan, que se atreven con hondas miradas y pantorrillas.
S. Torroella se sucede en el tiempo con el nuevo estímulo del animado artista al que ama y admira: Emilio Grau Sala, como si fuera de noche y después amaneciera. Alborozada, serena y ágil; atrae flores, bodegones y paisajes, alumbrando a su hijo pintor: Julián Grau Santos. Es cuando el crepúsculo atrae la pulsión, el júbilo, el alborear de la luz para el resto de su existencia.
… Y es que Ángeles ya no quiere pintar más monstruos, ansía evaporar el tormento, dulce energía de vivir que la hace perdurar hasta los 100.